Estrenos: crítica de «Las buenas intenciones», de Ana García Blaya
Esta opera prima es un encantador relato autobiográfico centrado en la particular vida que llevan un padre divorciado con sus tres hijos en la Buenos Aires de los años ’90. Con Javier Drolas, Amanda Minujín, Sebastián Arzeno y Jazmín Stuart.
La opera prima de Ana García Blaya es una película claramente autobiográfica –humana, sensible, simpática y también un poco triste– acerca de lo que parece ser una etapa de su propia vida, cuando era una niña de unos 9, 10 años, a principios de la década del ’90, y se vio enfrentada a una situación familiar complicada, de esas que uno preferiría nunca tener que atravesar.
Dedicada a su padre y a su madre pero más directamente centrada en la relación con su papá (el músico Javier García Blaya, que falleció en 2015), LAS BUENAS INTENCIONES es una suerte de coming of age de la pequeña Amanda (Amanda Minujín), contada básicamente a partir de las experiencias viviendo, parte del tiempo, con su padre, ya divorciado de su mamá. Encarnado por Javier Drolas, el Gustavo de la ficción es un slacker que ha estirado sus veintes a lo que parecen ser sus treinta y largos. Tierno y querible, fanático de River y de tocar la guitarra todo el día, «empleado» en la disquería de su amigo y compinche Néstor (Sebastián Arzeno), Gustavo parece un personaje salido de una vieja novela de Nick Hornby, viviendo entre discos, fútbol, porros, amigos, parejas ocasionales y sin querer hacerse mucho cargo de nada.
El tema es que Gustavo tiene tres hijos (Amanda es la mayor, luego están Manu y Lala, ellas dos son hijas del actor Juan Minujin) y no es fácil ni para él ni para ellos acomodarse a ese estilo de vida. De todos modos, lo logran. A su manera desordenada y caótica, Gustavo se ocupa de ellos y se nota el enorme amor que les tiene a los tres. Igualmente le resulta imposible dejarlos en horario en la escuela, que no se le mezclen cuestiones de su vida personal (amantes, fiestas, bardo) o tener un departamente propio (parece vivir siempre de prestado).
En una película plagada de música (fundamentalmente de la banda Sorry, integrada por el propio Javier, el también fallecido Pablo Fisherman, Paola Pelzmajer y Sebastián Orgambide, pero también con canciones de Los Violadores, Flema y Charly García) y en la que se habla mucho también del tema y se compone «en vivo», LAS BUENAS INTENCIONES pega un giro dramático cuando la madre de los niños (Jazmín Stuart) toma la decisión de irse a vivir a Paraguay con su nueva pareja (Juan Minujin, haciendo casi un cameo en una película en la que cede el lucimiento a sus hijas), llevándose a los niños con ellos. Para Amanda la noticia es un golpe duro. Pero es tanto su cariño e identificación con su padre que decide quedarse en Buenos Aires a vivir con él. Lo cual, convengamos, no será nada sencillo tampoco. Para ninguno de los dos.
García Blaya mezcla permanentemente películas caseras en VHS (muchas con los actores pero otras reales, mezcladas) dentro del flujo del relato. Las vivencias de los chicos con el padre –en la disquería, yendo a ver a River, en eventos escolares, en las fiestas con amigos a las que él los lleva– son el centro y el corazón del relato, lo que establece el tono humano y realista del film. Cualquiera que haya atravesado esas épocas en Buenos Aires se sentirá fuertemente identificado –o hasta mirará con cierta nostalgia– esa época de escuchar música en casetes TDK grabados y comprados en disquerías de importados, de esperar a ver goles en Fútbol de Primera los domingos a la noche en televisión y de turismo guitarrero en playas de Uruguay. La película refleja a la perfección esa época, más allá que uno la haya vivido como niño, adolescente o adulto.
El gran mérito de García Blaya es el de mantener siempre el tono amable y juguetón del relato, en especial en todo lo ligado al creativo caos de su padre (son muy buenas en general las escenas entre Drolas y Arzeno, y los niños son notables) y a la manera generosa de sus hijos de adaptarse a eso. Salvo en algunos momentos en los que los padres deben lidiar con sus propios problemas, LAS BUENAS INTENCIONES maneja las potenciales situaciones dramáticas con liviandad, compasión y una enorme humanidad. Como la remera de Guns N’ Roses que Manu recibe con alegría o ese Album Blanco de los Beatles que seguramente le cambiará la vida musical a la pequeña Amanda, la película de García Blaya abre el baúl de los recuerdos familiares, los comparte y los vuelve universales. Ese es su pequeño, aunque para nada menor, regalo a los espectadores.