BAFICI 2021: reseñas de la Competencia Argentina

BAFICI 2021: reseñas de la Competencia Argentina

Acá comienzo con las críticas de la competencia argentina del festival porteño, que este año incluye largos y cortometrajes. Con el correr de los días irán apareciendo las reseñas de otros films.

PALESTRA, de Juan Pablo Basovih Marinaro y Sofía Jallinsky. Mis experiencias con la comedia en el BAFICI 2021 habían sido tan tortuosas que le tenía poca fe a esta película. Pero fue, claramente, un error. Se trata de una propuesta pequeña y muy original, áspera y en más de un sentido «irritante», que funciona a partir de un humor seco y muy inteligente. Se trata de una negrísima comedia muy bien escrita e interpretada por sus cuatro protagonistas (Verónica Gerez, Cecilia Marani, Constanza Herrera y Sebastián Romero Monachesi), que lidia con algunas situaciones y diálogos que pasan de largo cualquier frontera de la llamada «corrección política».

Estamos ante una situación muy concreta y específica y, salvo por algunos planos detalle «relevantes», podría ser casi una obra teatral. Tres amigas se juntan para depilarse entre sí con cera caliente y más tarde llegará un fotógrafo que vendrá a sacar fotos de esa sesión. De entrada notamos que los directores están dispuestos a ir bastante más allá de las convenciones en su búsqueda humorística. De un diálogo sexual más que sucio se pasa a una depilación tan gráfica como dolorosa que genera un contrapunto muy gracioso con las conversaciones entre las dos chicas. Luego hay una serie de charlas y anécdotas en las que se hacen referencias graciosas tanto a enfermedades como a discapacidades, lo que seguramente generará incomodidades entre los espectadores. Y ante la llegada del fotógrafo aparecerán una serie de tensiones (sexuales y de las otras) que irán llevando la situación a un terreno cada vez más complicado.

Es claro que el humor un tanto retorcido de la película no será para todos los gustos (otro corto codirigido por Basovih Marinaro, LOS DENTISTAS, también en BAFICI, va por el mismo lado pero no con tan buenos resultados), pero hay un rigor en la sequedad de las actuaciones, en el tono filoso de los diálogos y en la acidez de la propuesta que funciona –salvo por algunos momentos cercanos al final– casi a la perfección. Tiene un humor que me hizo acordar al del cine de Neil Labute, Rick Alverson y hasta los primeros trabajos del llamado mumblecore en su versión más de género (los primeros films de los hermanos Duplass, acaso). Pero a la vez tiene una personalidad muy propia, especialmente un costado feminista que convierte a PROMISING YOUNG WOMAN en un juego de niños en comparación.

Es cierto que hay momentos en los que uno puede sentir la necesidad de provocación permanente que hay en el film (cada historia que se cuenta es más brutal que la anterior, cada línea de diálogo más insidiosa), pero más allá de algún que otro exceso, lo que es claro es que hay una propuesta tonal y actoral muy específica, rigurosa y lograda. Hacer una buena comedia es mucho más que juntarse con amigos, divertirse un rato y filmarlo, como parecen transmitir muchas otras películas de este género vistas en BAFICI. Es un trabajo orgánico y preciso, que requiere entender tonos, ritmos, diálogos, actuaciones y, especialmente, tener algo para contar. En ese sentido, PALESTRA cumple y dignifica el género. Eso sí, arde y duele un montón…


CUANDO LA PRIMAVERA SE ESCAPA, SE LIBERA DEL SUEÑO, de Eugenia Alonso & Josefina Pieres. Este documental personal co-dirigido por la reconocida actriz Eugenia Alonso se centra en su relación con su hijo Ulises, que sufre de un síndrome hereditario conocido como «cromosoma X frágil», por lo que tiene algunas dificultades de aprendizaje y contacto con los demás, algo con lo que Alonso ha ido trabajando y, desde el amor y la comprensión, ayudando a sobrellevar y a ir mejorando cada día un poco más.

Su documental no hace demasiada referencia a la parte «médica» del asunto sino que se presenta como un retrato de la vida de Ulises a través de materiales de archivo y en la compañía actual de su madre, a quien acompaña a sus obras (se la ve hacer «Hamlet» en el San Martín con el chico entre bastidores, siguiendo todo en detalle), con la que va a votar (en una escena emotiva) o con la que comparte muchísimos momentos. Es, más que ninguna otra cosa, un retrato pudoroso y sutil acerca de cómo el afecto y el cariño pueden ayudar a sobrellevar mucho mejor este tipo de dificultades.

