Estrenos online: crítica de «Tigre blanco», de Rahmin Bahrani (Netflix)

Estrenos online: crítica de «Tigre blanco», de Rahmin Bahrani (Netflix)

Esta adaptación de la exitosa novela de 2008 escrita por Aravind Adiga narra la historia del chofer de una familia adinerada de la India que trata de salir de la pobreza pese a estar en un sistema que no le da posibilidades.

Con muy buenas películas en su haber como MAN PUSH CART, CHOP SHOP, GOODBYE SOLO o 99 HOMES, el director estadounidense de ascendencia iraní Ramin Bahrani es una de las voces más destacadas dentro del panorama del cine independiente de ese país, con filmes que en su mayoría se caracterizan por un tono cercano al neorrealismo y una propuesta ético/política a la que se podría llamar humanista, gracias a historias que hablan por lo general de personas que quedan fuera del sistema. TIGRE BLANCO marca un giro en algunos aspectos –los formales– aunque no tanto en otros –los políticos– para contar una historia que transcurre en la India en el marco de los cambios económicos de ese país a lo largo del siglo XXI.

Si bien Bahrani ya había demostrado en el melodrama AT ANY PRICE y en su fallida adaptación para HBO de FAHRENHEIT 451 que podía cambiar su estilo, hasta ahora nunca se había lanzado a un relato más propio del modelo ampuloso y excesivo de los dramas tipo Bollywood con el que esta película coquetea. Al adaptar esta historia de un sirviente que llega a convertirse en empresario, Bahrani juega en un tono un poco más cercano al del cine popular de ese país (comparado con sus primeras y austeras películas son el día y la noche) y quizás la referencia estilística más obvia para los occidentales sea QUIEN QUIERE SER MILLONARIO?, la premiada película de Danny Boyle de 2008.

Pero esta novela, también de 2008, fue escrita por Aravind Adiga casi como una refutación de la tesis de aquella película (en realidad, de la novela de Vikas Swarup en la que se basaba) que parecía aseverar que, con algo de fortuna y mucho sacrificio, las clases más marginales de la India podían salir de la pobreza extrema. Ni Adiga ni Bahrami son tan ilusos –ni tan infantiles– como los que hicieron esa problemática película y TIGRE BLANCO está armada para dejar en claro que las desigualdades socioeconómicas de ese país no pueden superarse «con esfuerzo» solamente. «Te hacés rico mediante el crimen o la política», dice el protagonista. Y su historia, cuya lógica remite en más de un sentido a la del premiado film coreano PARASITE, cuenta eso.

Si bien la de TIGRE BLANCO es una trama que involucra corrupción y asesinatos, el estilo y el tipo de protagonistas parecen salir más de una telenovela o una comedia dramática que de un film de gangsters, o bien podrían verse como una traducción a la India del realismo estilizado de ciertas películas de Martin Scorsese. Bahrani cuenta la historia de Balram Halwai (Adarsh Gourav) a quien conocemos, de entrada, en dos escenas ubicadas en distintos momentos temporales del relato. En la primera, de 2007, lo vemos viajando en el asiento de atrás de un elegante auto junto a un hombre y una mujer alcoholizados, escena que termina de golpe cuando atropellan a un niño. En la segunda, en 2010, vemos a un cambiado Balram manejando algún tipo de empresa y escribiéndole un largo email al mandatario chino de entonces, Wen Jiabao, que está por visitar a la India por negocios. Esa carta autobiográfica servirá, si se quiere, como la voz narrativa del film.

A partir de ahí la historia se retrotrae a la infancia de Balram, marcada por la pobreza extrema y el sacrificio laboral de su familia, que lo obliga a dejar la escuela para dedicarse a trabajar. La narrativa pero a la vez reflexiva voz en off del protagonista va contándole al premier chino, digamos, un poco en plan «así somos en la India«, no solo los hechos de su vida sino lo que él entiende como la mentalidad de los habitantes de ese país. Así dirá que la India se divide entre los ricos y los sirvientes y que estos últimos funcionan con la mentalidad de los gallos en un gallinero, ya que saben que los van a explotar pero no hacen nada para evitarlo. Al contrario, siguen siendo serviciales pese a esa explotación, sabiendo que no les queda otra que vivir de las migajas que les dan unos patrones que, de algún modo, son también sus carceleros.

