Streaming: crítica de «Circus of Books», de Rachel Mason (Netflix)

Streaming: crítica de «Circus of Books», de Rachel Mason (Netflix)

Este documental que acaba de estrenar Netflix cuenta la curiosa vida de una pareja de septuagenarios judíos en apariencia muy convencional que manejó durante décadas la mayor librería y distribuidora de pornografía gay en los Estados Unidos.

Si uno se topara con Barry o Karen Mason por la calle, una pareja de septuagenarios norteamericanos judíos simpáticos y convencionales jamás podrían suponer que durante más de treinta años fueron los dueños de la librería de pornografía gay más famosa de Los Angeles y que, en un momento, llegaron a ser los distribuidores más importantes de ese tipo de videos en los Estados Unidos. Ese contraste, en cierto punto, es el atractivo inicial de CIRCUS OF BOOKS, este documental que, al estar dirigido por la hija de esa pareja, se acerca con muchísima intimidad, material y cariño a esta dupla de curiosos personajes.

Uno podría suponer que, quizás, cuando los Mason empezaron con su local en West Hollywood en los ’80 (en realidad el local ya existía como «Book Circus», ellos lo compraron y renombraron») eran muy distintos a lo que son ahora, algo que muchas veces suele suceder en casos de ancianos que parecen el colmo de lo estructurados pero que tuvieron vidas completamente distintas a lo que hoy parecen. Pero no. Barry y Karen siempre fueron más o menos así: una pareja judía bastante conservadora y tradicional con tres hijos (dos varones y Rachel) que venían de tener otros trabajos –ella era periodista y él, una suerte de técnico/inventor de maquinarias– y que un día se dieron cuenta que había un negocio posible en ese rubro.

La película toma la forma de un retrato familiar a partir de la experiencia personal de la directora, que le suma a la saga de la mítica librería y videoclub la historia personal, con sus particulares giros que quizás no sean tan particulares y específicos como los del local pero que son importantes a la hora de entender la rareza de todo el proceso. Es que la pareja, en especial su madre, viene de un background y una educación bastante religiosa (no confundir con la ortodoxia judaica, la suya es una educación muchísimo menos estricta) y con bastantes limitaciones a la hora de poder incorporar el aspecto laboral de sus vidas al personal.

No solo los hijos sabían poco y nada en qué consistía el trabajo de sus padres sino que ellos mismos no lo contaban mucho tampoco a la gente con la que se rodeaban, ni amigos ni mucho menos familiares. Eran los reyes de la cultura under gay de California, se codeaban con estrellas del porno y con celebridades de las revistas del género como Larry Flynt, y eran testigos de todo tipo de actividades sexuales adentro y en las afueras de su local, pero seguían mostrando para afuera una imagen absolutamente convencional. Finalmente, esas limitaciones y miedos de su madre se verán desafiados luego ante un hecho más cercano que la obligará a enfrentarse a ellos.

Pero si bien, sobre el final, Mason apuesta a la emoción por el lado de la familia y de la situación del local en los últimos años, la película funciona mucho más desde el humor que la situación genera. Por el choque de aspectos y personalidades, sí, pero también por la propia gracia de los personajes, especialmente Karen que, como buena madre judía, insiste en decirle a su hija qué vale la pena filmar y qué no, entre otros comentarios muy graciosos que dispara aquí y allá.

Por otro lado está la historia del lugar en relación con los cambios atravesados por la cultura gay de los Estados Unidos, empezando por un éxito inicial que sobrepasó en mucho sus expectativas (tuvieron más locales, llegaron a producir y distribuir muchísimas películas porno) y las complicaciones posteriores, que empezaron con la persecución contra la pornografía de la época reaganiana, continuaron con la devastadora llegada del sida para terminar chocándose con otro «enemigo» inesperado: internet.

Esa historia del local en relación a su clientela está muy bien documentado y genera algunos curiosos descubrimientos que los verán en el film. Un interesante detalle, más si se compara este mundo con el visto en films como THE DEUCE, centrados en el mundo de la pornografía neoyorquina, es lo distintos que ellos eran de los habituales dueños de este tipo de locales. Quizás eso, aseguran, fue el secreto de su éxito: trabajaban en un universo complicado en términos comerciales y financieros pero lo hacían desde afuera, sin involucrarse en las zonas más oscuras del negocio.

Con testimonios de empleados de varias épocas, amigos de la familia y muchos clientes del muy popular lugar, CIRCUS OF BOOKS puede no ser un gran documental pero sin dudas es uno que, de un modo muy entretenido y accesible, sirve de entrada a un mundo que para cierta público resulta completamente lejano o distante. Si la religiosa Karen puede comprar y vender todo tipo de parafernalia sexual, manejando a la vez las decenas de subdivisiones específicas de la pornografía que vende, cualquiera puede hacerlo.

Hay un solo elemento que Karen parece no poder manejar del todo bien (Barry lo lleva mucho mejor) y es el de no seguir viéndose a sí misma un poco alejada –y hasta moralmente superior– a los habitantes del universo en el que trabaja. Cuando se de cuenta que, en cierto modo, ese universo está más mucho cerca de su casa de lo que imagina, se le caerán unas cuántas estanterías. Y no le será fácil volverlas a poner en su lugar. Más bien, tendrá que cambiarlas.

CIRCUS OF BOOKS –que tuvo su paso por varios festivales el año pasado– es un documental simpático, llamativamente amable y muy accesible, en especial en función de los temas que toca y el mundo que describe. El film de Mason lleva otro hito del «underground» y de la cultura gay norteamericana a las pantallas de Netflix y quizás haya que aceptar, al verlo ahí, que la contracultura ya no es lo que antes era. O que, tal vez, haber sido incorporada «al sistema» no sea algo tan dramático como muchos podríamos suponer. Al menos, no en este caso.



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