Una conversación que Eugenia tiene con alguien que parece ser de una escuela lo deja en claro. «Si lo ponen detrás de un pupitre entre 35 alumnos probablemente no se comunique mucho», les explica. En su casa, es evidente, contenido y sobre todo querido, puede desarrollar sus talentos para la poesía y, más que nada, reírse, divertirse y hacer reír a los demás. No hay exhibicionismo aquí ni se vulnera la intimidad de Ulises. Al contrario, se trata también de aprender a soltar y de dejar que la primavera, a su manera, se escape.


ALGO SE ENCIENDE, de Luciana Gentinetta. Este breve y potente documental se centra en el caso de Anahí Benítez, la adolescente de 16 años de Lomas de Zamora que un día de julio del 2017 salió de su casa, estuvo desaparecida una semana y fue encontrada muerta poco después. Pero la propuesta está muy lejos del convencional relato periodístico sobre este tipo de temas. La directora, de apenas 23 años, iba también a la ENAM de Lomas de Zamora, la misma escuela a la que concurría Benítez. Y lo que hace aquí, por un lado, es contar la experiencia desde la perspectiva de los compañeros de Anahí, en la manera en la que la noticia los atravesó y en cómo se unieron para marchar y exigir respuestas. A la vez, el film muestra cómo sus ex compañeros trabajaron su dolor y sus emociones a partir de distintas formas artísticas.

Gentinetta prueba tener un notable aplomo narrativo en la manera calma, estudiada y tranquila en la que presenta la historia a través de los testimonios, con cuidados planos de quienes hablan y creando un clima grave y severo alrededor de la escuela que recuerdan en cierto modo a los de ELEPHANT, de Gus van Sant. Ese tono va cambiando a medida que la narración avanza –y se saben más cosas sobre la desaparición– y luego se transforma en una suerte de manifestación artística centrada en las maneras en las que sus compañeros y otros alumnos de la escuela fueron expresando sus sensaciones al respecto.

La directora no explora demasiado el caso, consciente del proceso de revictimización que eso puede generar –apenas un cartel al final de la película aclara los puntos salientes del hecho, el resto cualquiera puede buscarlo en internet– sino que prefiere poner el acento en el impacto emocional del caso en quienes la rodeaban, incluyendo a la propia directora y equipo que se inscriben de manera muy emotiva en los acontecimientos que se relatan. ALGO SE ENCIENDE es un relato de dolor y de resistencia que prefiere dedicarle su espacio y su tiempo a la pulsión de vida antes que a la de muerte.



EL BALDIO, de Liliana Paolinelli. Este breve largo que ronda la hora de duración se centra, como bien dice el título, en un baldío, un terreno deshabitado en medio de un barrio populoso de Buenos Aires que parece ser Colegiales. Entre las chapas que cierran el paso –y la vista– a lo que hay adentro se divisan sus verdaderos habitantes: una enorme cantidad de gatos. Alrededor de ellos un grupo de mujeres del barrio se han organizado para alimentarlos, chicas de distintas edades que se toman el trabajo de darles de comer, curarlos si tienen heridas y que claramente se han encariñado con ellos a punto de ponerle nombres a cada uno.

Paolinelli cuenta este proceso, de manera observacional. El resto lo hacen los gatos, las cámaras y las rutinas de las mujeres que los cuidan, quienes en cierto momento tienen que arriesgarse más que lo habitual para resolver algunos problemas en los que los gatos se meten. No hay un intento de parte de la realizadora cordobesa de «psicoanalizar» a estas mujeres ni de encontrar una explicación personal o biográfica que justifique su dedicación a cuidar gatos abandonados, más allá de que uno pueda inferir cierta soledad. Simplemente las observa hacer, con cariño, distancia y respeto. Lo suyo es ir viendo uno de esos tantos «emprendimientos» solidarios que existen en los pliegues de una Buenos Aires que se puede mostrar adversa y áspera pero que no logra disimular del todo esos bolsones de humanidad que aún le quedan medio escondidos.


