Cannes 2018: crítica de «Todos lo saben», de Asghar Farhadi (Apertura/Competencia)
Mezcla de drama familiar y thriller, la película filmada en España por el director iraní de «La separación» no termina de convencer ni como una cosa ni como la otra. Penélope Cruz y Bárbara Lennie se destacan en un elenco que completan Javier Bardem (intenso, como de costumbre), Eduard Fernández y un desaprovechado Ricardo Darín.
Secretos familiares y un secuestro que los deja a la vista. Reencuentros incómodos, viejas deudas (de dinero y otras) y una boda en la que todo empieza a quedar expuesto, como esos vidrios rotos en el campanario de la iglesia que dejan pasar la luz. Hay una mujer, Laura (Penélope Cruz, de lo mejor de la película), que vuelve a su pueblo natal en España desde Argentina (donde vive hace ya muchos años) a la boda de su hermana. Llega con Irene, su hija adolescente, y con su hijo pequeño, pero no con su marido, Alejandro (Ricardo Darín), que se ha quedado en Buenos Aires «por cuestiones laborales».
El reencuentro familiar es pura celebración y fiesta. La hija se ve con un chico que le gusta, padres, tíos y hermanos (es un tanto confusa la relación específica entre todos ellos) se preparan para el festejo. Y también se suma Paco (Javier Bardem), un hombre que ha hecho algo de dinero con viñedos y se ha casado (con Bárbara Lennie, otro acierto de casting), pero que ha vivido con la familia de Laura desde chico y ha tenido un romance con ella, muchos años atrás. Todo eso parece «agua bajo el puente», pero quizás no sea tan así.
A la media hora de película, en plena boda, pasan dos cosas: se larga a llover torrencialmente, se corta la luz e Irene desaparece. ¿Fue secuestrada? ¿Desapareció? ¿Se escapó? La primera hipótesis prima y en medio de la desaparición todos tratan de saber quién se la llevó y porqué. Lo único que se sabe es que hay amenazas telefónicas, pedidos de dinero, recuerdos de un secuestro pasado, el consejo de no llamar a la Guardia Civil y, bueno, poner la plata y a otra cosa. Y el que sí viene, desde Argentina, promediando la película es Darín, compungido, dolido y curiosamente esperanzado en que Dios le devuelva a su hija sana y salva.
Es a partir de ahí que empiezan a revelarse secretos familiares, asuntos pendientes y otras cuentas que no conviene revelar. La película de Farhadi sigue, en cierto modo, las líneas temáticas de sus anteriores filmes, en general ligadas a las consecuencias de complejas relaciones de pareja, con maridos y ex parejas entreverados en la vida de una mujer (su anterior película, la francesa EL PASADO, con Berence Bejo, tenía un eje narrativo similar) y con ella en el medio, sin saber muy bien para dónde disparar. Aquí también se suma otra línea que está tan presente en el cine iraní como en el iberoamericano: la familia extendida, las discusiones, los engaños y, sobre todo, los problemas de dinero no resueltos.
El problema de TODOS LO SABEN es que como thriller no termina nunca de funcionar. El misterio puede tener varias opciones y posibles resoluciones, pero está manejado con pereza, como si fuera lo menos importante del mundo. Y en cierto modo lo es, pero a Farhadi le falta la convicción para deshacerse de manera absoluta de eso, y en cambio deja retazos de un policial, con un investigador sabelotodo que parece sacado de una novela de las de Sherlock Holmes (interesante pero desperdiciado) pero con un desenlace un tanto abrupto que deja en claro que saber qué pasó con la chica –o quien pudo haberla secuestrado si es eso lo que pasó– no importa demasiado.
Lo que sí le interesa al director de LA SEPARACION, con cierta lógica, es la dinámica familiar que llevó a eso. Y si bien hay situaciones específicas que son ricas en posibilidades dramáticas, nunca existen en contexto, parecen orbitar el terreno de lo puramente guionado, sin que uno tenga motivos para entender la necesidad de que cierta parte del relato transcurra (en off) en Argentina ni que tenga un peso histórico realista los problemas de dinero, ventas de tierras y otros asuntos que la familia carga por décadas. Podría pasar en cualquier lado y sería idéntico. Lo único que vuelve a la película «latina» es el volumen de las discusiones, la música y las locaciones. Poco más.
Hay momentos en los que Farhadi consigue atrapar con ciertas puntas dramáticas que se abren, pero luego las deja colgando, dejando en claro que ni a él le interesan demasiado ver hasta donde se puede ir por ahí. Lo mismo sucede con los personajes. Bardem encarna a otro de esos tíos que sufren, transpiran y gritan, mientras que a Darín se lo ve poco, en un papel que no le sienta del todo cómodo (un tanto pusilánime, otro tanto perdedor, acaso falso) y que encima tiene una devoción religiosa que resulta un tanto poco creíble en esas circunstancias.
TODOS LO SABEN no es una mala película sino una bastante intrascendente y menor, una que tal vez pueda entretener si uno se la topa en Netflix o similares, pero no mucho más. Y no estoy tan seguro tampoco de eso, ya que Farhadi trabaja los tiempos y las idas y vueltas de la trama de un modo, si se quiere, un tanto «iraní» para los estándares narrativos actuales. El problema no es ése (de haber ido con todo por ese lado acaso los resultados habrían sido más consistentes), sino que la película no es ni un thriller atrapante del todo ni convence como un drama personal/familiar profundo. Es un híbrido curioso, como la mismísima propuesta hispano-iraní parecía darlo a entender.
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