Miniseries: crítica de «Desplazados», de Elise McCredie (Netflix)

Miniseries: crítica de «Desplazados», de Elise McCredie (Netflix)

La miniserie australiana que estrena la plataforma el miércoles 8 tiene como productora a Cate Blanchett (quien actúa en un rol secundario) y se centra en las difíciles y violentas situaciones que se vive en un centro de detención de inmigrantes y refugiados políticos.

DESPLAZADOS (STATELESS en el original) es de esas series que invitan a ser vistas a partir de su “venta”. Producida por Cate Blanchett, dirigida por Jocelyn Moorhouse (PROOF), protagonizada por la propia Blanchett, Dominic West y una de las revelaciones –al menos para mí—de la serie EL CUENTO DE LA CRIADA, la blonda Yvonne Strahovski, uno puede pensar que se encontrará con todo lo prometido en esta serie australiana. Pero es una venta un poco engañosa. Blanchett y West tienen roles secundarios en el primer episodio y luego apenas se los ve; Moorhouse dirigió la mitad de los capítulos y el protagonismo de Strahovski es bastante compartido: la suya es tan solo una de las varias historias que se cuentan en la miniserie. Esto no sería un problema si DESPLAZADOS en sí fuera extraordinaria y la ausencia de las prometidas caras famosas no importara. Pero no lo es. Y ante una serie que, en el mejor de los casos es correcta, esa falsa publicidad molesta más.

Olvidemos entonces a Blanchett y a West. STATELESS es una serie centrada en varias historias ligadas a un centro de detención de inmigrantes ilegales, una suerte de cárcel ubicada en Barton, un lugar bastante alejado de todo, en la que los que llegan a Australia escapándose de distintos países se quedan esperando conseguir una visa para entrar al país. El sistema no funciona muy bien que digamos: hay personas que se pasan años y años esperando en esa especie de limbo por una visa que nunca llega, otros son enviados de vuelta a lugares de los que escaparon siendo perseguidos y muy pocos son aceptados en el país.

Cuando conocemos a Sofie (Strahovski) no nos imaginamos jamás cuál puede ser su relación con ese lugar. Es una auxiliar de vuelo (lo que antes conocíamos como “azafata”) que tiene mucho trabajo y bastante stress, pero es una chica de clase media en apariencia bastante convencional. Pero pronto notamos que la relación que tiene con sus padres es muy tensa –son alemanes muy conservadores y se meten en su vida de manera excesiva—y que también tiene una relación complicada con su más “exitosa” hermana. Ambas cosas le generan un evidente estado de tensión, molestia y dolor.

Quizás por eso la chica empieza a concurrir a un grupo de auto-ayuda/escuela de danza –manejada por la pareja que interpretan Blanchett y West—en la que intentan enseñar a través de la música y el baile a liberarse de ese tipo de ataduras familiares o personales y convertirse en otro, en ese «que siempre quisiste ser». Dicho de otro modo: es una secta hecha y derecha, con todos los condimentos horribles que se pueden imaginar. Lo que le sucede a Sofie allí de algún modo fractura su noción de la realidad y la chica termina llegando a Barton aparentemente convencida que es una refugiada… alemana.

El suyo es tan solo uno de los casos que se narra aquí, basado en un hecho real. El otro es el de Ameer (Fayssal Bazzi), un inmigrante afgano que acabó allí luego de enviar a su familia en otro barco tras un complicado y violento proceso para abandonar su país, y ahora ha quedado enredado en ese limbo burocrático/político. Los otros protagonistas son Cam (Jay Courtney), un guardia de seguridad que empieza a trabajar en ese lugar, un tipo bastante progresista cuya hermana milita por la liberación de los detenidos; y Clare (Asher Keddie), una mujer del Departamento de Inmigración a la que acaban de nombrar a cargo del lugar, alguien dispuesta a hacer las cosas bien pero que se topa con un sistema viciado desde adentro. Para ambos es un viaje hacia una realidad que desconocían, un recorrido que los enfrenta con sus lados más oscuros. De a poco, cada uno a su manera, empiezan a convertirse en el tipo de personas que antes detestaban, sea por cuidar sus trabajos, por la presión de sus pares o por la propia tensión del lugar y de sus desesperados, hartos y a veces violentos habitantes, y los aún peores guardias que llevan demasiado tiempo ahí adentro.

