Estrenos online: crítica de «Hillbilly, una elegía rural», de Ron Howard (Netflix)

Estrenos online: crítica de «Hillbilly, una elegía rural», de Ron Howard (Netflix)

por - cine, Críticas, Estrenos, Online, Streaming
24 Nov, 2020 11:30 | comentarios

Glenn Close y Amy Adams protagonizan este drama centrado en tres generaciones de una familia blanca y de bajos recursos de la región de los Apalaches a la que le cuesta escapar de un historia de violencia y adicciones.

Cualquiera que haya seguido más o menos de cerca las elecciones estadounidenses que han tenido lugar hace unas semanas o que haya observado el ascenso de Donald Trump a la presidencia seguramente habrá escuchado hablar de algo a lo que se suele llamar ahora «Trump country«. Me refiero a la región de los Apalaches (que se divide en varios estados del centro/sudeste de esa nación), en especial en sus sectores más rurales. Esa América profunda que hoy se ha convertido –en buena medida– en el sostén político de Trump es la que retrata HILLBILLY ELEGY, la película del veterano Ron Howard que estrena Netflix.

Basada en una memoir escrita por J.D. Vance, la película cuenta en dos etapas que se entrecruzan todo el tiempo la vida del tal J.D., que nació en la parte más rural de Kansas para trasladarse ya un poco más grande a una pequeña ciudad de Ohio, unos cientos de kilómetros al norte. Buena parte del relato transcurre en 1997, cuando todavía vivía allí. Y la otra a principios de los 2010, cuando ciertas circunstancias lo obligan a regresar. Su familia responde a los prototipos que uno puede imaginar de tantas películas y novelas. Una madre alcohólica y adicta que pasa de un marido a otro y que no puede sostener un trabajo alguno (interpretada con la vista puesta en el Oscar por Amy Adams) y mucho menos ocuparse de sus hijos. Una abuela «de armas tomar» a la que llama Mamaw (Glenn Close, que logra hacer bastante más de lo posible con un personaje que parece portar una máscara de Halloween como rostro) que aumenta el volumen y el caos familiar, aunque siempre esté tratando de enderezar lo que se tuerce. Y dos chicos (J.D. y su hermana Lindsay) que lidian como pueden con ese clima de violencia, agresión y gritos pero también de cariño y sufrimiento.

J.D. está un poco fuera de lugar en ese territorio. Es un chico por lo general tímido, responsable y estudioso (más cerca del cliché nerd que el del derogatorio redneck) que no siempre puede zafar del caos que lo rodea, especialmente por los problemas en los que lo mete su madre. En el presente, J.D. ha logrado salir de ahí y va a la Universidad de Yale, donde lo espera una entrevista para un prestigioso trabajo. Pero tampoco se siente del todo cómodo en ese mundo al que hoy denominan «elites de las costas»: intelectuales y universitarios progresistas que miran con cierta desidia el mundo white trash al que él pertenece. No se siente a gusto y no entiende algunos de sus hábitos y costumbres, pero hay factores que lo retienen: un trabajo seguro, una novia que lo adora (Freida Pinto) y la necesidad de escapar de esa telenovela familiar de la que proviene.

El big bang de la película, el hecho concreto que dispara el conflicto y lo obliga a tomar decisiones, es que Bev, su madre, tiene una sobredosis de heroína justo en la semana en la que J.D. tiene varias entrevistas de trabajo. Sabe que tiene que ir a ayudarla (su hermana Lindsay, con hijos, no puede con ese vendaval que es Bev) pero necesita regresar de inmediato y continuar con su vida. Pero su madre es, realmente, demasiado incontrolable. Y las cosas no se le harán sencillas. El viaje servirá, además, para una larga serie de flashbacks que nos irán contando distintos episodios de la vida de J.D., Bev y Mamaw y cómo se fue formando su carácter hasta hoy.

No leí el libro en el que se basa y que fue un controvertido éxito en 2016. Muchas de las críticas al film se apoyan en que la versión de Howard evita todo tipo de contenido y comentario político que era central al libro. El director de EL DIARIO y APOLLO 13 prefiere usar la historia para armar una suerte de retrato entre humanista y grotesco, una telenovela trágica sobre gente pobre blanca (los muchas veces llamados white trash) que lidian con historias violentas que atraviesan generaciones además de las consabidas pasiones por las armas y algunos consumos y adicciones problemáticas. Pero también encuentra en esa comunidad lazos de ayuda, afecto y solidaridad que se sostienen pese a todos los inconvenientes.

Para J.D. ese mundo es un problema que no sabe cómo manejar. Suele mentir cuando le preguntan de dónde viene (notarán que su acento se modifica en las escenas de Yale) pero no puede ocultarse a sí mismo esa parte de su historia. La película trata, a su modo, de ser justa, de no caer en simplificaciones o en la condescendencia que suele ser el problema principal de este tipo de relatos, pero no siempre puede hacerlo. Hay tantos clichés puestos en juego que Howard solo puede intentar salir de todo eso como un tío progresista un tanto asqueado que al huir a su casa de ese lugar diría algo así como «pero en el fondo son buena gente que atravesó muchos problemas».

Ese tono medido puede ser una buena manera de acercarse al material, si se quiere, intelectualmente. Pero se complica más cuando hay que representarlo visualmente. Bev y Mamaw, pese a sus diferencias específicas, califican como estereotipos hillbillies. Y si bien Gabriel Basso como J.D, y Haley Bennett, como Lindsay, logran escapar de esos clichés, las dos actrices principales, con sus personificaciones excesivas (más Adams que Close, pese al maquillaje) no hacen más que exagerarlos. Es ahí que la intención de analizar de manera comprensiva y sin desdén a esos «votantes de Trump» se enreda en su propia trampa progresista. Y las buenas intenciones se quedan tan cortas como los intentos del Partido Demócrata de lograr que en esas regiones alguna vez los vuelvan a votar.