Streaming: crítica de «The Rolling Thunder Revue: A Bob Dylan Story», de Martin Scorsese (Netflix)
Este extraordinario pseudo-documental del director de «Casino» se centra en la más extraña y fascinante de las giras que Dylan hizo a lo largo de su carrera y que tuvo lugar en 1975. Entre la realidad y la ficción, esta excelente película muestra una curiosa etapa creativa en la larga y cambiante carrera del genial músico.
A lo largo de la carrera de Bob Dylan siempre ha sido difícil separar los hechos de la ficción. Intencionalmente, Robert Zimmerman ha creado su propio y enigmático mito, su extraño personaje de misteriosa figura e improbable linaje. Nada de lo que se ha escrito sobre él puede ser considerado del todo real, sea por la propia “farsa” que el mismo Dylan presenta sobre sí mismo como por el simple hecho que todo observador lo altera desde su propia perspectiva. “Dylan” es un himno a la subjetividad. Y si eso no ha quedado claro a lo largo de su cambiante carrera o de aquella excelente película de Todd Haynes (I’M NOT THERE) cuyo eje era la creación del personaje, acá está THE ROLLING THUNDER REVUE para agregarle otras páginas más a la tesis en cuestión.
A diferencia de David Bowie, cuyo sistema pasaba por la constante transformación en distintos personajes, Dylan es en todos los casos Dylan por más fases que atraviese o máscaras que use. Solo que ese “Dylan” no existe sino que es una criatura de ficción creada por un tal Zimmerman de Minnesota quien, probablemente, tampoco sea del todo quien dice ser. Scorsese lo tiene muy claro y en esta película –que jamás puede ser considerada un documental aunque use los recursos del género– lo pone en evidencia de entrada usando una escena de ilusionismo de un film de George Mélies, acaso el inventor de la ficción cinematográfica. A BOB DYLAN STORY es el subtítulo del film y hay que partir desde allí para analizarlo.
No es mi intención aquí revelar los secretos, mentiras e invenciones que hay en la película pero son muchas. Acaso no tenga sentido saber qué de todo es cierto y qué no. ¿Fue de verdad Sharon Stone parte de la gira? ¿Ese político que se llama Tanner no lo vieron en algún otro lado? ¿El curioso cineasta que filmó la original gira de 1975 es quien dice ser? Así se podrían poner en duda muchas de las cosas vistas aquí, pero no es finalmente importante. Es un juego que busca continuar con el misterio, mostrando la cocina de una gira de Dylan pero a la vez engañando al espectador haciéndole creer cosas que no pasaron allí. Que el propio cantante y compositor use una suerte de máscara –bah, de pintura blanca en la cara supuestamente inspirada en las de Kiss– debería ser también suficiente aviso para novatos en este imposible viaje de ida que es la “Dylanmania”.
Asumiendo que todo lo que diga aquí podría ir entrecomillado o ser la narración de una trama de ficción, digamos que The Rolling Thunder Revue fue una gira que Dylan realizó en 1975 y luego continuó en 1976 a lo largo de los Estados Unidos. Pero no fue una gira común sino un proyecto bastante particular. En ese entonces Dylan era una figura masiva y llenaba estadios (lo hizo en su regreso al vivo tras ocho años de ausencia en 1974), pero decidió hacer su gira siguiente en pequeños salones y teatros, acompañado por una banda nueva y con un concepto casi circense que incluía varias performances previas a la suya, desde músicos (Ramblin Jack Elliott, Joan Baez, Joni Mitchell en algún momento, etc) hasta lectura de poesía (por Allen Ginsberg, nada menos). Podría haber incluído domadores de leones y el concepto sería el mismo.
