Festivales: crítica de «Mass», de Fran Kanz (Sundance)
Este emotivo y honesto drama narra el encuentro, en una iglesia, entre los padres del victimario y los de uno de los chicos que él mató en un atentado escolar. Con Martha Plimpton, Jason Isaacs, Reed Birney y Ann Dowd.
Otra de las películas que, en los últimos tiempos y no necesariamente ligadas a las limitaciones del COVID-19, parecen estar basadas en una pieza teatral, MASS («Misa») consiste en una reunión de cuatro personas alrededor de una mesa dialogando durante casi dos horas. La película no se basa en una obra pero tranquilamente podría adaptarse a un escenario. Se trata de un film armado para el lucimiento actoral –y el cuarteto protagónico es excelente–, que está muy bien manejado en términos de puesta en escena e intensidad dramática por Kanz en su opera prima y que plantea un tema difícil e incómodo. Quizás no sea cine en el sentido más convencional e interesante del formato, pero se trata de una propuesta muy valiosa.
Todo MASS transcurre en una iglesia pero no estamos ante la filmación de una misa ni nada parecido. El tema religioso se colará, más metafórica que literalmente a través de las ideas del perdón y la compasión que animan esta reunión, pero no es su centro. Esta iglesia episcopal funciona como territorio neutral para un incómodo encuentro. Durante la larga introducción vemos a la gente de la iglesia preparar una sala y asegurarse que las condiciones sean óptimas para el evento que tendrá lugar allí. No sabemos qué sucederá hasta que vemos a dos matrimonios llegar y dudar acerca de bajar o no de sus respectivos autos.
La información la iremos conociendo de a poco, a partir del visiblemente incómodo encuentro entre los cuatro. Ellos son, por un lado, los padres de la víctima de un atentado en una escuela y, por otro, los del victimario. Gail y Jay (Martha Plimpton y Jason Isaacs) son los primeros –los más visiblemente doloridos–, y mientras empiezan a hablar de livianas formalidades, vamos descubriendo la inmensa profundidad de su dolor y su contención a la hora de sostener esa conversación de tipo terapéutico. Del otro lado están Richard y Linda (Reed Birney y Ann Dowd), cuya situación es casi tan complicada: saben el daño que su hijo ha causado a todos los familiares de sus víctimas pero también han vivido desde entonces una pesadilla interminable.
A lo largo de una conversación que se va tornando más agresiva, nerviosa y dolorosa con el correr de los minutos –y que parece estar narrada en tiempo real– irán saliendo detalles del hecho, preguntas difíciles, algunos debates sobre el uso de armas, la salud mental, los videojuegos y la alienación de muchos adolescentes contemporáneos. Gail y Jay querrán saber cómo es que el hijo de Richard y Linda –él parece un profesional serio, ella una mujer amable y sensible– pudo haber llegado a hacer algo así. Y su obsesión pasa por saber qué es lo que ellos podrían haber hecho y no hicieron. ¿No le notaron tendencias violentas? ¿Por qué no actuaron ante ciertas actitudes o manifestaciones?
El hijo de Gail y Jay queda como una figura más difusa y genérica. Y está bien que así sea. MASS no trata de poner alguna responsabilidad ni intenta crear algún lazo que explique la relación entre el asesino y sus víctimas. No. Se trata de alguien que entró a su escuela y que, como viene sucediendo demasiadas veces y ya hace muchos años en Estados Unidos, se puso a disparar a diestra y siniestra a quien tuviera en la mira. El peso dramático allí está en los padres, que vieron que la vida de su hijo se acababa, de manera absurda, de un momento a otro.
Es una película sutil e inteligente que evita meterse en las discusiones más obvias que despiertan situaciones como estas. Si bien por momentos salen temas del debate político actual, no hay enfrentamientos de esos que dividen a los norteamericanos hoy. De hecho, parecen padres que en otras circunstancias tranquilamente podrían haber sido amigos. Lo que todos ellos necesitan es algún tipo de cierre. O, al menos, recuperar alguna estabilidad mental y emocional que han perdido. Seguramente no podrán hacerlo del todo, pero esperan que este tipo de encuentro los ayuda a entender algo.
Es una película armada para el lucimiento actoral y los cuatro intérpretes están extraordinariamente bien. Plimpton (una actriz a la que vimos crecer desde los tiempos de LOS GOONIES y LA COSTA MOSQUITO, hace ya 35 años) es la más afectada y visiblemente en crisis de los cuatro, mientras que el británico Isaacs (BLACK HAWK DOWN y el Lucius Malfoy de la saga HARRY POTTER) funciona como su más contenida contraparte. Del otro lado, la veterana actriz de reparto Dowd (las series THE LEFTOVERS y THE HANDMAID’S TALE, además de films como EL LEGADO DEL DIABLO) tiene la más incómoda tarea de exhibir dolor y compasión a la vez mientras que Birney (HOUSE OF CARDS) tiene el rol más medido e intrigante de los cuatro y lo encarna a la perfección.
Es una película que podría haber salido mal por millones de razones –actorales, de guión, de puesta en escena–, pero el también actor Kranz ha logrado algo realmente muy difícil: hacer una película-debate que evita respuestas fáciles, que jamás crea héroes ni villanos y que, sin disimular una estirpe teatral, logra mostrar muchos recursos cinematográficos sabiendo casi siempre donde ubicar la cámara y cómo dejar que las escenas avancen y respiren. Es una película dura y dolorosa, pero también muy honesta.