Festivales: crítica de «Some Kind of Heaven», de Lance Oppenheim (Sundance)
Este fascinante documental se centra en las experiencias que atraviesan cuatro jubilados que viven en un lujoso y gigantesco barrio cerrado de Florida habitado solo por personas mayores retiradas.
The Villages es un curioso lugar para vivir, aún cuando no haya nada particularmente curioso o extraño acerca de él. Se trata de una «retirement community» en la Florida, un barrio cerrado para adultos mayores que van a pasar sus vidas allí luego de jubilarse. No es un geriátrico ni nada parecido sino una suerte de country club cuyo promedio de edad ronda los 70 y tantos. Lo llamativo del lugar son dos cosas. Por un lado, su tamaño. Según se comenta brevemente en el film pero puede chequearse online, allí viven alrededor de 100 mil personas y se trata de un lugar con varias canchas de golf, decenas de restaurantes, cines, bares, negocios de todo tipo. Es una ciudad hecha y derecha, a tal punto que ni siquiera está cerrada del todo ya que algunas rutas y caminos la atraviesan. La otra particularidad es su estilo: todas las zonas comunes están diseñadas como si el lugar fuera un pueblo chico en los años ’50, con todas las particularidades que cualquiera que haya visto, digamos, VOLVER AL FUTURO, puede reconocer a simple vista.
Esto, obviamente, puede permitir dos lecturas enfrentadas. Por un lado están los que lo ven como un «paraíso sobre la Tierra» en la que muchos jubilados (casi todos blancos y económicamente sólidos) van a disfrutar relajadamente sus últimos años o décadas de vida, haciéndose amigos, disfrutando del deporte y hasta encontrando nuevas parejas o formas de vida distintas a las que tenían hasta entonces. Otros muy probablemente lo vean como algo más cercano a THE TRUMAN SHOW, PLEASEANTVILLE o cualquier otra película o serie que muestre una ligeramente creepy comunidad en la que el placer está relacionado con la negación respecto a todo lo que tenga que ver con el mundo real.
En SOME KIND OF HEAVEN, el joven realizador Oppenheim (que tiene 23 años y podría ser nieto de casi todos los que aparecen aquí) encuentra quizás un tercer punto de vista, llamémoslo intermedio. Centrándose en cuatro personajes –quizás no los más convencionales dentro de los que viven en un lugar en el que Donald Trump obtuvo más del 70% de los votos–, el realizador parece entender que las dos cosas pueden convivir a la vez, que el lugar puede ser perturbador, incómodo y raro pero también proveer algún tipo de contención emocional o, bueno, literal.
Dos de los cuatro personajes que elige son, claramente, marginales dentro de la lógica de The Villages. Dennis es, literalmente, un «colado», una suerte de viejo ex hippie de 80 años que vive en su van y que intenta conquistar a alguna viuda para que no lo echen del establecimiento, cosa que no le es necesariamente fácil. La pareja que integran Reggie y Anne es complicada. Desde que están ahí él se ha vuelto más y más excéntrico, experimentando con drogas y manteniendo una vida casi apartada del resto mientras que ella, bastante fastidiada con él la mayor parte del tiempo, por algún motivo lo soporta en sus cada vez más bizarras decisiones. Y por último está Bárbara, que es viuda y necesita trabajar en el lugar para poder vivir, lo que la transforma en la persona en apariencia menos visiblemente contenta de su experiencia en el lugar.
El realizador arma SOME KIND OF HEAVEN de una manera muy cuidada, con planos formalmente muy prolijos que remiten a ciertos modos austríacos de tratar estos mismos temas (digamos que una clara referencia en ese aspecto es el mundo de Ulrich Seidl) ligados a la vejez, la soledad y ciertos comportamientos digamos peculiares. Pero lo que lo distancia de esa frialdad clínica es una relación más afectiva y comprensiva (condescendiente quizás, pero tierna) con sus protagonistas, descastados en el lugar que han elegido, más que como hogar, como modo de vida. Fuera de ellos –cuyas experiencias conocemos– el universo de The Villages puede parecer un poco bizarro y muchos de los habitantes nos pueden resultar como víctimas de algún tipo de lavado de cerebro, pero la película nunca empuja esta teoría. Han pagado por una idea de Sueño Americano y, quizás, la lógica del lugar sea, para ellos, exactamente eso. No tanto para nuestros protagonistas, claro está.
Quizás lo único dudoso de la película es que muchas de las escenas, por la manera en la que están filmadas, dan la impresión de estar preparadas al punto que uno duda si no está viendo algún tipo de ficción con cierto sesgo documental. El uso de planos y contraplanos en algunas escenas, entre otros detalles, le dan a SOME KIND OF HEAVEN un aura un poco inusual para el género. Pero quizás sea parte de la misma propuesta. Si el lugar se caracteriza por ser un muy creíble facsímil del mundo real, quizás la película sea también una razonable copia de un documental. De una u otra manera, ambas cumplen con el cometido que se proponen: hacernos creer «las historias» que narran y, a la vez, permitirnos notar que tienen agujeros difíciles de tapar.