Berlinale 2020: crítica de «Isabella», de Matías Piñeiro (Encounters)
En su película formalmente más ambiciosa y compleja, el realizador de «Viola» parte de la competencia entre dos actrices por un rol en una pieza de William Shakespeare para hacer una exploración temporal y geográfica sobre los vaivenes de una relación.
En su sexto largometraje tras casi quince años del estreno de su opera prima EL HOMBRE ROBADO, el realizador argentino pega un cierto giro a su carrera, uno que de alguna manera lo lleva a recorrer un camino un tanto más experimental y abstracto que el utilizado hasta ahora pero sin renunciar ni a sus temas, ni a su cercanía con el universo de Shakespeare ni a sus preocupaciones formales más notorias. ISABELLA, en ese sentido, se propone exploraciones temporales y geográficas que transforman a la película en un experimento en el que las habituales referencias «rivettianas» que suelen mencionarse a la hora de hablar de su cine podrían trocarse por las de Alain Resnais, ya que la película tiene algunas reminiscencias de MURIEL o hasta EL AÑO PASADO EN MARIENBAD.
Con la obra «Medida por medida» de por medio, ISABELLA (que es el nombre de la protagonista de esa comedia no tan comedia de Shakespeare) se centra en una suerte de competencia entre dos actrices por quedarse con ese rol en una puesta teatral de la pieza. Mariel (María Villar), necesitada de trabajo aunque con miedo de volver al ruedo actoral, se prepara obsesivamente para la particular audición que tendrá que hacer para conseguirlo. En paralelo, Luciana (Agustina Muñoz), una actriz un tanto más exitosa que ella, ha rechazado ese mismo papel para irse a filmar una película en Portugal. Además del rol en cuestión, entre medio de ambas está el hermano de Mariel, que es amante de Luciana, y al que su hermana no ve y desea reencontrar.
Pero paradójicamente la relación entre ambas no parece ser ni tensa ni de competencia. Más bien al contrario: Luciana quiere que Mariel tome el papel que ella dejó y la ayuda para atravesar la audición que consiste –además de actuar una escena de la obra– en escribir un texto personal ligado en este caso a su hermano, entre otras cosas. De a poco, y a partir del uso de separadores con distintos tonos y colores, vamos viendo que la película empieza a saltar en el tiempo de una manera no necesariamente lineal. Mariel está embarazada y no consiguió el papel. Luciana ya ha regresado y es ella la que está por hacer la obra. Mariel hace la audición. Luciana filma una película. Mariel ya es madre. Y así. En una serie de conjugaciones temporales que pueden ser un poco confusas pero que funcionan más como moods que como estrictas y claras líneas narrativas, vemos como la relación entre estas dos mujeres se profundiza y complica, se une y se separa.
Siempre con la obra de por medio –las escenas en las que ensayan ambas o la audición de Mariel son las partes estrictamente «shakespeareanas» del film, aunque su espíritu, como en toda la obra de Piñeiro, lo contiene en todo momento–, ISABELLA se presenta como un ejercicio un tanto más experimental en su carrera, pero uno que a la vez tiene un eje claro y central como es la relación ambigua entre estas dos mujeres, que comparten profesión y, en cierto modo, un hermano/amante en el medio. Colabora mucho en la elegancia de las transiciones que propone la película la edición de Sebastián Schjaer y la fotografía de Fernando Lockett, habitual colaborador del realizador.
Con sus habituales diálogos fluidos –el ensayo entre Villar y Muñoz de una escena de «Medida por medida» es de un notable espíritu lúdico– y su gusto por las conexiones misteriosas dentro de tramas un tanto complejas, el realizador de VIOLA hace una suerte de paso lateral en su carrera, que quizás parecía ir en busca de una mayor «accesibilidad» para meterse aún más en las profundidades no solo del universo «shakespeareano» sino de la propia esencia de ese fascinante e inasible arte al que llamamos cine.