Festival de San Sebastián: crítica de «Nosotros nunca moriremos», de Eduardo Crespo
La película argentina que compite en San Sebastián es un relato acerca del dolor y la despedida centrado en una madre y su hijo que deben lidiar con un duelo familiar.
No es fácil filmar la tristeza. No es sencillo realizar una película centrada alrededor del dolor por la muerte. En NOSOTROS NUNCA MORIREMOS, lo que Crespo intenta y en buena medida logra es transmitir esa sensación de angustia y vacío que rodean a un hecho trágico como es lidiar con la muerte de un hijo o de un hermano. La nueva película del realizador de TAN CERCA COMO PUEDA tiene como protagonistas a una madre y a su hijo que se instalan en el hotel de un pueblo. Poco después sabremos que han viajado por la muerte del otro hijo, el mayor, de esa mujer. A buscar sus cosas, a averiguar qué sucedió, a enterrarlo. Ese proceso tendrá un desarrollo narrativo y cinematográfico similar al que ocurre en los duelos y pasará por etapas similares.
Romina Escobar y Rodrigo Santana interpretan a esa madre y a ese hijo. Mientras recorren los espacios que su otro hijo recorrió –el campo de golf en el que trabajaba, los bomberos con los que colaboraba, averiguando con la policía para saber qué pasó–, tratan de saber más de su vida y reflexionan sobre algunas cuestiones trascendentales de manera casual (las preguntas del orden «¿adónde vamos cuando morimos?»), la película vuelve atrás para contar y mostrar sus últimos pasos, su vida previa a una muerte que entonces no sabemos (ni ellos ni los espectadores) cómo ni porqué se produjo
Es que al parecer, en función de lo que cuentan de él y lo que vemos en los flashbacks, parecía tratarse de un chico serio, trabajador, tranquilo y reflexivo. Todos lo recuerdan con afecto y, en las escenas de ese pasado reciente que vemos, las imágenes parecen confirmar lo mismo. Al estar involucrada la policía entendemos que no fue una muerte normal, pero no sabemos qué es lo que pudo haber pasado.
En paralelo, la película va metiéndose más en la mirada de Rodrigo, quien va experimentando y atravesando sensaciones que van haciéndole perder esa mirada un tanto inocente –aquello del cielo y el infierno– que tiene al comenzar el relato. Y de la madre, claro, que empieza el film de una manera compuesta y en un rol casi detectivesco, pero que de a poco va pudiendo expresar el dolor de esa terrible pérdida.
Pero más que nada, NOSOTROS NUNCA MORIREMOS es una película de sensaciones que Crespo –que trabaja habitualmente como director de fotografía– capta mediante imágenes. Un plano general de un paisaje vacío, un cuarto de hotel solitario, la pausada calma de pueblo que se adueña de todo. Da la sensación que el pueblo entero está de duelo y en un silencio tal que uno tiene la sensación que podría escuchar el ruido de las luciérnagas en la noche.
Lo que prima en el film es esa sensación de melancolía. Para la madre, de poder despedirse de su hijo. Para Rodrigo, también de decirle adiós a una etapa de la vida. Sí, hay un elemento «detectivesco» en la trama y, en cierto momento, algunos personajes logran expresar su dolor a través del llanto, pero lo que la película transmite pasa principalmente por un tono que a la vez que logra captar esa sensación de vacío, incomprensión y angustia ante la muerte de un ser querido, también refleja muy bien el afecto, el apoyo y la solidaridad de quienes lo conocieron.
En ese sentido, la película tiene algunos puntos de contacto con VENDRA LA MUERTE Y TENDRA TUS OJOS, de José Luis Torres Leiva, que compitió también en San Sebastián en 2019. Pero más que nada, para los que han (hemos) visto una buena cantidad de películas de Santiago Loza (productor aquí) o de ese «colectivo» de realizadores que viene de la zona de Crespo, Entre Ríos, la película fácilmente se integra a esa suerte de escuela de atardeceres melancólicos de pueblo chico de provincia que tan bien retratan esos films, a esa especie de tristeza existencial y poesía humanista que pareciera surgir de la mismísima tierra.