Festivales: crítica de «Knocking», de Frida Kempff (Sundance)
Esta drama de suspenso psicológico sueco que participa en la sección Midnight del Festival de Sundance se centra en una mujer que sale de un hospital psiquiátrico y se instala en un departamento en el que escucha extraños e insistentes golpes por la noche.
Hace algunos meses, ya en plena cuarentena, un vecino mío golpeó la puerta de mi casa para preguntarme, amablemente, qué era ese ruido fuerte que escuchaba siempre cerca de la medianoche saliendo de mi departamento. Le dije que no tenía idea y que no creía hacer ningún ruido y menos a esas horas. Me dijo que era imposible, que era un ruido muy fuerte y que si podía averiguar. Lo hice, analicé todos mis pasos con detalle (¿será la heladera? ¿el agua del inodoro? ¿algún caño interno? ¿algún ruido que uno pueda realizar dormido?) pero no encontré nada concreto. Sin embargo el vecino insistía: «es un ruido muy fuerte, como un temblor, no podés no oírlo». Un día, de hecho, golpeó la pared que une las casas con fuerza, claramente molesto por eso que no escuchábamos. Era claro para él que no podía venir de otro departamento (es un edificio pequeño) y quedamos en el siguiente plan: cuando escuchara el ruido me iba a mandar un WhatsApp para avisarme. Al día siguiente lo hizo. La respuesta, me temo, es muy banal: una puerta corrediza que da al balcón y que cerramos cada noche antes de dormir era la causante del ruido, que desde nuestra perspectiva no ameritaba tanto escándalo pero, él aseguraba, le hacía temblar las paredes.
Sepan disculpar la larga anécdota pero KNOCKING tiene una trama que se presenta de un modo bastante similar. Acá la protagonista es Molly (Cecilia Milocco, de nombre bastante italo-argentino), una mujer que ronda los 40 años y que viene de atravesar un severo trauma con una novia suya en una playa que no se aclara bien hasta bien entrado el relato. Molly terminó internada en un psiquiátrico y cuando la película empieza la chica acaba de salir y de ser ubicada en un departamento gris y desangelado de un enorme edificio social, monitoreada por su médico. Hace, además, un calor infernal en esa nunca nombrada ciudad sueca.
Apenas ubicada en el departamento empieza a escuchar por la noche golpes que parecen venir del piso de arriba. Sube a preguntar y su vecino, de mala manera, el rudo hombre le contesta que de allí no son. Ella trata de olvidar el asunto pero los ruidos vuelven y hasta una mancha empieza a crecer en su techo, mancha que vuelve a aparecer por más que Molly la limpie una y otra vez. Va a lo de otro vecino que no solo niega hacer ruidos sino que la mira con sorna y algo de desidia. Y verá otras cosas más, algunas que están sucediendo (una pelea entre una pareja de vecinos que ellos desmerecen como algo menor cuando Molly llama a la policía) y otras –como un suicidio en el edificio de enfrente– que solo parece existir en la cabeza de la mujer, que sigue soñando y teniendo pesadillas con lo que pasó con su pareja.
¿Qué es lo que está sucediendo entonces? ¿Está Molly alucinando, dejó de tomar sus pastillas y sigue perturbada por lo que pasó con su ex? ¿Hay alguien tratando de enviar mensajes en código Morse? ¿Es una conspiración en su edificio en plan EL BEBE DE ROSEMARY? ¿O se trata de otra cosa? La realizadora sueca Kempff –con claras influencias del cine de Roman Polanski, en especial de la película REPULSION— va y viene entre el drama psicológico y lo que parece ser una película de terror, sin decidirse claramente por uno u otro modo narrativo. Y eso le jugará un poco en contra a la hora de las un tanto confusas resoluciones. Pese a eso, hasta el último plano del film la inquietud es sostenida, especialmente por la creciente desesperación de Molly (que tiene la cámara pegada al rostro casi toda la película) que insiste que no está alucinando por más que ya ni la policía se digne a contestarle sus llamados de auxilio.
Es que, en un determinado momento, las situaciones se empiezan a apilar y el guión a hacer agua por varios costados. Ella encuentra ropa ensangrentada y va a la policía a denunciarlo pero no lleva la ropa en cuestión y no le creen. Escucha ruidos cada vez más específicos (llantos, gritos) pero tampoco se les ocurre grabarlos y sucede lo mismo. Está todo armado para que nadie le crea, incluyendo el espectador. Pero el asunto prueba ser un tanto más complicado que eso. KNOCKING es, sin dudas, un relato enervante e incómodo –especialmente para los que viven solos en grandes edificios y escuchan ruidos por la noche cuyo origen desconocen–, pero la lógica de lo que sucede atenta a veces contra la credibilidad de los hechos. En general, sépanlo por si escuchan esos ruidos, suelen ser las calderas. ¿O te estarán queriendo volver loco?