Estrenos online: crítica de «Mandy», de Panos Cosmatos (Netflix)

Estrenos online: crítica de «Mandy», de Panos Cosmatos (Netflix)

Hipnótica y excesiva, esta película de terror psicodélico protagonizada por Nicolas Cage se centra en la violenta relación entre una pareja y una secta ocultista que los tiene en la mira.

Los últimos quince años de carrera cinematográfica de Nicolas Cage incluyen una inabarcable cantidad de más de 50 películas, muchas de ellas inmirables si uno pretende estar mentalmente sano y seguir amando el cine. En un momento determinado de su carrera, acosado por las deudas y con la misión autoimpuesta de trabajar todo el tiempo (dice que si no lo hace se vuelve muy autodestructivo), el actor empezó a aceptar todo tipo de propuestas, muchas de las cuales están por debajo del nivel del mar. Lo que es innegable es que Cage aprovecha esos títulos decididamente menores para entregar performances desquiciadas, pasadas de rosca, que llaman la atención sobre sí mismo y se convierten en la razón real para ver films que, de otra manera, morirían en el pozo cinematográfico que antes se daba por llamar «directo a video». Pero de tanto en tanto hay excepciones, a esta altura casi rarezas en su carrera. Y MANDY es una de ellas.

Panos Cosmatos propone aquí algo que está en una similar frecuencia a la del actor. La suya es una película desaforada, excesiva, casi demente, violenta, poderosa y ridícula. Y todo al mismo tiempo. Y Cage está, claro, en su elemento. No es la criatura rara que se pone a gritar, gesticular y contorsionarse en películas de acción más convencionales, sino que éste es uno de esos casos en que los planetas se han alineado. A su manera delirante, claro, pero alineados al fin. El mundo se puso a tono con el actor.

MANDY es una psicodélica película de horror, una mezcla de THE LAST HOUSE ON THE LEFT con UNDER THE SKIN –entre muchas otras cosas– que parece dirigida por un científico loco y protagonizada por un maníaco. Digámoslo de otro modo: MANDY, en realidad, son dos películas en una. La primera –que ocupa medio relato– podría categorizarse como de horror místico/psicodélico y opera desde el misterio, la sugerencia y la tensión de algo espantoso que está a punto de suceder. La segunda, sí, es Cage liberado para ser poseído por sus fantasmas mientras que Cosmatos intenta «empatar» su delirio a través de una serie de escenas cada vez más hardcore y eventos cada vez más espantosos y brutales, sin dejar del todo de lado «el elemento enigmático» que la sostiene.

De hecho, en la primera mitad del film Cage casi no aparece. Encarna a un tal Red, el marido de Mandy (Andrea Riseborough), un tipo enamorado y en apariencia bastante tranquilo y domesticado. Es ella, de hecho, la que parece más atormentada. Corre 1983 y ambos viven en un paraje alejado de todo en el noroeste. Ella lee libros, usa remeras de bandas de heavy metal y se la ve bastante más conectada a zonas oscuras que el pancho de Cage, quien parece feliz solo con estar a su lado. Pero un día la chica camina por el bosque y antes que puedan invocar a los hermanos Grimm, es secuestrada por un grupo de gente muy pero muy extraña.

Definirlos como «extraños» es, en realidad, quedarse cortos. Es una suerte de clan Manson liderado por un místico delirante llamado Jeremiah (Linus Roache) y que tiene un grupúsculo de seguidores que responde a cualquiera de sus caprichos como si fueran llamados divinos. Y el capricho en cuestión es Mandy. Las cosas no terminarán bien con ella (para llegar allí tendrán que pasar una serie de difíciles momentos antes) y el igualmente violentado y atormentado Red dejará su rol de amable acompañante para dedicarse a perseguir y liquidar a los culpables de lo que le hicieron a su amada chica, algo que ocupará la segunda mitad del relato que irá creciendo en tamaño de armas y en el uso de la fuerza.

Pero este resumen de su trama no sirve demasiado para explicar la fascinación que genera MANDY, especialmente en su primera hora, hora y algo. Cosmatos filma todo detrás de lo que parecen ser filtros y cortinas, como si el lente de la cámara estuviera envuelta en paños rojos y con la compañía de una música que parece salir de las entrañas mismas de la Tierra (el responsable es Jóhan Jóhansson). Aún antes de toparnos con estos agresivos místicos –cuyo ejército incluye una criatura definitivamente inolvidable– ya tenemos la sensación que estamos ante las puertas del infierno mismo. Y cuando finalmente eso sucede, Cosmatos sigue y sigue subiendo la apuesta.

Hay un par de momentos clave de la película, cuando Cage empieza a poner en marcha su revancha, que seguramente tendrán su impacto hasta físico en el espectador pero en los que, creo yo, pierde un poco ese carácter casi ocultista para empezar a guiñarle el ojo al espectador respecto a lo que está viendo. Ahí es que MANDY me empieza a interesar menos, cuando se pone excesivamente consciente de que su destino es ser una película de culto y que sabe que un plano de Cage gritando y bebiendo en calzoncillos seguramente logrará clavarse en el hipotálamo del espectador como algo que, una vez que visto, jamás se podrá olvidar. Ahí ya no hay vuelta atrás.

La película sigue, de todos modos, proponiendo escenas brutales, ampulosas, grotescas y espeluznantes pero raramente recupera ese angustiante y seductor poder de su primera mitad, cuando uno sentía que estaba bajo el embrujo de un prestidigitador del cine jugando con el subconsciente de los espectadores. Aún con los problemas que presenta en su segunda parte (hay un momento muy claro, ya lo verán, en el que la película parece dividirse en dos) de todos modos la experiencia sigue siendo más que recomendable para los amantes del horror más pesadillesco y alucinatorio. Y sí, también para los que disfrutan viendo a Cage en su máximo –desgarrado, violento, enloquecido– esplendor.



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