Streaming: crítica de «Tigertail», de Andrew Yang (Netflix)
La opera prima de uno de los creadores de la serie «Master of None» es un relato acerca de la experiencia migratoria de una familia taiwanesa en los Estados Unidos.
El realizador estadounidense de familia taiwanesa es uno de los creadores y directores de la muy graciosa y emotiva serie de Netflix, MASTER OF NONE, que quedó en una suerte de limbo tras las acusaciones de acoso sexual que recibió su principal responsable, Aziz Ansari. La serie consiste básicamente en mostrar las vidas personales y sentimentales de un grupo de veinte y treintañeros de Nueva York, pero algunos episodios se centran en la relación de los protagonistas (el personaje que encarna Aziz tiene un amigo taiwanés, reconocido alter-ego de Yang) con sus padres, muchas veces poniendo el eje en la experiencia de ellos como inmigrantes.
Acaso a falta de nuevos episodios de la serie, Netflix produjo su opera prima como director cinematográfico. Y TIGERTAIL, de algún modo, continúa esa línea esbozada en MASTER OF NONE y centrada, ya directamente, en la vida de quien tranquilamente podría ser el padre del realizador. Se trata de un film que va hacia el pasado con la intención de recrear la personal experiencia migratoria de su familia –especialmente de su padre– comenzando en Taiwan y, luego, una vez radicados, en los Estados Unidos.
Los que esperan algún costado humorístico en TIGERTAIL en función de algunos de los créditos previos de Yang (fue también guionista de PARKS & RECREATION), pueden ir olvidando el asunto: la película no tiene humor alguno. Es un serio y grave drama centrado en las experiencias de Ping-Jui, a quien conocemos de niño en un campo en Taiwán, viviendo con su abuela y ocultándose de las fuerzas de seguridad chinas que pasaron entonces a controlar el país. En un film que va narrando el pasado a partir del viaje a Taiwan de Ping-Jui, ya septuagenario, a enterrar a su madre, Yang narrará ese pasado a través de viñetas.
La más importante tiene que ver con la relación que establece, de niño, con Yuan, una simpática vecina a la que se reencuentra, ya veinteañero, en la versión taiwanesa de los «Swinging Sixties». En lo que sin duda es la mejor parte del film (la que trae a la mente el cine de Edward Yang y de Ang Lee), Yang narra el romance de Ping-Jui con Yuan mientras él trabaja en una fábrica con su madre y sueña con irse a los Estados Unidos. Pero las cosas no saldrán como lo tiene pensado y esa carga es la que llevará por el resto de su vida.
Esto queda claro en el presente del relato, centrado en su relación con su hija Angela, que tiene problemas personales –más sentimentales que laborales– pero que no tiene forma de conectarse con un padre que toda su vida ha sido severo, exigente y callado. Angela espera más afecto y comprensión, pero es claro que su padre carga con dos dificultades: una forma de relacionarse tradicionalmente más seca y poco amiga de las demostraciones de cariño, y una historia y una serie de frustraciones personales que no le permiten soltar.
El problema del film de Yang, salvo por la etapa que resume la juventud de su padre, tanto en Taiwan como en sus primeras y difíciles experiencias al llegar a Nueva York en los años ’70 (que, de hecho, tienen un look granuloso tipo 16mm. y un mucho menos convencional tratamiento visual), es que su TIGERTAIL nunca va mucho más allá de las generalidades y bordea los clichés de este tipo de historias sobre experiencias migratorias y familias quebradas.
Los diálogos son puramente funcionales cuando no se acercan a un tono casi de telenovela y las distintas situaciones que se van generando (entre Ping-Jui y su esposa, con su hija, y poco más) no se alejan casi nunca del manual de este tipo de relato. Es curioso pensar que, si bien Yang intentó hacer este film como un homenaje a su padre, no lo deja demasiado bien parado, ya que por más que haya un previsible cambio de actitud sobre el final, gran parte de TIGERTAIL lo pinta como un hombre cerrado, duro, caprichoso y malhumorado. Y la «excusa» dramática que generaría esa frustración tampoco parece ser suficiente justificativo para su absoluta falta de empatía.
TIGERTAIL es el tipo de película que se suele celebrar en los Estados Unidos por representar –o tratar de representar– la experiencia de primeras y segundas generaciones de inmigrantes, como es el caso de la mucho más redonda y emotiva THE FAREWELL, y por estar hablada buena parte en los idiomas originales (aquí hay mandarín y taiwanés además de inglés). El film de Yang tiene algunos puntos de contacto con aquel de Lulu Wang, pero no tiene ni su humor ni su más efectiva cuota de emoción. Cumple, si se quiere, con su rol de catarsis personal por parte de su director en relación a su padre (extrañamente, él no aparece como tal, ya que se menciona un hijo varón que siempre está de gira haciendo música y nunca aparece en la película), pero cinematográfica y dramáticamente la película está muy lejos de estar a la altura de sus ambiciones.
Master of None no está en ningún limbro por esas falsas acusaciones, el propio Ansari había dicho que la escribe cuando tiene ideas y que por eso puede tardar años en hacer una temporada. Los directores de Netflix dijeron que no había ningún problema en continuar la serie cuando salió acusación sin sentido.