Streaming: crítica de «The Last Dance», de Jason Hehir (Netflix)
Este documental de diez episodios logra trascender su carácter de «biografía oficial» de Michael Jordan gracias a un extraordinario material de archivo, una historia deportiva apasionante y un conjunto de honestas y reveladoras entrevistas.
Más allá de lo estrictamente ligado a la historia del basquetbol –y a la NBA y a los Chicago Bulls en particular–, THE LAST DANCE es, como muchos documentales armados en función de material de archivo y entrevistas, una construcción narrativa y un punto de vista sobre los hechos que se presentan. En esta fascinante serie de diez episodios centrados en la vida de Michael Jordan, de los Bulls y, especialmente, de su última temporada en el equipo, lo que Jason Hehir (y los productores) construyen es un relato, ni más ni menos que eso. Una versión de una historia. La recolección de los hechos según su protagonista principal.
Partiendo de la base que se trata de una suerte de biografía oficial de Jordan –y que todo lo que se ve acá, y también lo que quedó afuera, fue claramente decidido por él–, no hay que tomar nunca THE LAST DANCE como una historia imparcial y mucho menos «objetiva» (algo que no existe en ningún documental, de todos modos). Ni de la vida del protagonista ni de todo lo que sucedió alrededor suyo. Y tomando en cuenta esa limitación es que la serie documental demuestra estar un paso más allá de lo que se creía posible. Y los motivos son dos. O acaso tres.
El primero es la riqueza del material de archivo. Se sabe que «The Last Dance» fue el nombre que se le dio a la que se preveía como la última temporada (la 1997/1998) de Jordan, Scottie Pippen y el técnico de los Bulls, Phil Jackson, en el equipo hasta ese momento quintuple campeón de la NBA. Y que para «retratarla» habilitaron cámaras siguiendo en detalle la intimidad de la temporada en cuestión. Algo que hoy es bastante habitual pero en ese entonces era muy raro. Ese material quedó guardado casi sin verse y hoy, aprobado por MJ, sale a la luz. Y lo que hay ahí es espectacular. Es abrir el arcón de los recuerdos de la NBA y dejar salir toda la magia.
Además de ese material cuidado, específico y de bellísima textura cinematográfica, la NBA tiene un archivo propio increíble de su historia, con lo cual cada situación o jugada clave que se menciona suele tener su referencia audiovisual, que se complementa con los archivos de noticieros de entonces. Y estamos hablando de los ’80 y los ’90, cuando la imagen digital no existía o estaba en pañales. Con ese doblete de recursos, THE LAST DANCE ya corre con enorme ventaja respecto a casi cualquier documental deportivo.
El segundo item es la organización de ese material. Hehir y sus editores armaron una estructura temporal muy clara que va y vuelve varias veces del «presente» que es la última y conflictiva temporada de los Bulls a varios vectores temporales del pasado. El principal, ligado a la historia de MJ y de los Bulls. Pero hay otros también, dedicados a su principales protagonistas: Pippen, Jackson pero también Dennis Rodman y, en menor medida, Steve Kerr y Toni Kukoc. Es así que la serie va avanzando a través las campañas del equipo desde antes de ser una franquicia relevante (cuando MJ llega, los Bulls eran casi el hazmerreír de la liga) hasta llegar a la última temporada, pasando por el breve retiro del medio. Y, en el interín se nos presenta a los personajes principales también fuera de su rol en el equipo. Así, la serie logra construir fuertes y sistemáticos contrastes entre esos héroes y algunos «villanos» de la liga.
Hemos visto muchos documentales con muy buen material de archivo y una excelente organización narrativa. ¿Qué es, entonces, lo que diferencia a THE LAST DANCE? Digamos que, para ser un «documental oficial», lo que llama la atención es su franqueza, frescura y su sinceridad. Seguramente, los conocedores de los detalles de la vida tanto deportiva como personal de Michael Jordan podrán notar las ausencias y las sutiles (o no tanto) alteraciones a la trama de su vida y su carrera. Eso era más que previsible en este tipo de productos. Lo que no era previsible es la honestidad de las revelaciones, de los secretos de vestuario y de otras intimidades que solo pueden darse en función del tiempo transcurrido, cuando todos los involucrados ya ven los partidos desde afuera, bien como técnicos, managers, dueños de equipos o dedicados a otras cosas.
