Berlinale 2020: crítica de «Siberia», de Abel Ferrara (Competencia)
Un hombre solo en un paraje helado y desértico vivencia distintos y complicados momentos de su propia vida en esta suerte de reflexión con elementos autobiográficos del realizador de «Un maldito policía».
Tarde o temprano a todo cineasta le llega el momento de mirar para atrás y reflexionar sobre su propia vida y experiencias. Muchos directores lo han hecho de mil distintas maneras –autobiografía hecha y derecha, autoficción, todo tipo de memoirs, alter-egos varios– y sus películas suelen incluir reflexiones acerca de su obra mezcladas con lo que en muchos casos son conocidos hechos de su vida real. Una suerte de terapia pública cuyos receptores somos nosotros. Y cuando esos directores tienen una personalidad pública trascendente o reconocida –como es el caso de Ferrara– el asunto se vuelve aún más personal ya que uno cree conocer, en cierto modo, algunos hábitos de esas figuras.
SIBERIA es, para el director de EL REY DE NUEVA YORK, una suerte de delirio febril transformado en extravagante experiencia cinematográfica. No puedo dejar de pensar en el cineasta imaginando todo lo que sucede aquí en la cama de un hospital estando al borde de la muerte o en condiciones no del todo «estables» de la mente. Hay algo sin filtro, directo, del cerebro a la pantalla, que si bien ya es parte de la «marca Ferrara» aquí se siente más fuerte que nunca, para bien y para mal. No hay dudas que se trata de una película honesta, hecha desde las tripas, sin pensar en nada más que en poner en pantalla las propias emociones, miedos e historias. También mucho de lo problemático de la película está ahí.
No hay una historia per se en SIBERIA más que una excusa para una serie de recuerdos transformados en pesadillas, vivencias o experiencias. Willem Dafoe encarna a Clint, un tipo que vive en un paraje helado (que puede o no ser la «Siberia» del título) en el que no hay más que lobos, nieve y viento. Regentea una suerte de bar al que llegan personas que hablan en idiomas que él no entiende pero logra fácilmente comunicarse: es que más que cualquier otra cosa esos helados visitantes vienen en busca de alcohol, sean esquimales o una mujer embarazada con su abuelita rusa. Y lo que hay que adivinar solo es cuál bebida y cuánta cantidad.
Esa introducción más o menos calma y contemplativa empezará a romperse de a poco cuando veamos que Dafoe parece estar en dos lugares a la vez o interpretar a dos hermanos que hablan entre ellos, o quizás no sea tan así. Ya cuando la mujer embarazada decida, por motivos incomprensibles, mostrarle su cuerpo desnudo a Clint y de ahí pasar a acostarse con él, SIBERIA habrá entrado oficialmente en el territorio más personal, raro y salvaje surgido de la mente de su director.
La bella embarazada es solo el principio de un trip alucinógeno que irá yéndose a rincones cada vez más bizarros que no conviene detallar pero que dejarán a muchos fascinados, a otros extrañados y a muchos más sintiendo que están viendo algo al borde del absurdo. Ese ha sido siempre el recorrido de Ferrara, solo que acá –al no tener otra trama más que explorar su propia mente y recuerdos– está expuesto de una manera que puede ser sublime o, bueno, rozar el ridículo.
Hay algo terapéutico en ese viaje en el que aparece un hijo, una ex esposa, una madre, animales parlantes, enanas obesas, bandas de heavy metal y otras variopintas imágenes y personajes de cargadísimo simbolismo. Acaso el más sencillo de todos sea el más efectivo: la jauría de lobos que lo mueven a Clint de acá para allá y que suelen mirar todo de afuera con lo que suponemos es algo así como un «gesto adusto». Los bellos y helados exteriores también dan bastante respiro a un film que por momentos es tan negro como la imaginación y las pesadillas del director, aunque en algún momento cambie radicalmente el escenario por otro más soleado.
No tendrá la belleza estética de los «memoirs» de Fellini, Kurosawa o Bergman, pero no hay duda que es un auténtico y desatado Ferrara, por momentos coqueteando con imágenes que parecen sacadas de una versión clase Z de un film de David Lynch. No. Ferrara no es elegante ni sutil ni mucho menos refinado. Hay algo expuesto sin tapujos ni verguenzas en SIBERIA y eso es algo más valorable aún que el propio resultado del film o de muchas de las escenas armadas a partir de esas visiones.
Lo único criticable, en mi opinión, está más allá de la narrativa confusa, los diálogos torpes o las referencias obvias y sin filtros, sino que tiene que ver con una suerte de autocompasión ligada a esa revisión de su propia vida que suena un tanto arrogante. En la mayoría de esos trips en los que enfrenta situaciones duras y difíciles del pasado, lo que hay es una suerte de reconciliación con el otro que raramente pasa por que su alter-ego asuma alguna parte de responsabilidad en las cosas aparentemente terribles que hizo. Más bien lo contrario. Es como si el resto del mundo tuviera que disculparse por no haber comprendido que los genios suelen ser, según la película, personas egocéntricas, desagradables y que arruinan las vidas de quienes los rodean, pero que todo eso es justificable porque están poseidos por una causa mayor que es su propio arte. Una aseveración autoconmiserativa que es por lo menos bastante discutible.