Streaming: crítica de «BoJack Horseman» (Temporada 6)

Streaming: crítica de «BoJack Horseman» (Temporada 6)

En la última temporada de la serie de Netflix nuestra decadente estrella protagonista debe enfrentar muchas de sus cuestionables acciones del pasado. La serie creada por Raphael Bob-Waksberg culmina enfrentando a su protagonista no solo al temido escarnio público sino al de sus seres más cercanos.

«You do the Hokey Pokey/
And you turn yourself around»
(The Hokey Pokey Song)


Siempre tuve la sensación que BOJACK HORSEMAN era una serie a la que le podía costar encontrar un público, especialmente fuera de los Estados Unidos. El problema principal, tengo la impresión, es que si bien ya de por sí las series de animación para adultos tienen un público reducido o muy específico, esta lo tiene doblemente, ya que lo «adulto» de su temática tampoco tiene mucha relación con lo que habitualmente esperan los consumidores de ese tipo de animación. ¿Qué quiero decir con esto? La animación adulta suele apoyarse en contenidos –acción, suspenso, comedia, violencia– que no son los principales que ofrece la serie creada por Raphael Bob-Waksberg. Sí, es cierto que la comedia es un factor importante de la historia, pero no en la manera más tradicional. Y siempre está atravesada por una suerte de dolor, frustración y hasta patetismo que hace que aún las cosas más risueñas se nos atraganten en algún lugar.

El milagro de esta comedia dramática animada sobre un actor alcohólico, depresivo y egoísta es que haya sobrevivido todos estos años yendo cada vez más a fondo, más profundo, metiéndose en zonas cada vez más incómodas y difíciles. En esta última temporada de 16 episodios que se vieron en dos etapas (los primeros ocho debutaron en octubre y el pasado 31 de enero aparecieron en Netflix los ocho restantes y finales), BOJACK HORSEMAN se vio enfrentado a un conflicto que de alguna manera anticipó. Es que su protagonista, por más cercano que lo podamos sentir al haberlo acompañado a lo largo de todos estos difíciles y oscuros años, no está muy lejos de ser uno de esos personajes que fueron «cancelados» en los últimos años a partir de sus actitudes y comportamientos, especialmente con las mujeres. ¿Cómo lidia entonces la serie con el hecho de que su antihéroe tiene que enfrentar que los desastres que hizo a lo largo de décadas en algún momento volverán a mirarlo de frente?

Es cierto que BoJack ya viene hace un tiempo desgarrándose por algunos hechos desgraciados que cometió en su vida. Pero ahora no solo se trata de una tortura personal sino de una pública. La sexta temporada se dividirá en dos etapas (POSIBLES SPOILERS DE AQUI EN ADELANTE). La primera –los episodios estrenados en octubre pasado– hacen eje en su largo y complicado paso por una clínica de rehabilitación alcohólica. Y la segunda mini-temporada parte de una investigación periodística acerca de la muerte de Sarah Lynn (la niña que supo ser su hija en la serie que lo hizo famoso y que murió, temporadas atrás, por una sobredosis de la que él es, en cierto modo, responsable) que descubre su rol detrás de ese, y de muchos otros, acontecimientos, digamos, «dudosos». Con cada vez menos espacio para el humor –que, de todos modos, atraviesa la serie en todo momento, aún en los más incómodos–, la última tanda de episodios conecta a la serie con la discusión pública actual sobre –por simplificar un análisis que debería ser más largo y complejo– los daños causados por la llamada «masculinidad tóxica» y hasta el patriarcado como concepto que engloba casi todo lo que aquí sucede.

Esta última mini-temporada pone especial énfasis en esta suerte de ajuste de cuentas del mundo para con Horseman. Sus amigos –a los que por lo general usó y maltrató– tienen que lidiar con la mezcla de emociones que implica ver al hombre (bah, medio caballo y medio humano) tratar, por un lado, de mejorar cuando, al mismo tiempo, todo su pasado vuelve para acecharlo en el peor momento. Y la gente que lo rodea se enfrenta a una situación más que incómoda: ni ellos pueden seguir negando que BoJack es, nos guste o no, un ser bastante monstruoso. Esa incomodidad la vive también el protagonista. Si bien él es más que consciente de sus desastres personales, una cosa es lidiar con eso en la intimidad y otra es ser literalmente escrachado en público.

Al tercero que lo incomoda todo esto es al espectador quien, más allá de saber que el protagonista de esta historia es un desastre como ser humano, ahora está en la situación de tener también que pensar si no debería tomar distancia. Uno puede imaginar que BoJack podría ser cualquiera de estas celebridades «canceladas» en los últimos años (en un momento muy claro lo comparan con Bill Cosby y si a uno no le había caído la ficha hasta entonces, bueno…) y al espectador se lo pone en el incomodísimo asiento de acompañante de ese viaje tremendo que va derecho a darse contra la pared. ¿Será tiempo de soltarle la mano o acompañarlo en esa caída que, literalmente, puede adivinarse en los créditos de apertura de la serie?

Ese es el extraño y fascinante camino que planteó toda la serie pero que culmina de manera elocuente en esta temporada, un recorrido que fue paralelo al del mundo real a la hora de tratar con este tipo de personajes. Es obvio que cuando Bob-Waksberg creó a BoJack no imaginaba que el movimiento #metoo iba a aparecer y a convertir a su simpático pero irresponsable protagonista en un ejemplo de todo lo que está mal en la cultura contemporánea, especialmente en Hollywood, el mundo en el que se maneja la serie. En algunos de los últimos episodios la manera de lidiar con esos temas puede ser un tanto obvia y subrayada, y si bien siempre está recortada por un humor ácido en extremo, es innegable que BOJACK HORSEMAN trata de ubicarse en medio de ese ajuste de cuentas con los excesos del pasado reciente. Y por momentos se pasa de rosca en esta suerte de blame game y de excesiva victimización que es moneda corriente en ciertos discursos actuales a la hora de lidiar con estas temáticas.

Tras un extraño anteúltimo episodio que hace pensar en un final que no fue y que, en cierto sentido, lleva a su punto culminante ese exceso de victimización –volviendo a poner al propio Horseman como un abusado cuyos problemas fueron generados, familiarmente, generaciones atrás–, la serie se resuelve (o cierra) de una manera magnífica, poética, hasta liviana, encontrando que, de alguna manera u otra, el protagonista debe enfrentar las consecuencias de sus actos, tanto legal como personalmente, perdiendo trabajos, amistades y otras cosas que no conviene revelar. Es un cierre duro, pero adulto, que no necesariamente se saca el problema de encima poniendo la culpa en otros, sino que asume –como dice Diane, la amiga y confidente durante mucho tiempo de BoJack– que, quizás, «la vida es una mierda y después hay que seguir viviéndola«. A partir de hacerse cargo de las consecuencias de sus propios actos –las pérdidas, especialmente, de gran parte de las personas cercanas– es que BoJack, y no solo él sino muchos más, podrán «seguir viviendo» y encontrar nuevas oportunidades para salir adelante.