Festivales: crítica de «Pieces of a Woman», de Kornél Mundruczó (Venecia/Toronto)
La primera película en los Estados Unidos del director húngaro de «White God» se centra en los problemas que atraviesa una mujer tras vivir una situación muy dolorosa. Vanessa Kirby (elegida mejor actriz en Venecia), Shia LaBeouf, Ellen Burstyn, Molly Parker y Sarah Snook protagonizan este film que será distribuido por Netflix.
Hagamos un compromiso entre las partes involucradas: crítico y lector. Es realmente imposible escribir sobre esta película sin revelar un asunto fundamental, central, clave, que sucede a la media hora de comenzado el relato. No hacerlo implicaría no poder hablar del film, dar vueltas alrededor de la nada, poner metáforas absurdas, términos que dan a entender algo pero no lo dicen de frente y esas cosas que solemos hacer los críticos para evitar spoilers. En una película en la que alguna revelación importante sucede promediando la trama o más adelante, uno podría justificar el uso de ese tipo de mecanismos retóricos. Acá sucede antes de llegar al cuarto de película y todo gira en torno a eso. Así que hagamos el siguiente pacto: la crítica hablará del tema directamente. Si no quieren saber de qué se trata pueden seguir de largo hasta los últimos tres párrafos y listo. Mil disculpas y gracias por su comprensión.
INICIO DE ZONA DE SPOILERS
En su primera película hecha en los Estados Unidos –algo que anticipé al escribir la crítica de JUPITER’S MOON acá–, Mundruzcó reúne a un elenco impresionante para contar una historia bastante terrible que, aparentemente, tiene algún costado autobiográfico (la guionista es Kata Wéber, su mujer). En el film, Martha (Vanessa Kirby, de THE CROWN, ganadora del premio a la mejor actriz en Venecia) y Sean (Shia LaBeouf, apenas un poquito menos intenso que de costumbre) encarnan a una pareja embarazadísima, ella a punto de parir. El trabaja en la construcción de un puente y ella está de licencia de su puesto ejecutivo en una empresa. Todo parece encarrilado por caminos normales hacia un parto casero cuando uno se da cuenta, después de unos minutos, que Mundruzcó está filmando la escena en un plano secuencia y, conociendo su cine, es lógico que tema lo peor.
El plano en cuestión se extiende por más de 20 minutos y termina mal. Muy mal. Eve (Molly Parker) es la partera que aparece de reemplazo ya que la de ellos está ocupada con otro nacimiento. Cuando Eve llega a la casa y comienzan los trabajos de parto todo parece ir por carriles normales, pero la respiración del bebé baja, hay dudas con respecto a llamar a la ambulancia e ir al hospital, las cosas se precipitan, el bebé nace aparentemente sano pero, bueno, la cosa termina mal. Todo el dolor, claro, lujosamente filmado con una cámara que va y viene de un lado al otro capturando el peor momento posible en la vida de esas personas.
Esa media hora quitará la respiración de unos espectadores mientras que a algunos otros los hará abandonar el asunto allí (la película irá a Netflix, por lo cual sería interesante saber cuánta gente deja de verla en esos instantes). En realidad, una vez superado el momento angustiante, uno puede esperar que la película tome otro cariz y, haciendo homenaje al título, se dedique a tratar de acompañar a Martha durante la dolorosa etapa que sigue a esa tragedia. Y eso sucede de una manera bastante interesante durante unos 30, 40 minutos más. Es la parte menos clásicamente «dramática» de la película, en la que no hay demasiados subrayados dramáticos y en la que vemos, fundamentalmente, a una pareja tratando de lidiar con las consecuencias de dicha pérdida. Juntos y también por separado.
Ella vuelve al trabajo y cree que podrá superar el asunto pero su cuerpo le tiende las previsibles trampas y no le permite olvidarse jamás. El, que llevaba seis años estando sobrio, tira previsiblemente todo por la borda y empieza a parecerse más al LaBeouf que todos amamos odiar (u odiamos amar): una bola de tensiones y agresión a punto de estallar. Pero el personaje clave a la hora de volver a llevar todo a máximo volumen es la madre de Martha, Elizabeth (la gran Ellen Burstyn, en un papel demasiado desagradable para poder armarlo con sutilezas), una mujer con dinero que desprecia a Sean y que está avergonzada de su hija por no haber podido, digamos, «hacer las cosas bien».
La obsesión de la mujer es llevar a Eve a juicio –aparentemente Martha no es la única damnificada en el que quizás sea el proceso legal peor narrado de la historia del cine– ya que cree que así podrá limpiar algo así como la vergüenza familiar. Pero Martha no está de acuerdo y Sean, bueno, Sean empieza a hacer cualquier cosa. En el medio está la abogada que es también prima (Sarah Snook, de SUCCESSION), la hermana y el cuñado (la comediante Iliza Shlesinger y Benny Safdie, el director) y la situación familiar se vuelve oscura y desagradable. Y habrá más enredos en la segunda mitad del relato que, ahora sí, conviene no adelantar.
FIN DE ZONA DE SPOILERS
Pese a intentar adecuarse a un sistema narrativo un tanto más convencional y «norteamericano», Mundruzcó cree que la única forma de dejar una marca es a partir de esos momentos crueles, de violencia familiar, de morbo profundo y de situaciones desagradables que se apilan entre sí. Y cuando pretende, por el contrario, mostrarse más humano y si se quiere sensible es aún más banal, utilizando metáforas obvias (a lo largo de la historia vamos viendo cómo se va construyendo un puente, estructura que sirve para explicar lo que los personajes viven) y creando algunos momentos dramáticos que darían un poco de vergüenza aún en una mala película de televisión.
Todo esto no descalifica la labor de los actores quienes, empezando por Kirby, logran darle una impronta humana y personal al texto, especialmente en las escenas en las que los personajes pueden respirar y expresarse con recursos que exceden la palabra. En su breve papel, Parker logra muchísimo casi sin hablar y algo parecido sucede con Shlesinger. De hecho, la conversación más creíble es una totalmente casual en la que se habla de la banda White Stripes. La mayoría de las otras tienen un muy evidente objetivo por detrás, empezando por una en la que se usa un hecho dramático del Holocausto para comparar supuestamente similares situaciones.
La película es visualmente bella y ya sabemos que Mundruczó tiene muchísima habilidad para la puesta en escena, con especial énfasis en todo tipo de pirotecnia visual. Acá, más allá del largo plano secuencia que tiene lugar al principio y otro, no tan largo pero clave que aparece más adelante, el húngaro trata de no llamar la atención demasiado con los movimientos de cámara. El daño ya lo hizo al principio. Lo demás no puede molestar más que eso.