Estrenos: crítica de «La región salvaje», de Amat Escalante
La cuarta película del realizador de «Los bastardos» y «Heli» –por la que ganó el premio a mejor director en el Festival de Venecia– es un extraño y provocativo relato sobre el deseo, centrado en un grupo de personajes que se involucra en experiencias sexuales muy poco convencionales y un tanto peligrosas.
El cine de Amat Escalante siempre juega en los márgenes de la provocación. Para algunos –o, más bien, en algunos casos–, innecesaria. En otros, en una zona más rica en ambigüedades. Yo podría dividir sus películas entre las que caminan por la primera zona (LOS BASTARDOS, HELI) y las que lo hacen por la segunda (SANGRE y LA REGION SALVAJE). Para mí la diferencia es clara en algo que engloba a las del primer grupo y no a las del segundo: su intención de ser un reflejo del «estado de las cosas» en determinadas regiones, zonas o universos de la cultura mexicana.
Esa provocación –crueldad, virulencia, interés en el shock– aparece en esos filmes como una suerte de condena moral, una especie de «hanekeano» intento de estamparle un golpe en el rostro al espectador transformándolo en culpable (pasivo, por inacción) de lo que sucede en los filmes. Es el shock que asquea pero finalmente tranquiliza ya que el que lo mira de afuera –en especial en festivales europeos– no puede más que endilgarle a lo visto una compasión falsa y una condena cómoda, distante. Es algo que pasa allá, que hacen ellos, esa gente horrible…
En otros filmes ese mismo espíritu oscuro, provocador, genera resultados más ricos para analizar. Son películas que involucran al espectador en sus misterios, en los comportamientos extraños e impredecibles de sus espectadores. Sí, el ánimo por la escena shockeante o repulsiva sigue estando ahí, pero su rol es otro. Y también en todos los ambos casos existe una mirada nihilista o casi misantrópica del género humano, pero en estos filmes la lectura es más abierta y el espectador se involucra de otra manera. En LA REGION SALVAJE hay personajes detestables (bah, solo uno) mientras que los otros atraviesan una situación de confusión o búsqueda sexual que Escalante observa con fascinación y curiosidad.
La historia arranca con Verónica, una chica que ha crecido en una casa en las afueras de Guanajuato en la que vive una pareja mayor. Vemos de entrada que la chica obtiene algún tipo de placer sexual –placer que puede volverse un tanto violento– con algún tipo de animal, maquinaria o criatura. Cuando la tratan en un hospital por una herida causada por esa «relación sexual» conoce a Fabián, un médico gay que debe ocultar públicamente su sexualidad y también a Ale, la hermana de él, casada con Angel, un hombre violento y nefasto por donde se lo mire. De a poco iremos viendo que la vida sexual de este trío (el médico, su hermana y el marido) es más complicada de lo que parece y Verónica cree que lo mejor que pueden hacer tanto Fabián como Ale, para salir de ese complicado triángulo (y de la órbita de Angel), es ser parte de su misteriosa actividad sexual, actividad que Verónica les «vende» casi como una terapia o cura.
LA REGION SALVAJE va a ir y venir entre estos cuatro personajes, cruzados por distintos motivos: las dos mujeres encuentran una conexión inesperada y tratan de ayudarse una a otra mientras que los dos hombres, en cambio, se ven involucrados en una relación mucho más perversa y violenta. Ese peligroso juego de identidades sexuales se mezcla con una sensación generalizada de que todos ellos quieren irse de allí, que su vida en ese lugar no tiene demasiado sentido, pero nunca lo hacen. Acaso porque el deseo y la atracción sexual no siempre responden a la lógica ni se suman sin presentar batalla. Y eso va complicando los pasos a seguir de cada uno.
Está claro desde el principio que hay un quinto personaje importante en la trama que representa esas pulsiones de una manera metafórica evidente, tanto que uno de los protagonistas directamente lo explica, algo que resulta inusualmente literal en el cine de Escalante. Esa «cosa» que se inscribe en un cine más cercano al de horror (la referencia más obvia sería POSESION, de Andrzej Zulawski, pero también las primeras películas de David Cronenberg o la reciente UNDER THE SKIN) funciona como núcleo, como motor, como esa extraña presencia que obliga a los personajes a dejarse llevar por el deseo sin hacer demasiado caso a lo demás.
Esto derivará narrativamente en situación surreales, violentas, líricas o pornográficas, depende el ojo del espectador. Lo cierto es que, por una vez, Escalante las usa de una manera relativamente sutil y ambigua desde lo temático. El deseo puede derivar en horror y hasta repulsión, pero aquí es uno causado por los propios personajes, no por un «estado de las cosas». No hay un intento de hacer una parábola social a partir de las pulsiones de deseo, sexo y muerte de estos personajes (y si la hay no se advierte) y eso lleva a que las potencialmente brutales consecuencias de sus actos sean causadas, en la mayoría de los casos, por la propia voluntad de los protagonistas.
El horror, el deseo, el sexo y la muerte juegan aquí un juego provocador y perverso, es cierto, pero es uno en el que (casi) todos los protagonistas juegan por su propia voluntad. Ese detalle marca una enorme diferencia y la convierte en su mejor y más rica película hasta la fecha.