Festivales: crítica de «Yellow Cat», de Adhilkan Yerzhanov (Venecia/San Sebastián)
Esta comedia dramática con toques absurdos al mejor estilo Aki Kaurismaki se centra en un ex presidiario, muy cinéfilo, que sale de la cárcel y se mete en problemas con gángsters y policías corruptos a la vez.
En ese claramente reconocible estilo formalista, seco, entre humorístico y triste, con dosis inesperadas de violencia, funciona YELLOW CAT. Un estilo bastante usual en el cine del Este de Europa y que se ha popularizado en otras partes del mundo gracias a las películas de Aki Kaurismaki y demás practicantes de varias geografías. El kazajo Yerzhanov, sin embargo, no es estricto en lo que respecta a ciertas reglas formales. La película comienza de un modo más áspero y árido para volverse más poética, hasta en la composición de los planos, cuando se acerca el final. Pero las marcas van por ahí: humor asordinado, thriller absurdo, romance excéntrico. Y es, además, una película muy pero muy cinéfila.
YELLOW CAT –que se presentó en la sección Orizzonti del Festival de Venecia y luego en Zabaltegi-Tabakalera de San Sebastián– cuenta las desventuras de Kermek, un hombre que ha salido de prisión y que recorre las amplias y desoladas estepas kazajas buscando un trabajo. Va con sombrero, una camisa de colores y bermudas, lo cual lo vuelve más parecido a un turista que otra cosa. Tampoco parece un tipo peligroso, sino más bien excéntrico. Cuando en el trabajo al que se presenta por un puesto le preguntan qué sabe hacer, el hombre se pone a imitar a Alain Delon en EL SAMURAI, de Jean-Pierre Melville, como si eso sirviera para algo. El hombre creció en un orfanato viendo cine y casi todo su conocimiento del mundo real parece haber salido de ahí.
Pronto Kermek se empezará a enredar en asuntos más peligrosos, casi sin quererlo. Como si fuera un viajero escapado de una película de Kaurismaki o del primer Kusturica o Jarmusch (en su orfanato programarían clásicos pero Yerzhanov tuvo una educación cinematográfica más arty de los noventa), el tipo empezará a toparse con obsesivos gángsters, policías corruptos, matones con cara de que saben que son matones. Y por torpeza o inocencia cada vez se enredará más en problemas. Lo echarán del trabajo, lo buscarán para liquidarlo y así.
En el medio, como lo requieren las reglas de la casa, se topará con una chica tan rara, solitaria y excéntrica como él, una que tal vez se prenda a su idea de poner un cine ahí, en el medio de la nada. La chica se llama Eva y es una prostituta de buen corazón (o eso parece, porque no es de hablar mucho) y le gusta también el cine. Y Kermek, cuyo mundo consiste en arquetipos cinematográficos, cae rendido a sus pies. De ahí en adelante la película girará levemente para volverse más seria y poética (sin dejar sus momentos absurdos, como una imitación sin lluvia de Gene Kelly en SINGIN’ IN THE RAIN), poniendo a estos dos aliados románticos a la fuga.
YELLOW CAT tiene la particularidad de ser una película que imita a otras pero lo hace a conciencia. Como si se pusiera dentro de la cabeza del personaje, Yerzhanov planta sus referencias sin demasiado disimulo. Es un mundo real pero teñido de puntos de vista subjetivos que lo vuelven cinematográfico, como si los personajes dieran cada paso por la vida sintiendo estar dentro de alguna película. Es cierto que por más guiño que la imitación/parodia tenga, no deja de ser una imitación/parodia. Y por momentos se vuelve una película de códigos, referencias y no mucho más que eso. Pero pese a todo, hay una intangible ternura (quizás la rara expresividad de la dupla protagónica ayude) que la vuelve relativamente atractiva y amable.
Hacia el final, algunas decisiones narrativas un poco cuestionables llevan a la película hacia zonas un tanto más serias, zonas que están un tanto fuera del alcance semántico de la propuesta. Con los reparos del caso, YELLOW CAT es una película por momentos encantadora, formalmente bella (el kazajo tiene un sentido geométrico de la puesta en escena que puede llegar a ser muy creativo) y que seguramente disfrutarán más los que tengan el hábito de levantarse cada mañana y, al mirarse al espejo, repetir una y otra vez aquello de «You talkin’ to me?»