COMO MUEREN LAS REINAS, de Lucas Turturro. La más efectiva de las películas argentinas de ficción vistas en el BAFICI hasta el momento, este thriller psicológico se centra en las complicadas y peligrosas experiencias de tres adolescentes y una mujer adulta en un caserón de campo. Una mujer (Umbra Colombo) está allí con sus dos sobrinas, adolescentes, con quienes vive tras la muerte en un accidente de los padres de las chicas. Las chicas tienen una tensa relación entre ellas (y también con la tía) que se complica mucho más cuando viene a visitarlas Lucas, otro primo al que no ven hace muchos años. Adolescente también, el chico genera un caos aún mayor entre las hermanas, que no solo se lo disputan (Juana anda por los 17 y tiene más experiencia mientras que Mara, de 14, se mete en asuntos un poco densos para su edad) sino que tienen además otros asuntos entre las dos que resolver. También es clave el rol de la tía, que tiene toda otra serie de problemas sentimentales con los que lidiar.

De a poco todos esos conflictos van convergiendo hasta que la situación empieza a hacer agua por todos lados y a volverse cada vez más peligrosa, especialmente porque es claro que ninguno de los protagonistas parece ser consciente de la violencia de los otros ni de la suya propia. Quizás la serie de resoluciones del caso no estén a la altura del suspenso construido –la combinación de elementos puede ser excesiva y hasta confusa– pero Turturro siempre confía en la inteligencia de los espectadores para ir advirtiendo por dónde parece pasar el peligro y cómo las tensiones entre las hermanas llegan a un punto en el que no hay vuelta atrás posible.

COMO MUEREN… juega en un registro que se usa poco en el cine nacional, especialmente en el independiente, que es el del suspenso apoyado en la psicología de los personajes más que en situaciones donde la tensión o la violencia son obvias o externas. Es una película de género pero no una que existe solo para fans del género, plagada de códigos y referencias internas. Y tampoco se limita a mantenerse en el drama y a sugerir esas tensiones sino que avanza sobre ellas, llega a zonas sugestivas y hasta incómodas de la vida en familia. Es que la gente más cercana, a veces, puede ser la más peligrosa.


TARANTO, de Víctor Cruz. Un documental argentino sobre una temática estrictamente italiana puede parecer, a simple vista, como una propuesta un tanto extraña. Pero el problema que trata Cruz en este breve, conciso y relevante film no solo es universal sino que toca muy de cerca situaciones que ya se están dando en la Argentina. En Taranto existe hace más de medio siglo una acería, ILVA, que da trabajo a muchísimos habitantes de esa ciudad que no está entre las más prósperas de Italia y que tiene un alto porcentaje de desocupación. A la vez esa fábrica emite una cantidad de gases tóxicos hace décadas, algo que viene diezmando a la población de una manera casi silenciosa, a través del cáncer. A lo largo de la década pasada se empezó a dar allí un fuerte debate y lucha entre los ambientalistas que quieren cerrar la acería a toda costa y mucha gente del pueblo que, aún a sabiendas del daño que causan esas emisiones, prefieren «morir de cáncer que morir de hambre», como dice uno de los operarios.

Combinando charlas con activistas del medio ambiente, conversaciones con gente en la calle y materiales de archivo de los conflictos políticos que se desataron por este tema y que llamaron la atención de todo el país (con visita del primer ministro incluida) por las incumplidas promesas de políticos y empresarios de mejorar la situación, Cruz hace un retrato muy claro de las preguntas sin respuestas que se abren a partir del tema. Si bien la mirada siempre está del lado de los llamados «ambientalistas», también se escucha con comprensión la otra postura, dejando en claro que los responsables siempre son los empresarios de siempre y los políticos de turno. Hay una escena, excelente, en la que una señora, vecina del lugar, se mete enojada en las entrevistas que le están haciendo a dos personas que van mostrando las evidentes marcas de la contaminación para criticar su postura, que es casi una manifestación pura y natural de lo que representa Italia en la mente de casi todos los espectadores.


LOPEZ, de Ulises Rosell. El gran artista y fotógrafo argentino Marcos López es el eje de este documental íntimo, personal, que logra retratar con cariño y bastante humor a este notable y muy particular personaje. El realizador de BONANZA no busca contar la historia de su vida ni recorrer su carrera sino retratarlo en un momento específico en el que en su camino se cruzan distintos elementos, algunos puntuales y otros permanentes. Es así que se lo ve en la relación que tiene con su madre y con sus hijos pero también en sus visitas a médicos, dentistas y oculistas, en sesiones fotográficas, en inauguraciones, conversaciones casuales y en sus participaciones radiales, entre otros ámbitos en los que se mueve.