El recorrido de Balram será, usando otra de las tantas y subrayadas metáforas animales que utiliza el film, el que haría alguien que se transforma en un «tigre blanco». En este caso, alguien que logra salirse de la norma y desafiar un sistema de castas milenario. Al principio no es así. Balram consigue trabajo como chofer de una familia rica de su misma ciudad que suele quedarse con parte del salario de la gente del pueblo (su padre fue víctima de ese sistema) y que vive entregando millones de rupias a las corruptas autoridades lideradas por una primer ministra a la que llaman «La Gran Socialista». Todos ahí lo tratan de una manera abusiva que está normalizada por la sociedad, salvo Ashok (Rajkummar Rao), el hijo menor educado en Estados Unidos, y su esposa Pinky (Priyanka Chopra Jonas), que ha crecido directamente en ese país y se fastidia con ese tipo de maltratos más propios de la esclavitud.

De a poco, lo que parece ser una relación bastante tolerable entre Balram, el correcto Ashok –que lo toma como su chofer privado– y su comprensiva esposa Pinky empezará a complicarse en tanto él, después de algunas situaciones éticamente problemáticas, se vaya dando cuenta que para sobrevivir en la jungla (siguiendo con las metáforas animales que propone la película) hay que conocerse todas las trampas y los trucos. Balram probará ser un maestro de la hipocresía y sabrá funcionar con esa doble cara que –según remarca la voz en off– hay que tener para manejarse en una sociedad tan injusta, agresiva y potencialmente violenta. Observa todo, sonríe y de a poco va perdiendo lo que le quedaba de inocencia.

TIGRE BLANCO no es sutil ni sugerente sino más bien grandilocuente, subrayada y obvia. Pero es cierto también que el cine de la India (este film lo es, aunque solo en parte) más accesible suele ser así también y el propio Bahrani juega con la idea de que el propio personaje de algún modo sabe que está siendo parte de una película, de una ficción. Lo que es innegable es que al director se lo ve muy cómodo adoptando un modelo narrativo que no parece serle natural en función de su filmografía previa, o acaso encontrando un punto equidistante entre ambos. Sus primeras películas eran contemplativas, silenciosas y ásperas. Y si bien aquí todo es más veloz y declamado, está insertado dentro de un mayor grado de realismo (gracias también a la fotografía de Paolo Carnera, de GOMORRAH) que el que posee el cine de Bollywood. Lo que ha aumentado, quizás, es un cierto cinismo a la hora de entender qué posibilidades reales existen en el mundo para el ascenso social.

Entre comentarios acerca de China e India como países que serán el recambio de Estados Unidos en cuanto a dominación económica mundial, análisis de cómo el país se va convirtiendo cada vez más en una potencia comercial gracias al crecimiento del outsourcing (la tercerización de servicios a empresas ubicadas allí) y otras disquisiciones culturales específicas (que van desde cuestiones sanitarias a gastronómicas pasando por llamativos hábitos personales), la película va dejando en claro qué es lo que piensa acerca de las verdaderas posibilidades de crecimiento económico y social en ese país. No será, seguramente, ganando un concurso de preguntas y respuestas y luego bailando una colorida danza popular. Será jugando sucio, al igual que lo han hecho desde siempre sus patrones. Eso sí, mostrando siempre una enorme –y falsa– sonrisa.


En Netflix está también disponible 99 HOMES, una muy buena película del mismo director, Rahmin Bahrani, protagonizada por Andrew Garfield, Michael Shannon y Laura Dern. Por acá.