Streaming: crítica de «Quincy», de Rashida Jones y Alan Hicks (Netflix)
El documental sobre el productor y músico afroamericano, codirigido por su hija, es un repaso algo confuso por su vida y su carrera, y un retrato más íntimo de su actualidad, que lo encuentra amado y admirado, pero muy frágil de salud.
A ver: bajo ningún punto de vista QUINCY es una buena película. Está rodada con los pies, casi no tiene organización narrativa y se parece a un confuso diario íntimo de Quincy Jones rodado por su más famosa hija, la actriz y comediantes Rashida Jones. De todas maneras, vale la pena verlo. ¿Por qué? Porque Quincy es un personaje enorme del mundo de la música, su influencia lo abarca casi todo en la segunda mitad del siglo XX y no se lo valora lo suficiente fuera del mundo de los «conocedores» Y porque Rashida, aunque tenga poquísimas ideas cinematográficas, tiene acceso, intimidad y logra que tanto su padre como quienes lo rodean y rodearon hablen de su obra y se acerquen a él en la película como otros no podrían hacerlo.
QUINCY toma al productor y músico hace unos pocos años, bastante enfermo tras una vida bastante ajetreada en lo personal. Y no solo en el trabajo: su vida sentimental fue compleja y su alcoholismo y espíritu fiestero, al parecer, inagotables. Pero el hombre está mayor y el cuerpo empieza a cobrarse el asunto de golpe. A partir de la recuperación de su enfermedad y de la posterior organización de un concierto que resuma la historia de la música negra para la apertura de un museo afroamericano en Washington, la película de su hija –ayudada por Hicks– se las arregla, pobremente, para contar su historia.
No hay suficiente contexto musical y sí más drama personal de sacrificio, superación, caída y recuperación multiplicado varias veces. El propio Jones y varios colegas nos contarán sus recorridos por diversos estilos musicales (de las bandas de jazz clásico al be-bop, de las bandas sonoras de películas a la producción de Michael Jackson y otros) pero sin demasiadas especificidades, como si su leyenda se diera por sentada cada vez que aparece alguien mucho más famoso que él y le rinde pleitesía. Es evidente que Quincy es una eminencia. La película no logra explicar bien porqué.
Tal vez porque lo que más funciona en estos documentales musicales es contar una historia de vida y, al menos a mí, es lo que menos me interesa, ya que su drama de ascenso y caída, de maltrato de mujeres y arrepentimientos, de anécdotas con famosos, me resultan reiterativas, de esas que con variaciones de nombres, fechas, mujeres y drogas encontrás en cada documental o libro sobre rock, jazz o aledaños. De todo eso, su repaso de la etapa con Michael Jackson es la más detallada. Aunque eso era más que previsible porque es claramente un antes y un después en su popularidad.
No esperen que la película se asome al genio de Jones. Sí logra meterse en su vida privada y trazar un retrato humano y cariñoso (se ve que la hija lo adora aunque uno imagina que debe haber sido un padre muy complejo y/o distante) del personaje, con un recorrido biográfico onda «tocó con todos» que no dice nada que no se encuentre en Wikipedia solo que con más fotos y algunos videos. Es la admiración de todos –desde los más viejos músicos de jazz a los más jóvenes raperos– la que en el documental nos hace dar cuenta que es una leyenda. Lo demás es solo reafirmarlo como un hecho dado y comprobado.
Quincy es un genio y un tremendo personaje, nos dice la película. Y listo. Casi que no hace falta filmar nada. Ya lo sabíamos de antes.