Estrenos: crítica de «Sangre blanca», de Bárbara Sarasola-Day
Eva de Dominici y Alejandro Awada protagonizan este pequeño pero intenso thriller centrado en una mujer que se mete en problemas con narcotraficantes en el norte argentino y en su padre, el único que puede ayudarla a salir de esa complicada situación.
El término “película clase B” tiene una definición más concreta y otra, si se quiere, un tanto más metafórica. Cuando uno, hoy, y especialmente al hablar de una película argentina, se refiere a ella como “de clase B” no se está refiriendo al presupuesto ni mucho menos a su calidad. El término acuñado en Hollywood para definir un tipo de producción cinematográfica económica hoy en día representa una idea de cine más que una condición de producción. Si uno dice que SANGRE BLANCA es una buena película de Clase B a lo que se refiere es que ha usado sus probablemente limitados recursos (de locaciones, de semanas de rodaje, etc) de una manera muy eficiente y efectiva. Pero, más que nada, se refiere a un tipo de experiencia: un filme de género puro y duro, generalmente de trama simple y directa, que logra atrapar al espectador con recursos acotados pero nobles.
El cine argentino ha tenido algunos ejemplares de ese tipo tiempo atrás, pero hoy en día no hay demasiados ya que muchos de los thrillers populares de hoy son las grandes producciones nacionales de cada año (como EL CLAN o EL ANGEL) y el cine de género ha elegido parecerse más a las adaptaciones del Hollywood reciente que al pequeño y noble filme de género hecho con unos pocos personajes y locaciones.
SANGRE BLANCA, como lo fue hace poco LA EDUCACION DEL REY, apunta a eso. Tiene un disparador propio de un filme de suspenso clásico y luego juega con ellos de la manera más minimalista posible. Es la historia de Martina (Eva de Dominici), una chica que cruza de Bolivia a Salta junto a su pareja, ambos llevando drogas dentro del cuerpo en pequeñas bolsitas. Estas improvisadas “mulas” dejan en claro que no están preparadas para la tarea cuando él, apenas atraviesan la frontera, se muere con las drogas dentro del cuerpo.
Ella, completamente inexperta en estos mundos, se encuentra ante la complicada situación de tener que responder por ese cargamento ante los traficantes de turno que esperan rápidamente recibirlo. La única posibilidad que se le ocurre es hacer venir a su padre (Alejandro Awada), un médico con el que casi no tiene relación. De hecho, se llevan pésimamente mal. Será así que SANGRE BLANCA se volverá drama y thriller a la vez, con una mujer que necesita salir de una situación peligrosa y un padre que preferiría no tener que meterse en esos ambientes.
Bárbara Sarasola-Day, que en su primera película, DESHORA, había apostado a un drama de corte más enigmático y, si se quiere, festivalero, para tratar también una tensa historia de padres e hijos en el norte del país (ella es salteña) demuestra tener mucho manejo y control de los resortes del suspenso, una vez que la situación empieza a volverse cada vez más complicada. Pero también se da tiempo para meterse en la enredada relación entre un padre seco, poco amable y bastante desinteresado en su hija (ya verán cuáles son sus razones) y Martina, una chica que creció odiándolo y con varias cuentas pendientes. Esa es la alianza que tendrán que recomponer mientras las complicaciones y el peligro acechan.
SANGRE BLANCA es una película pequeña, de detalles. No esperen escenas de alto impacto en términos de violencia sino que la apuesta corre más por el tema del suspenso: ¿podrán sacar las drogas del cadáver y llevarlas a destino sin ser descubiertos? ¿Podrán superar sus conflictos y “jugar”, aunque sea una vez, para el mismo equipo? Sarasola-Day opta por manejarse en un terreno acotado y, como recordatorio de que estamos ante un material que podría denominarse Clase B, tiene como protagonista a una actriz famosa cuyo look y hasta vestuario no necesariamente resultan realistas para el lugar, el momento ni la situación.
Eso, si bien por momentos distrae, nos recuerda que fundamentalmente no estamos viendo nada parecido a la realidad. Es un cuento bien narrado en el que, como en el Hollywood clásico, una diva de ojos azules y figura perfecta tiene que hacer las veces de chica común y corriente. Y es creíble porque el género lo habilita y porque De Dominici es una buena actriz que logra transmitir las complicadas circunstancias y emociones que atraviesa su personaje. Con Awada establecen la relación padre-hija acaso menos amable del planeta, pero solo se tienen el uno al otro y de algún modo deben ayudarse a salir vivos de allí.