Streaming: crítica de «Diamantes en bruto», de Josh & Benny Safdie (Netflix)

Streaming: crítica de «Diamantes en bruto», de Josh & Benny Safdie (Netflix)

por - cine, Críticas, Estrenos, Streaming
29 Ene, 2020 10:33 | comentarios

Brutal, divertida e intensa película de los directores de «Good Time» en la que Adam Sandler encarna a un joyero y jugador compulsivo que se mete en problemas por deudas. Una película adictiva sobre la adicción. En América Latina se estrena en Netflix el 31 de enero.

Hay una escena, promediando DIAMANTES EN BRUTO, que resume mejor que miles de tratados, novelas y películas lo que siente un adicto. En este caso, la adicción es al juego, más precisamente a las apuestas deportivas. La vida de Howard Ratner (un desatado Adam Sandler, en una de las grandes actuaciones de su carrera) corre peligro ya que unos matones lo buscan por un dinero que debe. Tras una épica serie de idas y vueltas, Howard logra hacerse de esa plata y se dispone a pagar. Pero se da cuenta que si hace una apuesta más puede quintuplicar, o más, esa cantidad. Y ante la furia de sus perseguidores que tienen un arma pegada a su rostro, decide hacerla igual. A todo o nada. Vivir o morir en la suya.

La nueva película de los hermanos Safdie tiene el ADN del cine norteamericano de los ’70 –más precisamente neoyorquino– en cada electrizante plano. Si a eso se le agrega una banda de sonido electrónica trepidante de Daniel Lopatin (Oneohtrix Point Never), uno puede pensar que la película es una actualización brutal del estilo desarrollado por John Cassavetes, Robert Altman, Sidney Lumet y Martin Scorsese, entre otros cineastas que recorrieron las calles de Nueva York en ese momento, mucho más hostil en apariencia que ahora. Pero los Safdie encuentran ese nervio y esa hostilidad en la Manhattan «modernizada» de hoy. Sí, la ciudad está copada por edificios de lujo, turistas asiáticos y millonarios rusos, pero si uno se pone a dar vueltas por el Diamond District encontrará que hay resquicios no tan diferentes al porteño barrio del Once.

Howard es un nervioso cuarentón judío dueño de uno de esos locales internos a los que se entra pasando varias barreras de seguridad. Pero no imaginen un local de lujo. El sistema de alarmas no funciona bien, los empleados están hartos de su maníaco jefe y la oficina tiene muchas más joyas de apariencia dudosa que reales. Pero Howard tiene lo que él cree que es un as en la manga. Para zafar de las deudas que acumula por su adictivo accionar (su sistema consiste en acumular préstamos empeñando cosas y pagar a unos con dineros de otros y así, en un loop eterno y caótico), el hombre parece tener la solución: ha comprado y contrabandeado de Etiopía una aparentemente carísima joya, un ópalo. Y sabe que al rematar eso sus números cerrarán de una vez.

Igual, es claro que a Howard nunca le cerrarán los números porque no podría vivir así. Necesita la adrenalina del caos, del riesgo, de hacer complejas apuestas en la NBA que solo pueden salir bien si se cumplen un montón de variables. Y esa forma de actuar se traslada a su vida personal: está casado y a punto de separarse de una esposa que lo odia (Idina Menzel), su hija mayor lo ignora y al más pequeño lo ignora él. Apenas el del medio parece haber heredado de su padre el amor por el deporte y, tarde o temprano, uno imagina que también por las apuestas.

La vida de Howard es una suerte de DESPUES DE HORA que transcurre a lo largo de unos ajetreados días neoyorquinos. El primer desliz lo comete cuando la estrella de la NBA Kevin Garnett (que se interpreta a sí mismo, ya que la película transcurre en 2012, época en la que KG todavía jugaba y en los Boston Celtics) posa sus ojos sobre el ópalo en cuestión y lo quiere para él. Howard no quiere saber nada con dárselo ni vendérselo, pero se lo presta, a modo de amuleto de la suerte, para uno de los partidos de play-off que tiene que jugar su equipo contra Philadelphia. Howard decide apostar dinero que debería usar para pagar deudas en ese partido y ahí comienza (en realidad continúa una forma de vida que evidentemente viene de antes) la serie de penurias que los Safdie cuentan en estos virulentos, caóticos y por momentos graciosos 135 minutos de película.