DESPLAZADOS intenta contar no solo las inmensas dificultades que tienen los refugiados para conseguir asilo en Australia sino cómo el proceso va deformando aún a los que creen que pueden hacer las cosas bien y ayudar a resolver el problema. El caso de Ameer y su familia quizás sea prototípico pero no deja de ser doloroso, ya que estamos ante alguien que vive una dura encrucijada: no solo se ha separado de su familia sino que los riesgos tomados para poder salir de su país son los mismos que pueden complicarle la entrada a Australia. Y así sucede con otros personajes secundarios de la serie, que presionan constantemente para ser liberados, se amotinan, se conectan con organizaciones de derechos humanos y otras actividades que, para decirlo suavemente, no son muy bien vistas por los carceleros.

Sofia es, si se quiere, el caso testigo de lo que el sistema puede hacerle a una persona. La chica ya viene con un profundo trauma previo y, a diferencia de los otros, pareciera no querer salir del lugar aún pudiendo hacerlo. Pero más allá de lo que le haya sucedido antes (algo que la serie irá revelando de a poco), la larga estadía en ese lugar va destruyendo la precaria estabilidad mental de la mujer. Y lo mismo sucede con Cam y Claire. El objetivo de la serie es claro: es un sistema terrible e inhumano que está armado para destruir psicológicamente a los que pasan por ahí, tanto refugiados como guardias. Y los protagonistas “blancos” existen con la anticuada idea de que el espectador podrá, a través de ellos, sentir en carne propia lo que allí sucede.

El problema de la serie es que, tras un primer episodio intrigante en el que vamos conociendo a los distintos personajes y sus circunstancias, y en el que vemos cómo llegaron hasta ese lugar, a partir del siguiente hace base en el centro de refugiados y casi no se mueve de ahí. De ese modo STATELESS se va volviendo una versión un tanto extendida y casi tediosa de un drama carcelario que podría resolverse en mucho menos tiempo. Aún teniendo solo seis episodios de una hora, da la sensación de que podría haber sido mucho más sólida como una película convencional.

Los conflictos y complicaciones que se van sucediendo en el centro de refugiados –la creciente violencia de Cam, la confusión de Claire, el deterioro psicológico de Sofie y las peripecias familiares y personales de Ameer—son interesantes y reflejan bien lo que puede sucederles a personas que habitan esos lugares que aparentan respetabilidad al exterior pero son un catálogo de crueldades puertas adentro. Pero se empiezan a volver entre reiterativos y forzadamente melodramáticos con el correr de los episodios. En el último episodio STATELESS vuelve a ser un tanto más propulsiva e intensa, pero durante buena parte de su desarrollo genera una similar mezcla de abulia y fastidio a la que deben vivir los que habitan el lugar. Y no es una buena sensación para tener como espectador.

No es una mala serie DESPLAZADOS. Tiene algunos momentos tensos y trabaja sobre inquietantes ejes sociopolíticos que son interesantes de analizar (el doble discurso de muchos países que dicen ser “solidarios” con los refugiados y lo que eso genera en quienes están dentro del sistema), pero narrativamente parece faltarle una marcha más. De hecho, cada vez que Blanchett o West reaparecen en la trama –ya verán cómo–, da la impresión que la propia serie recupera su ritmo. Pero dura poco. Pronto regresa a su cansino desarrollo y solo por momentos nos despierta de nuestro tedio. Políticamente correcto, pero tedio al fin.