Streaming: crítica de «GLOW» (Temporada 2)
La excelente segunda temporada de la serie de Netflix es una festiva, absurda y amable celebración de un grupo de mujeres trabajadoras que intentan triunfar haciendo un peculiar show de lucha libre en los años ’80.
Es interesante cotejar o comparar dos series que bien podrían definirse como feministas. Ambas han llegado más o menos al mismo tiempo a la pantalla y andan por sus segundas temporadas. Me refiero, obviamente, a THE HANDMAID’S TALE y a GLOW. En el fondo no son series tan diferentes: ambas tienen como protagonistas a varias mujeres de uno u otro modo sojuzgadas y casi esclavizadas por un régimen masculino/patriarcal que las usa para sus necesidades y las desecha velozmente cuando no les sirven más. Ambas trabajan temas de abusos (sexuales y laborales), sexismo, machismo y otros asuntos de similar orden. Pero las similitudes se terminan a los 30 segundos que arrancan.
Allá donde la serie derivada de la novela de Margaret Atwood es una oscura, brutal, grave y despiadada distopía plagada de caminos sin salida y de personajes desagradables al punto de la caricatura, GLOW elige convertirse en una festiva celebración de lo femenino, aún dentro de una marginalidad que es la que viven, a diario, las mujeres que la protagonizan. La serie elige enmarcar esas mismas críticas al patriarcado, si se quiere, con un espíritu lúdico, amable, divertido y hasta inspiracional. De algún modo, por la vía del absurdo y el ridículo llega a coclusiones más inteligentes, audaces y coherentes que su más seria y circunspecta pariente.
En su segunda temporada (llamativo cómo ambas series sacaron muy rápido sus continuaciones), la serie creada por Liz Flahive y Carly Mensch va aún más lejos con su apuesta. El espectáculo de «catch» que hacen las chicas ha pasado, en cierto punto, a ser secundario y sirve más que nada para aportar unos muy efectivos gags a la trama de la serie. Pero su eje está conformado por esa familia sustituta que todo este grupo de mujeres marginadas conforma en esos confusos años ’80: una quincena de chicas y apenas un par de hombres que, como si fuera la troupe de un circo, lidian con sus problemas con el adentro y el afuera pero, más que nada, se tienen uno al otro para sobrevivir.
Y ese, si se quiere, «positivismo» de GLOW se amplía a todos sus personajes. Aún los más «dudosos» (salvo un par de villanos claros, que apenas participan) son creíbles en su confusión, como lo que le sucede a Bash luego de enterarse lo que pasó con su mayordomo, la actitud del marido de Debbie, de la propia Debbie –tan sufrida como competitiva–, las decisiones que toma Justine (y su madre, encarnada por Annabella Sciorra) y, por supuesto, el maldito querible Sam Sylvia, que encarna Marc Maron. En esa galería de actores sin trabajo, directores de película clase Z, gerentes de canales de TV de segunda, dueños de clubs de strippers y, especialmente, el público que se enfervoriza y apasiona por las chicas, la serie demuestra una generosidad de espíritu que no suele verse en la ficción norteamericana.
A tal punto esa mezcla de comedia dramática modélica de los ’80 (gracias a la música, la ambientación y el vestuario, ciertos giros dramáticos parecen propios de una película de John Hughes) se fusiona bien con la temática feminista actual que suele ser gracioso detectar las diferencias en lo que respecta al sexismo entre esos años y ahora. Un poco a la manera de MAD MEN, la serie no lo hace como si dictara sentencia sobre esos comportamientos y actitudes sino que permite que el espectador solo se de cuenta lo obvios y cruentos que eran. Y en algunos casos siguen siendo.
Hasta la situación central de la segunda temporada que los lleva a tener que alterar todos sus planes, si bien tiene claramente que ver con una cuestión de acoso y potencial abuso sexual, está resuelta de la manera menos obvia y cruenta posible. Otra serie de temática similar subrayaría ese momento de una manera más brutal. GLOW no lo hace. Prefiere mantenerse fiel a la lógica de la época (odio cuando las series hacen actuar a personajes de maneras que se corresponden con la época en las que esas series se filmaron y no con la lógica de los tiempos de la ficción) y que el espectador solo pueda sacar sus conclusiones sobre lo visto.
En ese tono de comedia vulgar, por momentos menor y orgullosamente «grasa/cutre/berreta», GLOW consigue lo que muchas otras series feministas no han logrado: mostrar el mundo desde una experiencia 100% femenina, con sus confictos y contradicciones, con sus momentos emotivos y sus dolorosos, pero poniendo el acento en ese eje que tienen –o deberían tener– todas las comedias: la búsqueda de la felicidad. GLOW es una serie sobre una docena o más de mujeres que, como pueden y tratando de superar complicadas circunstancias, hacen lo posible para ser felices.
Uno de los directores del cuarto episodio es John Cameron Mitchell. No se, un dato de ese episodio atípico y bonito.