Berlinale: crítica de «I Was At Home, But», de Angela Schanelec
La realizadora alemana de «The Dreamed Path» presentó la película más arriesgada y creativa de la competencia, una historia de un duelo familiar contada como un rompecabezas fílmico y emocional.
La película más arriesgada y atrevida de la competencia hasta el momento, la que divide aguas entre los que la aman y los que la odian, I WAS AT HOME, BUT es otra prueba más que Angela Schanelec quizás sea la cineasta más radical de Alemania entre los que trabajan dentro del cine narrativo (exceptuamos acá a los del área experimental). Su forma de narrar, su manera de mirar, lo riguroso de su planteamiento formal y lo curiosas y esquivas que son sus estructuras dramáticas hacen que sus films siempre sean motivos de admiración y de discusión.
Esta película arranca de manera muy “bressoniana” con planos de distintos animales en un bosque –incluyendo, claro, un burro–, animales que parecen convivir en una extraña sociedad que habitan solo ellos. De algún modo, sin diálogos, tenemos la impresión de que hablan y se comunican. Pero de a poco empezarán a aparecer seres humanos entre ellos, especialmente un chico adolescente. Y luego los animales dejarán el film para no volver por un buen tiempo y, en cierto sentido, allí comenzará la historia.
Resulta complejo resumir narrativamente el film por dos motivos. Primero, porque la manera de Schanelec de ir contando a través de escenas que parecen no estar relacionadas entre sí, con grandes elípsis y ninguna “ayuda” al espectador para que entienda qué está pasando y quién es quién en la historia, vuelve difícil en principio esa tarea. Y segundo porque el film en sí está hecho de desvíos narrativos y viñetas en cierto modo sueltas que vuelven inútil que uno trate de “seguir” una trama en un sentido tradicional.
De todos modos existe y se va armando ante nuestros ojos. La película cuenta la historia de una mujer recientemente viuda y sus dos hijos, un adolescente y una niña. El parece haber vuelto de perderse en el bosque (de ahí, los animales del principio) y ella está preocupada por la situación personal del chico y en el colegio, negando acaso el dolor que ella misma siente. Esta historia de recuperación familiar, de duelo apagado, está rodeada de escenas que Schanelec presenta en distintos tonos: una cómica relación entre la protagonista y un anciano muy particular que le vende una bicicleta, un largo diálogo sobre el cine y la relación entre la verdad y la actuación con la protagonista acusando a un cineasta de “mentir sobre la muerte” (acaso la secuencia más autorreferencial del film), un bellísimo momento musical en el que suena una versión acústica de M. Ward de “Let’s Dance” de David Bowie (acaso la secuencia más potente y emotiva que vi en mucho tiempo) y escenas en la que los niños ensayan en la escuela “Hamlet”, entre otros momentos notables.
Lo particular del film es su construcción formal. Algunas secuencias son largas, con muchos diálogos y no tienen cortes. Otras son silenciosas. Algunas son puramente físicas, casi performáticas. El montaje hace recordar mucho al cine de Bresson con sus bruscos cortes entre tamaños de planos. Y, lo que seguramente la vuelve una película “difícil” para el público: el armado de la historia es casi cubista, tiene que ser descifrado por un espectador paciente y reflexivo, que no espere todo servido.
Por momentos Schanelec se excede, a mi gusto, en la necesidad de ser oblicua y hay ciertos momentos en los que la propuesta se siente innecesariamente enredada. Pero la mayor parte del tiempo consigue lo que se propone, logrando que el espectador, promediando el relato, haya podido “entrar” en el difícil espacio emocional de sus doloridos y confundidos protagonistas. Una película llamativamente arriesgada que se ubica, claramente, en los escalones más altos de lo que se vio en este festival.
Muy buena critica, como siempre.
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