Cannes 2018: crítica de «Ten Years: Thailand», de varios directores (Proyecciones especiales)
Cuatro cortos muy distintos conforman esta versión tailandesa del formato inaugurado en Hong Kong con películas que imaginan un futuro a diez años en sus respectivos países. Aquí se destacan tres de los cuatro filmes, dirigidos por Apichatpong Weerasethakul, Aditya Assarat y Wisit Sasanatieng.
Segunda película de este tipo tras la exitosa y controvertida experiencia de Hong Kong de 2015, la propuesta de TEN YEARS consiste en que varios directores dirijan un corto que, de algún modo, muestre cómo imaginan a su país dentro de diez años. Tanto la versión de Hong Kong como ésta, tailandesa, hacen eje en temas políticos y sociales, siempre de acuerdo a los estilos de cada uno de los realizadores. Y en este caso son muy contrastantes.
El filme abre con un inteligente corto de Aditya Assarat (WONDERFUL TOWN) que se centra en un grupo de militares que entran a una exposición de fotos para advertirle a la artista de las quejas y denuncias de vecinos respecto a lo que se expone allí. En paralelo observamos a uno de los soldados, que es de ese pueblo, en sus torpes y confusos intentos de entablar una relación con una chica del lugar. Sin forzar ni subrayar nada, la película logra trasmitir un clima de sutil represión que se manifiesta no de la manera brutal de antaño pero que es igualmente peligrosa.
El segundo corto, dirigido por Wisit Sasanatieng (TEARS OF A BLACK TIGER) apuesta por un relato de suspenso futurista que imagina a Bangkok dominada por una raza de hombres con cabeza de gato (el efecto es muy shockeante) que tratan de eliminar a los humanos que han quedado allí. Un humano, que ha sobrevivido en medio de ellos por años (los hombres-gato huelen a los humanos, no los distinguen visualmente, y él ha logrado disimular su «olor»), se ve involucrado en una situación en la que debe ayudarlos a capturar a otro. En una situación que se va volviendo más complicada y engañosa con el paso de los minutos, Sasanatieng estructura un cuento redondo sobre una suerte de raza poderosa y dominante que obliga a los ciudadanos a obedecer o a traicionar a los suyos para sobrevivir.
El tercero es el habitual corto bizarro e inexplicable que este tipo de compilados suele tener, más si viene de un lugar adepto a eso como es Tailandia. Lo dirige un artista visual llamado Chulayarnnon Siriphol y arranca de manera muy atractiva mostrando también una suerte de sociedad fascista en la que todo el mundo funciona de manera regimentada como si estuvieran en una versión pop y colorida de METROPOLIS. Pero promediando el relato el corto deriva más y más hacia la animación y los efectos especiales tornándose a la vez interminable e incomprensible, más allá de algunas potentes imágenes y escenas.
Al final está Apichatpong Weerasethakul, el más importante y reconocido de los cineastas de ese país. En un estilo ya clásico suyo de planos largos y plácidas conversaciones, el director de EL HOMBRE QUE PODIA RECORDAR SUS VIDAS PASADAS juega a mitad de camino entre la ficción y el documental para mostrar a un hombre que intenta convencer a varias personas de la utilidad de usar una máquina del sueño. Mientras en paralelo vemos las obras que se realizan alrededor de un monumento patrio, Apichatpong también muestra otra conversación en la que se habla de alimentación orgánica. La máquina del sueño y la alegoría política (ligada al monumento, a unas esculturas y a canciones patrias) se combinan en un final cuya interpretación puede escapársenos un poco a los que no conocemos detalles de las obras y canciones que se ven y escuchan, pero que de todos modos se presenta como la más sutil y elegante de un conjunto de cortos que –más allá de una específica excepción– funciona muy bien.