Rosell se coloca a una justa distancia de su retratado, recogiendo experiencias privadas y públicas, siempre sabiendo cómo y dónde ubicarse, qué contar y hasta dónde llegar. Hay un cuidado de la puesta en escena y un trabajo en la relación con el personaje que se ve muy poco en muchos recientes documentales argentinos, ya que evita tanto la pomposidad de algunos como la desprolijidad de otros, tanto la superproducción (con drone) marca Netflix como la aparente improvisación de los más «independientes». Es un trabajo delicado, preciso, cuidado y sobre todo muy humano. Un retrato que logra hilar temas muy íntimos y personales de una manera sutil, casi sin que el espectador se de cuenta. Y tiene en Marcos López a un personaje ideal –abierto, espontáneo y autocrítico– para este tipo de propuesta.


COPACABANA PAPERS, de Fernando Portabales. A partir de un dispositivo narrativo quizás real, quizás ficticio –que propone que el artista plástico se «quemó» el dinero que le habían dado para crear un espacio/restaurante en Rio de Janeiro pasándose mucho tiempo en el elegante hotel Copacabana Palace–, este documental íntimo se le pega a Sergio De Loof, el artista plástico y diseñador argentino fallecido hace justo un año, durante esa estancia en el hotel en 2018. Sentado en el living, viendo videoclips musicales, entrando todo el tiempo a Facebook o a YouTube, bebiendo whisky tras whisky –entre otros consumos–, De Loof habla y habla, recuerda, comenta, analiza, chimenta, bardea, se emociona (escuchando a Mercedes Sosa) y charla con Cristian Dios, su compañerx en la aventura, y con el realizador.

Su historial creativo y artístico va apareciendo a través de videos, conversaciones y algunos materiales de archivo, muchos de ellos vistos por ellos en el hotel y comentados a cámara. Portabales suma clips musicales en los que se cruzan imágenes de películas, estrellas pop y otras influencias del combo creativo/kitsch del personaje permitiendo generar una idea bastante clara del universo de De Loof y de su explosiva personalidad. En ese sentido la película, si bien seguramente no fue pensada para ser estrenada post mortem, funciona como un homenaje muy honesto a quien fuera parte fundamental de espacios como Bolivia, El Dorado, Ave Porco o la revista Wipe. Y una figura inclasificable, controvertida e inolvidable de la cultura pop argentina de los ’90 en adelante.


LOS VISIONADORES, de Néstor Frenkel. Hay personas que hacen del consumo irónico un culto, casi una forma de vida, una manera de perpetuar la adolescencia hasta límites imposibles. Sucede en todas las artes. En cine, es un personaje que todos conocemos: se pasa gran parte del tiempo viendo películas malas, ridículas, absurdas, se divierte con eso y, quizás inconscientemente, se permite sentirse superior a lo que ve. Hay algo de (falsa) seguridad en el consumo irónico: no nos desafía como espectadores sino que nos tranquiliza en nuestra comodidad del sofá, la gaseosa y el snack de turno. Nos reímos de los otros y de las tonterías que hacen y nos congratulamos en nuestro supuesto manejo superior de los códigos del cine, del arte, de la vida.

Como a mí jamás me interesó esa manera de consumir cine siento que hay algo de desidia y de secreto odio a la forma. Personas muy cercanas a mí me han insistido que no es así, que ese tipo de cinefilia enamorada de lo berreta, de lo clase Z y de lo bizarro lo hace desde el amor, el cariño y la ternura con el objeto. Me cuesta entenderlo de ese modo pero, en función de hablar de “Los visionadores”, vamos a aceptar esa lógica como posible. Tomándola así, es un mediometraje que se entretiene creando una suerte de situación ficcional (dos fans locales del cine de Hollywood que se topan de casualidad con una mala película argentina y no pueden parar de ver más y más, siempre alquilándolas en ruinosos VHS) para ir mostrando de ahí en adelante una serie de bizarras escenas del cine argentino de todos los tiempos, pero con una fuerte presencia de películas policiales de los ’80 y los ’90.

Con una voz en off que hace juegos de palabras con los títulos, combina los diálogos de muchas de ellas y revela las coincidencias que existen entre formas y temas a lo largo de la historia (la relación policía vs. drogadictos es central), “Los visionadores” puede parecer un simpático homenaje a cierto cine argentino de bajísima reputación crítica, por lo general plagado de malas actuaciones y situaciones entre inverosímiles y ridículas. El hecho de que entre quienes la hacen haya personas que se dedican también a hacer películas border o que claramente aman el cine nacional me habilita a pensar en que hay cariño en la propuesta. Quiero creer que nadie se pasaría meses o años armando un collage de películas argentinas bastante malas solo desde la desidia, el odio o para demostrar algún tipo de superioridad.

