Cannes 2018: crítica de «Yomeddine», de A.B. Shawky (Competencia)
La opera prima egipcia en la competencia internacional plantea una situación promisoria y rica en posibilidades y la arruina con un guion en extremo convencional y una puesta en escena típica de las producciones tercermundistas hechas para festivales internacionales.
El arranque de YOMEDDINE es promisorio. La historia de un hombre, leproso, abandonado por su familia en un leprosario alejado del mundo y que vive entre residuos tiene de entrada algo fascinante porque parece tomarse con humor y bastante desparpajo la situación. El hombre vive relativamente contento en ese lugar inhóspito, está casado y tiene como mejor amigo a un niño de un orfanato al que llaman Obama por su parecido con «ese hombre que sale en la tele». Pero algunos pequeños apuntes musicales van dejando entrever de a poco que la sutileza y elegancia no durará demasiado. Y así es.
Beshay se llama el hombre cuya enfermedad le ha dejado cicatrices, heridas y un cuerpo un tanto deforme. Cuando su esposa –una mujer mentalmente inestable– muere, él descubre que ella tenía una madre a la que no conoció mientras estaban juntos y se ilusiona con encontrar a su propia familia, que vive –supuestamente– a cientos de kilómetros de distancia. Todos le aconsejan que no viaje ya que si lo abandonaron ahí sin dejar datos por algo será. Pero Beshay se empecina y sale de viaje con su burro y con el pequeño Obama que se cuela en la aventura, tratando también de saber algo acerca de su propia familia.
La película tiene algo chaplinesco, un toque de UNA HISTORIA SENCILLA, de David Lynch, algo de FREAKS, de Todd Browning y mucho de cualquier road movie sentimental de aprendizaje. Pero el problema es que Shawky no se contenta con narrar de forma sutil o inteligente esa aventura sino que apila clichés, cámaras lentas, sueños, una música que subraya cada momento y se pone en exceso sentimental aplicándole una fórmula «Sundance» de película tercermundista de consumo internacional a una trama que permitía abordajes mucho más ricos y de un humanismo si se quiere de la vieja escuela europea neorrealista. Esto parece inspirado en aquello pero pasado por la licuadora de alguna escuela de guion y realización norteamericana.
Y es una pena, porque los dos protagonistas son buenos y la relación que arman entre ellos funciona por momentos muy bien, generando algunas escenas emotivas. Pero Shawty sobredimensiona todo, volviéndolo pueril y sentimental, más cerca de Roberto Benigni que, digamos, de Vittorio de Sica. Si a eso se le agrega una enorme cantidad de personajes que una y otra vez denigran y maltratan a Beshay (tanto las autoridades como la gente con la que se cruza), todo se vuelve una muy remanida comedia dramática de situaciones imposibles y resoluciones obvias. No hay duda que hay una mejor película con esos dos personajes. Esta no lo es.