La particularidad de la gira estuvo dada también por la convivencia de muchos artistas de renombre recorriendo unos Estados Unidos en plena crisis económica y de confianza post-Watergate y derrota en Vietnam. El choque entre estas super-estrellas (en la banda estaban Roger McGuinn de The Byrds, el guitarrista de Bowie Mark Ronson, Bob Neuwirth, T-Bone Burnett y Sam Shepard como guionista ad-hoc, entre otros) recorriendo pequeñas ciudades y tocando en lo que parecen por momentos ser salones de bingo, geriátricos o sociedades de fomento para un público más que variado era potencialmente revelador. Y lo fue, más que nada porque Dylan decidió salir al ruedo en su versión más rockera y furiosa, entregándose en el escenario de una manera intensa, enérgica y casi violenta, con una mirada cargadísima (vaya uno a saber de qué) y una banda que le hizo sacar su versión más punk posible. Los que hayan visto a Dylan en vivo en los últimos 30, 35 años verán a otra persona. Sí, alterando radicalmente sus canciones pero con la intención de conectar con la audiencia y no de crear un efecto de distanciamiento y extrañeza.
Scorsese muestra muchas canciones de la gira en vivo, varias de ellas enteras, y allí queda clarísimo esa potencia escénica, algo que se puede comprobar también escuchando la caja de 14 CDs con la grabación de muchos shows y ensayos de esa gira que se editó la semana pasada. “Isis”, “When I Paint My Masterpiece”, “One More Cup of Coffee”, “Hurricane” y otras cancioness son presentadas en sus versiones más potentes jamás escuchadas, con la guitarra de Ronson muchas veces conectando el sonido de Dylan con el de corrientes más contemporáneas del rock de los ’70. También hay lugar para algunas versiones acústicas de clásicos como “Simple Twist of Fate”, “Mr. Tambourine Man” o “I Shall Be Released” que son emocionantes y lograrán poner los pelos de punta a cualquier fan de ellas. Da la sensación, a partir de lo visto y escuchado aquí, que fue la gira en la que Dylan mejor sonó: su banda, su voz, su presencia estaban en un punto quizás nunca igualado.
Podrán leer los cientos de libros que hay sobre Bob si quieren saber en detalle las razones personales que lo llevaron a esa búsqueda. Otra vez, entre la mentira, la verdad y la invención sabemos que su divorcio, su regreso a Nueva York y a la noche del Greenwich Village estuvieron íntimamente ligados a la aparición de esta nueva modalidad de su personaje. Pero es poco lo que Scorsese psicoanaliza a su figura estelar. En la entrevista bastante larga y muy poco usual que da Dylan en el film no se develan misterios. Al contrario, se agregan. Bob entra en el juego de la ficción y toda esa línea de la película es sostenida por sus palabras. “No me acuerdo nada de esa época –dice en un momento muy gracioso–. Fue hace más de 40 años. Yo no había nacido todavía”.
La entrevista (son varias y a muchos de los protagonistas de la gira, grabadas en distintas épocas, pero la central es obviamente la suya) va comentando los distintos momentos vividos en la ruta, mientras las imágenes, inéditas o no –muchas de ellas sacadas del muy poco visto film “Renaldo & Clara”— tuercen muchas veces el sentido de sus palabras, armando microrelatos de relaciones y situaciones que pueden haber pasado o no. Hay peleas internas, romances, un periodista obsesivo de la revista Rolling Stone, el particular director europeo de las escenas que vemos, visitas inesperadas, emotivas conversaciones (se destacan una con Baez y otra con Ginsberg, ya verán los temas y circunstancias) y los típicos problemas personales y económicos que surgen en este tipo de giras y eventos en el que muchos egos lidian entre sí.
“La vida no se trata de encontrarse a sí mismo ni de encontrar nada –dice Dylan hoy–. La vida se trata de crearse a sí mismo y de crear algo”. Y ese es el espíritu de este maravilloso film en el que Scorsese vuelve a revelar su talento y maestría para el retrato de los rockeros clásicos que ama y admira, como ya lo hizo con los Rolling Stones, George Harrison y con el propio Dylan en NO DIRECTION HOME. Lo dijeron mucho antes en aquel western de John Ford: “Cuando la leyenda se convierte en realidad, imprime la leyenda”. Y si bien esa escena de UN TIRO EN LA NOCHE/THE MAN WHO SHOT LIBERTY VALANCE no está entre las citadas aquí, tranquilamente podría estarlo. Es esa la lógica y la intención de este maravilloso pseudo-documental. La única verdad no es la realidad sino la que nos inventamos para sobrevivir.