Pero también puede verse, sin tantas relecturas, como una burla y listo, como la reunión de un grupo de amigos a los que les resulta divertido cagarse de risa del laburo de los demás mediante el clásico sistema del montaje burlón que siempre deja pagando al que pone la cara y tiene que actuar diálogos y situaciones imposibles. A juzgar por las risas del público que la vio conmigo, el amargo soy yo. Tal vez porque no termino de entender del todo esa conexión entre directores y espectadores armada para reírse de, o ser condescendiente con, las personas que ven en la pantalla. O tal vez porque prefiero películas como “Ed Wood” en la que aquellos que no tuvieron la suerte de tener talento recibían del director y del público un cariñoso y sincero homenaje. Pero, como dije antes, quizás este también lo sea y a mí me cueste un poco verlo.


RANCHO, de Pedro Speroni. A través de las experiencias, las historias y los sueños de un grupo de presos de un penal de máxima seguridad, el realizador construye un documental muy íntimo y potente centrado en un pequeño grupo de personas que han llegado allí por distintos motivos y que comparten entre sí sus mundos. Con una cámara tan cercana como comprensiva, sin lanzar juicios sobre los personajes por más que estén contando algunas cosas terribles que hicieron, Speroni pone su mirada en un boxeador, un tipo que mató a su padrastro mientras le pegaba a su madre, un veterano que recorrió casi todas las cárceles del país, otro que se dedica a robar y piensa seguir en eso aún cuando salga y personajes que de a dos o en grupos se cuentan tanto las historias que los llevaron a estar «en cana» como otras anécdotas de su vida previa y durante la prisión.

Solo en el momento de las esperadas visitas de parejas y familiares se romperá ese «rancho» de presidiarios solos. Pero tanto ahí como en la intimidad lo que Speroni consigue es de una enorme honestidad, más allá que seguramente los momentos más complicados y tensos que los presos viven en la cárcel no tengan lugar frente a la cámara. En su compañerismo, mate de por medio, en un patio con reminiscencias del de «El marginal», en la manera en la que el boxeador descarga toda su bronca mientras entrena, en los consejos que los veteranos les dan a los nuevos y a los más jóvenes y en el modo confesional en el que uno de los presos le cuenta a una psicóloga/asistente social porqué no tuvo otra opción que matar a su padrastro, la película logra humanizar a presos que, en muchos casos, reconocen y hasta se mueren de risa contando algunos de sus actos violentos, robos o crímenes. Lo importante en RANCHO es dejar en claro que esos hombres no se definen solo por el delito que cometieron.


CANAL 54, de Lucas Larriera. Esta suerte de secuela o spin off de ALUNIZAR, el anterior film codirigido por Larriera, en el que el realizador jugaba con la idea de que la filmación de la llegada del hombre a la Luna era falsa, surge a partir de la información que él recibe de la existencia de un personaje poco conocido que aseguraba haber visto entonces una transmisión diferente con otras imágenes del alunizaje, aportando fotos de los astronautas bajando del Apolo 11 distintas a las de la NASA. El director se pone a investigar a este huraño y solitario radioaficionado que vivía en Avellaneda y empieza a descubrir algunas particularidades de su vida y de su historia, que incluyen elementos que parecen salidos de una ficción conspirativa propia de un thriller de esa época.

Se trata de una búsqueda detectivesca curiosa ya que le permite al director descubrir personajes muy extraños e insistir además con esa «lúdica» idea de los secretos y las mentiras que pudieron haber existido en esa transmisión o en la propia llegada a la Luna. La película, de todos modos, presenta algunos ángulos problemáticos. Por un lado, por los intentos un tanto caprichosos del realizador de conectar su obsesión con la Luna con su historia familiar. Y, por el otro, por algunos «descubrimientos» acerca del personaje que no son suficientemente explorados por él en el film. Al documental le toca en suerte, además, aparecer en una época en la que las teorías conspirativas se han vuelto un problemático reservorio de peligrosos personajes que no hacen más que negar la realidad. Y eso le genera un marco un tanto extraño a este simpático ejercicio.


