Berlinale 2020: crítica de «Volevo nascondermi», de Giorgio Diritti (Competencia)
Esta biografía del excéntrico pintor italiano Antonio Ligabue será recordada, solamente, por la personificación de Elio Germano, haciendo el rol de uno de los más curiosos de los artistas plásticos del siglo XX.
El pintor Antonio Ligabue es, sin dudas, un caso muy particular. Un hombre con una complicada historia y un severo trastorno psico-físico que se dedicó a la pintura y cuyos cuadros –no estrictamente buenos, pero con inquietantes elementos dentro de una estética bastante naive, un tanto a lo Tim Burton– han alcanzado un cierto culto entre los que lo consideran un genio incomprendido y los que, quizás, lo celebran por su propia peculiaridad. El realizador Giorgio Diritti ha intentado hacer una suerte de biografía despedazada, un poco como la psiquis de este curioso hombre, un personaje propio de una película de David Lynch y un pintor que es a Van Gogh lo que una banda tributo a los Beatles es a los verdaderos. Los resultados del film son modestos, con una segunda hora más interesante y formalmente coherente, pero con un claro punto destacado: la actuación de Elio Germano en el rol principal.
Cuando digo «destacado» no necesariamente quiero decir «bueno». Es el tipo de actuación rimbombante que genera mucha admiración pero también bastantes rechazos, ya que es la clase de personificación que llama mucho la atención sobre sí misma (los tics, los movimientos físicos, la forma de hablar, cada gesto, los arranques violentos, etc.) y eso a veces le juega un poco en contra a las películas. Y eso mismo sucede un poco en VOLEVO NASCONDERMI, que a veces se pierde como película adentro de su personaje.
Es cierto, también, que Diritti parece querer hacer eso de entrada: que la narración entera sea una serie de desprendimientos un poco caóticos, desestructurados e impresionistas de un hombre que no ve ni vive el mundo de una manera demasiado convencional. La historia arranca como una serie de flashbacks que van y vienen a lo largo de la infancia de Ligabue, dejándonos en claro que estuvo cerca de convertirse en el mismísimo hombre elefante.
Abandonado por su madre, educado por una familia suizo-alemana, víctima de todo tipo de bullying posible, Ligabue crece como un outsider absoluto, uno que parece que en cualquier momento terminará internado de por vida (lo estará, pero de modo pasajero), atravesando alguna situación peligrosa o quién sabe cómo. Pero la pintura termina funcionando como tabla de salvación. No necesariamente psicológica –sigue siendo una persona perturbada, agresiva y extraña– pero al menos le permite una cierta valoración social inesperada. Valoración, digamos, que no siempre le hace bien.
La película versará sobre su arte, un poco, sobre sus intentos de tener algún tipo de relación con alguna mujer y sobre su extraña manera de gastar el dinero que va consiguiendo con la venta de sus cuadros (autos y motos son su pasión). Pero la película no termina de tener un centro más allá de su un tanto incomprensible obsesión con Cesarina, con la que quiere casarse pese a la negativa de la estricta madre de la chica de renacentista belleza.
Retrato de pintor excéntrico, con algunos toques originales pero excesivamente larga y sin demasiado más que decir más que mostrar esas mismas excentricidades, lo más probable que uno se lleve del film de Diritti es cierta curiosidad por saber quién fue Ligabue. Y para los jurados, acaso, poner a Germano en la lista de posibles candidatos a mejor actor.