Estrenos online: crítica de «La madre del blues», de George C. Wolfe (Netflix)

Estrenos online: crítica de «La madre del blues», de George C. Wolfe (Netflix)

Protagonizada por Viola Davis y Chadwick Boseman (en su último trabajo), este drama musical se basa en una obra teatral de August Wilson y refleja los conflictos personales y raciales que se manifiestan a lo largo de una jornada de grabación de un disco de blues en los años ’20.

La historia de la música negra en los Estados Unidos ha sido bien documentada en muchísimos libros, documentales y películas de ficción. También, como lo prueba esta obra de August Wilson de 1982, lo fue en el teatro. Lo que hace aquí Wolfe –un veterano de Broadway con algunas películas en su haber– es, sencillamente, llevar la obra al cine sin demasiadas alteraciones, más allá de dos o tres escenas que transcurren en la calle o en otro lugar que no sea el estudio de grabación (dos salones de ese estudio, en realidad) en el que se desarrolla la acción. Que quede en claro de entrada: LA MADRE DEL BLUES es una pieza teatral hecha y derecha y es relativamente poco lo que se la puede analizar cinematográficamente. Sus valores (y sus defectos) pasan en general por otro lado.

La historia musical específica a la que refiere la obra de Wilson es la que tuvo lugar en los años ’20 y ’30 cuando la migración interna afroamericana del sur al norte industrial del país empezó a cambiar ciertos hábitos sociales y tradiciones musicales. Pese a su título, LA MADRE DEL BLUES (el original en inglés, MA RAINEY’S BLACK BOTTOM, es más específico y amerita un comentario aparte) no es una biografía sobre Ma Rainey, una de las primeras artistas del género, responsable de trasladar algunas tradiciones del vaudeville (como se ve en el número que abre la película) al blues tradicional. Su eje pasa por el conflicto que se genera entre ella, sus músicos habituales y un joven trompetista llamado Levee (Chadwick Boseman, el actor de BLACK PANTHER, en su última aparición en cine) que tiene otras ideas respecto de la música que hacen. Y ese enfrentamiento se repite respecto a las diferencias que los más veteranos tienen con él a la hora de relacionarse con «the white man». En este caso, los productores y agentes discográficos.

En lo específico, LA MADRE DEL BLUES transcurre durante una jornada de grabación en un estudio de Chicago. De entrada vemos que Levee, más joven e interesado en la moda y en las chicas, tiene diferencias de estilo con los demás músicos. En el primer acto de la película, en el que Rainey no aparece, se muestra la relación entre Levee, el pianista Toledo, el bajista Michael Potts (Glynn Turman y Michael Potts, dos caras conocidas de THE WIRE) y el director de la banda y trombonista Cutler (Colman Domingo), en el que rápidamente aparecen choques de egos, de estilos musicales y de relación con los blancos, algo que culminará en un efectivo aunque muy teatral soliloquio de Boseman que seguramente le valdrá la nominación al Oscar, en el que recuenta una dura historia de su infancia que explica la irónica manera «amable» con la que trata a los blancos.

La mecánica cambia cuando aparece Rainey, tarde, en el estudio. Davis encarna a esta leyenda del blues como una mujer de armas tomar, que no teme enfrentarse a colegas, productores, agentes, músicos y hasta policías. Ella sabe que sin sus canciones el sello no hace dinero y, a diferencia de lo que pasó con gran parte de los músicos afroamericanos a lo largo de la historia, no está dispuesta a dejarse intimidar por su productor blanco ni por nadie. Junto a ella está su pareja, la joven y bella Dussie Mae (Taylour Paige), que coquetea con Levee (y viceversa) de un modo que anuncia problemas y que pone en primer plano las siempre rumoreadas relaciones con mujeres de Rainey.

Pero el principal inconveniente está en que Ma quiere grabar su versión clásica de «Black Bottom» (sí, quiere decir «trasero negro» pero también es el nombre de un estilo de baile popular en la época) y no la más moderna que propone Levee, lo cual implica reemplazar su intro de trompeta por una hablada. El problema es que ella quiere que ese texto lo diga su sobrino Sylvester (Dusan Brown), quien es muy joven, inexperto y además al ponerse nervioso tartamudea. Y ese detalle llevará a una serie de conflictos en el estudio entre la testaruda Ma, sus músicos, el miedoso agente (Jeremy Shamos, siempre tratando de atajar a la volcánica cantante) y el ejecutivo del estudio (Jonny Coyne), que no quiere gastar más dinero y va perdiendo la paciencia, algo que a la cantante le importa poco y nada.

La película utilizará esa serie de conflictos para plantear mediante diálogos, soliloquios y algunos momentos musicales que permiten darle un cierto respiro al relato las maneras en las que el racismo, prevalente en el exterior mediante ataques y agresiones que todos los involucrados vivencian a diario, también se reitera en ese aparentemente seguro espacio del estudio de grabación. Las diferencias entre Levee y Rainey, la manera de enfrentarse (o tratar de negociar) con los ejecutivos del estudio y las peleas entre los músicos de la banda van cementando la idea de que lo que afuera se manifiesta como violencia física adentro se transforma en explotación y violencia económica, generando conflictos internos. Y el respeto por el artista dura lo que uno tarda en firmar un contrato o acepta cobrar cinco dólares por algo que seguramente valdrá muchísimo más en el futuro.

La mejor manera de acercarse a LA MADRE DEL BLUES es pensar que la pantalla de Netflix está transmitiendo una obra de teatro (algo que en tiempos de pandemia se ha vuelto bastante común) y no pensarla en términos cinematográficos. El escenario, la puesta en escena, la estructura casi poética de muchos de los diálogos de Wilson y los movimientos internos de los personajes dentro del cuadro responden a esos parámetros y no a los del cine. Se podría decir lo mismo de las actuaciones de Boseman y Davis, irreprochables desde un punto de vista técnico y profesional pero más aptas para ser escuchadas desde una fila 10 de una sala teatral que en las dimensiones más invasivas de una pantalla de cine, aún cuando sea pequeña o casera como la de Netflix. LA MADRE DEL BLUES seguramente fue una muy buena obra de teatro cuando se estrenó hace casi 40 años y lo sigue siendo ahora. No creo que pueda ser considerada cine, pero funciona.