Jordan controla la narración –como controlaba los partidos– pero deja abierta la posibilidad a que muchos lo vean como un bully, un genio del deporte tan pero tan talentoso que podía ser arrogante, agresivo y hasta maltratador con sus compañeros y vengativo con sus rivales. Siempre, dice él, en pos de la victoria y de la excelencia. Siempre pidiéndoles sacrificios a los otros que él duplicaba con sus propios esfuerzos. Y más allá de lo que uno pueda pensar respecto a su lógica («Todo sirve con tal de ganar»), el hombre no tiene problemas en admitir que no siempre fue el tipo más simpático y amable del mundo. Algo que pocos deportistas reconocen y menos aún en documentales controlados por ellos mismos.
THE LAST DANCE es riquísima en detalles específicos sobre cada partido, sobre cada temporada o personaje (Rodman se lleva las palmas, obviamente, más por el material de archivo que por las entrevistas), pero lo que más atención despertó sin dudas fueron las entrevistas en tiempo presente a Jordan, alguien que raramente habla y cuya vida pública posterior a su carrera profesional fue más que discreta. De todos los detalles, el nivel de competitividad del deportista es el más impresionante. En especial la necesidad de generarse enemigos para motivarse antes de los partidos. Un solo gesto desubicado de un rival, una mínima humillación deportiva o personal, o una «derrota» de cualquier tipo ya era suficiente, reconoce, para enfocarlo en el complicado arte de la venganza deportiva. Si a eso se le suman sus muy divertidas reacciones ante los comentarios y recuerdos de sus rivales, queda claro que la última palabra era y sigue siendo suya.
Muchos han dicho que Jordan decidió poner en marcha este documental cuando sintió que LeBron James amenazaba su posición como el basquetbolista más grande de la historia, repitiendo de algún modo el ciclo y sistema de «motivaciones» que él mismo reconoce en la serie. Y es claro que lo ha logrado. Volver a ver –para los de mi generación, que seguimos todas esas finales de los ’90 por televisión–, o ver por primera vez, la maestría en el terreno de Jordan marca claramente las diferencias entre él y el resto de sus competidores, que parecen meros mortales. No solo en el juego en sí sino en las dimensiones de lo logrado para la NBA en general, que era una liga célebre pero bastante poco difundida internacionalmente antes de su llegada (y la de ESPN, convengamos) a los escenarios.
THE LAST DANCE es una experiencia fascinante que trae al presente una década increíble en la historia de la NBA. La serie se volvió furor mundial, además, por la suspensión de la temporada regular en este extraño 2020. Y si bien no es una serie expresamente nostálgica, la rara experiencia de estos meses la convierte en eso, casi a su pesar. Jordan también maneja esa ambivalencia respecto a su vida y su carrera. Puede parecer frío y calculador, pedante y ambicioso, pero cuando la emoción lo embarga, la descarga lacrimógena es igual de potente y torrencial. Es esa persona de puños y dientes apretados que, finalmente, cuando logra el objetivo buscado explota, se libera y permite que toda la tensión contenida se descargue.
Cuán armados o calculados pueden estar esos desbordes emocionales, nunca lo sabremos. Jordan creció con las cámaras encima de su rostro y casi siempre supo manipularlas a su favor. Y así como en una cancha podía controlar el relato de un partido con su talento, fuera de ella lo hace con su sabio ojo «comercial». Si iba a hacer un documental deportivo sobre su vida, tenía que ser el mejor documental deportivo de todos los tiempos. Y probablemente lo haya logrado. THE LAST DANCE es el séptimo anillo. El que le faltaba.