QUE SERA DEL VERANO?, de Ignacio Ceroi. Las películas basadas en el «found footage» conforman un género con un amplio abanico de posibilidades, desde las más clásicas a las más raras y originales. ¿Qué es en definitiva ese «material encontrado», esas filmaciones de otro que uno recupera, manipula y hasta utiliza como propias? ¿Qué historias se pueden contar con ellas? Y, yendo aún más lejos, ¿qué pasaría si aquello de «encontrado» acaso no sea tan así? Todo eso puede ser parte del análisis de QUE SERA DEL VERANO, un lúdico juego, experimental y narrativo a la vez, del realizador argentino Ignacio Ceroi (UNA AVENTURA SIMPLE) que debutó en la sección Forum de la Berlinale… Leer crítica completa


UNA CASA SIN CORTINAS, de Julián Troksberg. Un personaje enigmático y del que todos parecieran querer escapar, María Estela Martínez de Perón («Isabel») es el centro de este documental que recorre su vida, desde su juventud a la actualidad. Con algunos buenos materiales de archivo –en video y también fotos o recortes periodísticos– y entrevistas a decenas de personajes «memorables» para los que recordamos su paso por la política o la vida sindical argentina (de Carlos Corach a Hugo Curto, de Carlos Ruckauf a Dante Gullo) además de vecinos, periodistas, conocidos o representantes de «Isabelita», esta película intenta retratar a esta mujer un tanto inasible, contradictoria, cuyo paso por la presidencia argentina se ha transformado en una experiencia casi fantasmal.

Troksberg recoge muy buenas anécdotas, saca a la luz historias políticas poco habladas y recorre lugares clave que no han sido demasiado visitados sin llegar del todo a desentrañar al personaje, lo cual es lógico y coherente con su huidiza imagen. El documental, lamentablemente, peca de desprolijo, desmañado, tiene una cronología azarosa y parece haber sido más pensado como una investigación periodística que como un film propiamente dicho. Y si bien eso atenta contra el disfrute del film, el contradictorio mundo que se abre alrededor de Isabel Perón es tan fascinante que soporta las limitaciones cinematográficas de la propuesta.


RESPONSABILIDAD EMPRESARIAL, de Jonathan Perel. El libro «Responsabilidad empresarial en delitos de lesa humanidad: Represión a trabajadores durante el terrorismo de Estado» (investigación editada por la Dirección Nacional del Sistema Argentino de Información Jurídica con sus dos tomos legal y gratuitamente disponibles acá y acá) salió en 2015 y fue un intento de dar cuenta de los compromisos, las acciones y la colaboración de muchas grandes empresas nacionales e internacionales con el Proceso de Reorganización Nacional que gobernó la Argentina entre 1976 y 1983. Es un tema que, si bien es sabido, no se conoce ni difunde tanto como los consabidos horrores de la represión estrictamente militar. Lo que el libro hace es conectar de maneras muchas veces muy directa a dichas empresas no solo con los «beneficios económicos» que les pudo haber aportado su cercanía al régimen sino con la propia represión, los muertos y los desaparecidos que dejó ese proceso… Leer crítica completa


IMPLOSION, de Javier Van de Couter. A diferencia de los films «híbridos» en los que se mezcla documental y ficción para centrarse en un hecho real, lo que hace acá el reconocido guionista, actor y director es similar a lo que propuso Clint Eastwood en su film 15:17 TREN A PARIS. Esto es: que los protagonistas del hecho real participen de una versión ficcional, reconstruida si se quiere, de su propia historia. Paul y Rodrigo (Pablo Saldías Kloster y Rodrigo Torres) son dos ahora adultos de Carmen de Patagones que estuvieron entre los heridos de una masacre escolar que tuvo lugar allí en 2004, atentado que dejó tres muertos. Y lo que hacen ambos en el film es investigar el paradero del victimario –también un estudiante– y viajar en busca de venganza. A diferencia de los personajes del film de Eastwood, esto es algo que no hicieron en la vida real pero que «ponen en práctica» a través de la ficción.

En ese recorrido ambos irán buscando ya más cerca de Buenos Aires al estudiante cuyo atentado les alteró por completo sus vidas, investigando dónde puede estar viviendo. Pero la película se centrará más que nada en los desvíos de ese viaje, desvíos que los pueden llevar tanto a replantearse el sentido de su misión como a tratar de lidiar con su dolor. Los dos irán atravesando situaciones raras –encuentros nocturnos, nuevas amistades, peleas, fiestas– y distintas aventuras que se convertirán en sí mismas en el cuerpo del relato. Finalmente, la película contará de forma muy sentida y efectiva una historia acerca de dos personajes que descubren que el recorrido de sus vidas quizás deba ir más allá de la revancha. Y que lo importante, muchas veces, es eso que está a los lados del camino.