Para algunos, las actitudes de nuestro antihéroe, su forma de relacionarse con el mundo (con sus empleados, sus hijos, su familia y hasta su amante a la que le ha comprado un departamento en Manhattan) y su pasivo-agresiva forma de conectar con los otros podrán resultar exasperantes. Y quizás lo sean. Pero el gran logro de UNCUT GEMS está en que, aún siendo conscientes que Ratner es un tipo complicado (no diría despreciable, pero está en el borde) no podemos evitar ponernos de su lado y desear que logre salir de los continuos problemas en los que se mete.

Los Safdie vuelven a demostrar su habilidad para el casting. Sandler, si bien es perfecto para el rol (su andar nervioso, su contenida violencia, su «judaísmo explícito» lo hacen candidato número 1) acaso no sea la elección más obvia para un drama indie. Pero lo es. Apenas aparece pensamos en el Ratso de Dustin Hoffman en PERDIDOS EN LA NOCHE. Y al rato se vuelve un personaje de película de Abel Ferrara (o el De Niro de CALLES VIOLENTAS, el Pacino de TARDE DE PERROS) solo que en versión judaica. Y el elenco se completa con debutantes como Julia Fox, perfecta como su empleada-amante, acaso la única que parece bancarle, noblemente, sus locuras; y el propio Garnett encarnando una versión unos años más joven de sí mismo. Eric Bogosian, Judd Hirsch y varios personajes reales del universo de los joyeros de Manhattan completan un elenco perfecto.

Más allá de ser un retrato frontal de un adicto compulsivo y un drama que se convierte rápidamente en un thriller en el que está en juego su supervivencia, DIAMANTES EN BRUTO es un más que interesante análisis sobre las relaciones raciales en los Estados Unidos, especialmente en lo que tiene que ver con las conexiones entre judíos y afroamericanos (que son particularmente fuertes en el mundo de las apuestas deportivas y de las joyas que vemos colgadas en tantas estrellas del deporte y de la música) que le dan a ese país –y, en especial, a esa ciudad– un ritmo, color y nervio urbano que jamás tendrán otras ciudades. Hay una energía y una efervescencia neoyorquina que la da esa mezcla de etnias, razas, culturas, religiones y nacionalidades (no solo las aquí citadas, sino muchas otras) y eso está reflejado a la perfección no solo en los personajes y sus mundos, sino también en el ritmo acelerado y enervante de la película, que no da un segundo de descanso.

Quizás los únicos momentos en los que los Safdie subrayan de manera un tanto excesiva los motivos del film están en la escena de apertura y de cierre en las que intentan conectar al protagonista con los sufridos etíopes que encuentran esas piedras preciosas a través de imágenes, si se quiere, un tanto psicodélicas. La metáfora es atendible –la idea del metal precioso y lo que eso representa, simbólicamente, en ambos polos de su «recorrido comercial»–, pero acaso la forma se aleja un tanto del estilo realista y callejero que manejan tanto en esta película como en HEAVEN KNOWS WHAT y GOOD TIME, sus inmediatamente anteriores y electrizantes films. El curioso hecho (al menos para Garnett) de que los recolectores etíopes de piedras preciosas sean también judíos es una de esas «bromas del destino» que terminan por dar un extraño sentido global a lo que se cuenta aquí.

UNCUT GEMS es una película sobre la codicia, la traición, la locura y la manía que lleva a ciertas personas a vivir con un permanente impulso suicida, a necesitar esa corriente de adrenalina como oxígeno vital aún sabiendo los riesgos que corren al entregarse a ella. Entre la salvación por la vía del dinero y la tragedia (o la quiebra económica, o la destrucción familiar) hay una línea tan fina como la que existe cuando un basquetbolista lanza un tiro de tres puntos. A veces la bola entra y la explosión de alegría es inmediata. Pero, en la mayoría de los tiros, la pelota rebota en el aro y se escapa, seguida por un silencio asfixiante. Así en el deporte como en la vida.