Estrenos online: crítica de «5 sangres», de Spike Lee (Netflix)
La nueva película del director de «Haz lo correcto» cuenta la historia de un ex pelotón de soldados afroamericanos que regresan a Vietnam a homenajear a un amigo que murió en la guerra y a buscar lingotes de oro que dejaron enterrado en medio de la selva.
Nadie se acerca a una película de Spike Lee esperando encontrarse con sutilezas. Es la clase de director que cuando alguien menciona a Aretha Franklin inserta una foto de la cantante o, si se hace una referencia a algún hecho político de la lucha racial en los Estados Unidos, rápidamente vemos una imagen ad hoc y alguna mención explicativa al respecto. En “5 sangres”–una traducción absurda que no respeta el sentido siquiera del original—hay muchísimas escenas así, pero una de ellas es la más representativa y más compleja de todas. David (Jonathan Majors), el hijo de Paul (Delroy Lindo), está junto a su padre y otros viejos compañeros de pelotón suyo de la Guerra de Vietnam buscando lingotes de oro que dejaron enterrados entonces. Pero el terreno que pisan está lleno de minas que quedaron de aquella época. En un momento, David pisa una de ellas y se da cuenta que si levanta el pie volará por el aire. Después de una larga y tensa serie de discusiones para ver cómo sacarlo de ahí, deciden impulsarlo con una soga. Para darle confianza, en medio del caos, Paul le hace recordar a su hijo la historia de Edwin Moses, un corredor negro que ganó la medalla de oro de 400 metros con vallas en los Juegos Olímpicos de 1976 y 1984. “Tenés que volar como Moses”, le dice luego de hacerle repetir qué era lo que tenía de particular el modo de correr del atleta y de que la película se lo muestre a los espectadores. Y David vuela como Moses. Y sobrevive.
En ese minuto se resume buena parte de la carrera de Lee. Está la mencionada falta de sutileza y credibilidad, sí, pero también el intento de integrar cada escena en un continuo temático-político que le de un contexto y un sentido si se quiere ideológico. No es una escena para nada realista y podría hasta ser catalogada como absurda por cualquier guionista, pero la sostiene una idea inspiracional, casi religiosa: “las claves para sobrevivir están en nuestra propia historia, en nuestros héroes y luchadores, en nuestros mártires, atletas y artistas. Y si queremos avanzar tenemos que apoyarnos en los hombros de nuestros antepasados”. Y así avanzan las películas de Spike, comentándose a sí mismas, como en loop, haciendo cruces permanentes entre la historia y la Historia, entre la pequeña y la gran trama. Es poner en un formato audiovisual la idea de que todo es parte de un proceso histórico, su versión #BlackPride del montaje de atracciones soviético: dialéctica política pura al servicio de un concepto.
Apreciar las películas de Spike Lee –o, al menos, la mayoría de ellas—significa aceptar este tipo de acercamiento al material, uno alejado al del cine norteamericano clásico, pero a la vez incorporado a él. El cine latinoamericano tiene una larga historia con el formato, empezando por “La hora de los hornos” de Solanas y Getino, pero en Hollywood fue más que nada usado en videoclips y publicidades, bastardeando la idea política de ese tipo de montaje y reconvirtiéndolo en uno comercial, muy útil para vender productos. Algo que, convengamos, el propio Lee ha hecho mucho también con sus incontables trabajos publicitarios, que se adaptan muy bien a su estilo “puñetazo al rostro”.
Paul es el personaje más complejo de todos los que aparecen aquí. Es el líder de este grupo de amigos que vuelve a Vietnam a buscar el dinero pero también a homenajear al amigo caído, el quinto “Blood” en cuestión (Chadwick Wakanda Forever Boseman, visto en flashbacks). Pero Paul es un votante de Trump, un tipo violento y confundido, un compendio de contradicciones ideológicas con una vida problemática. El grupo lo completan dos veteranos más amables y conscientes del racismo imperante en la actualidad, Otis y Melvin (dos viejos compañeros de “The Wire”, Clarke Peters y Isiah Whitlock Jr., cuyo personaje de esa serie recibe un cálido homenaje aquí a partir de una famosa expresión), un exitoso empresario inmobiliario (Norm Lewis) y el hijo de Paul, que se suma a la expedición no se sabe bien si pensando más en el dinero o en reconectar con su padre. En los flashbacks a la guerra, curiosamente, no hay efectos especiales ni nada parecido: son los mismos actores 50 años antes y sin demasiado maquillaje que disimule el asunto, algo que funciona bien “simbólicamente” aunque irrite un poco a los adeptos al realismo. Bah, como toda la película.
La trama es sencillísima y avanza muy rápidamente pese a las dos horas y media de película: los “muchachos” llegan a Vietnam, arman una expedición para buscar el oro reuniendo a un combo de guías locales, mafiosos franceses y buscadores de minas y, mientras recuerdan historias del pasado bélico, se enfrentan a las consecuencias de lo que dejaron allí y Lee homenajea a “Apocalypse Now” de todas las formas posibles (solo le faltó conseguir a Laurence Fishburne), encuentran casi mágicamente los buscados lingotes. Como corresponde a un film de suspenso hecho en base al modelo “El tesoro de Sierra Madre”, los problemas allí recién empiezan. Una cosa es encontrar oro enterrado en una selva en Vietnam y otra, más complicada aún, es sacarlo de ahí sin perecer en el intento
La trama es lo que menos le interesa a Lee, si bien es muy efectivo para narrarla. El interés del director va por otro lado: el de la representatividad, la lucha y la transmisión de las historias de generación en generación. Y la película funcionará o dejará de hacerlo dependiendo muchas veces de cómo los espectadores se lleven con ese tipo de cine orgullosamente propagandístico. Mi impresión personal, admitiendo que no suelo llevarme del todo bien con este tipo de cine de mazazos por la cabeza, es que aquí funciona de forma bastante eficaz.
Como sucedió en su anterior “El infiltrado del Kkklan”, Lee parece últimamente haber podido integrar con mayor fluidez que en las décadas previas sus dos modalidades narrativas típicas: la más política/militante (“Chi-Raq” y otras) y la más comercial/efectiva (digamos, “El plan perfecto”), algo que hasta hace poco él mismo parecía subdividir en categorías separadas. A esta altura de su carrera, la mejor forma de entender a Spike Lee es pensarlo como un profesor de “Historia Negra” y tomar a “5 sangres” como su clase audiovisual sobre la Guerra de Vietnam. Vista así, no está para nada mal.
“5 sangres” es, claramente, la película ideal para este momento y no solo por su temática sino por su tono edificante, militante, de intentar que cada espectador termine de verla y salga a la calle convencido de que hay que hacer algo para remediar la situación. Como dice Marvin Gaye en “What’s Going On”, canción y álbum que funciona como banda sonora y coro que comenta la película: “No me castigues con brutalidad: habla conmigo, así puedes enterarte qué está pasando”. Más claro, imposible. Cien por ciento Spike.
Esta crítica fue publicada originalmente, con algunas modificaciones, en La Agenda de Buenos Aires. Se puede consultar aquí.