Berlinale 2021: crítica de «Memory Box», de Joana Hadjithomas & Khalil Joreige (Competencia)
En este drama familiar, una hija adolescente revisa los diarios y grabaciones personales de su madre cuando tenía su edad y descubre una historia secreta y desconocida.
Una de las películas más accesibles, humanas y emotivas de la competencia –al menos entre lo visto hasta el momento–, MEMORY BOX apuesta a un formato clásico, con algunos toques personales, para contar la historia de una adolescente que trata de conectarse con su madre a partir de investigar su vida durante su adolescencia. Se trata de una situación universal pero también muy específica y particular. Y los directores operan de la misma manera a la hora de armar su relato: usan un guión y un esquema narrativo tradicional pero le agregan detalles no usuales para este tipo de relatos.
Alex es una adolescente que vive en Montreal con su madre libanesa, Maia, separada de su padre que se fue a vivir a Francia. La chica pasa gran parte de su tiempo chateando y enviándose videos con sus amigas vía redes sociales, compartiendo características de sus distintas Navidades. Mientras prepara la suya junto a su abuela, viuda, llega a la casa una enorme caja desde Beirut para su madre. La abuela no quiere que Maia la vea y decide esconderla, pero por un accidente la mujer se topa con ella. Está llena de cuadernos, recuerdos y casetes de sus años de adolescencia en Beirut enviadas por la familia de su mejor amiga de la época, quien acaba de fallecer. Shockeada por la noticia –no sabía nada de su muerte– y conmovida por lo que encuentra, decide archivar todo el asunto. «Son recuerdos muy dolorosos», le explica la abuela a su nieta.
Alex, intrigada, decide en secreto empezar a husmear en lo que hay ahí y, siguiendo el orden de los cuadernos y los casetes –todos escritos y grabados en los ’80 con la estética de la época– empieza a descubrir que su madre, hoy una mujer un tanto apagada y silenciosa, tuvo una vida increíblemente intensa en la Beirut de esos años. En las cartas, fotos y grabaciones enviadas a la amiga, Maia le cuenta de sus primeros amores, de su vida cotidiana y de los problemas y dificultades que empiezan a aparecer con los conflictos bélicos que tuvieron lugar en el Líbano en esa década.
Para la chica es un descubrimiento que la acerca mucho, pero ni Maia ni la abuela quieren saber nada con ese material ni con que ella lo mire, lo cual la hace pensar que allí se esconden algunos secretos. Algo que parece volverse más probable cuando la guerra lleva a los personajes a tomar diferentes caminos en sus respectivas vidas. Entre los personajes clave allí están Raja, un novio que Maia tenía entonces y que militaba políticamente de una manera que era problemática para su familia. Y también el padre de Maia, un pacifista que se oponía a la intensificación de los conflictos.
Los realizadores de A PERFECT DAY han creado MEMORY BOX a partir de una situación con muchos tintes autobiográficos: los materiales de archivo son los de la propia Hadjithomas –o están inspirados en ellos– y la situación de recibir ese material 25 años después le sucedió en realidad, lo mismo que compartir eso con su hija de 13 años. De ahí en adelante aparece la ficción e historias inspiradas a partir de esos materiales combinados con otros.
La película va y viene entre el presente y el pasado. Gran parte del tiempo ese viaje se realiza a partir de poner en movimiento las fotos o intervenirlas en modo collage, rescatando también una estética ochentosa adolescente que se complementa con temas musicales (Blondie, Killing Joke, Sigue Sigue Sputnik) de la época. Las escenas que transcurren estrictamente en el pasado son las menos y siempre están puestas en función del impacto que le causan a Alex, quien se obsesiona tanto con el pasado de su madre que empieza a dejar de lado el chat de sus amigas.
La estructura del film es tradicional y uno puede verle los hilos dramáticos. Se sabe que hay un secreto de por medio que hace que ni madre ni abuela quieran revisar mucho el pasado y es evidente que tarde o temprano la madre descubrirá que su hija ha estado husmeando en sus cosas. Pero gracias a la frescura que tiene el modo que utilizaron para rescatar las imágenes –en especial en la etapa más liviana, pre-bombardeos y caos– y las genuinas emociones que aparecen cuando Alex empieza a conectar con el pasado de su madre, MEMORY BOX se va transformando en una película cada vez más sensible, humana y que lleva a la posibilidad de una reconciliación con la propia historia de cada uno.
Un pequeño problema de la película pasa por no desarrollar demasiado la vida de Alex por fuera de su obsesión por seguir los pasos de su madre en los ’80. Su vida fuera de eso se siente hueca, con una serie de amistades virtuales que no parecen tener jamás la intensidad vital –ni el peligro– de lo que fue la adolescencia de su madre. Si bien es una especie de vida protegida y algo distanciada de la realidad –subrayada con la insistencia de Alex en fotografiar con su teléfono todo lo que ve para así «confirmar su existencia»– da la impresión que la película desmerece un poco, por comparación, las dificultades de ser adolescente hoy. «A vos no te va a faltar nunca el agua corriente», le dice en un momento su abuela cuando la chica no cierra la canilla, comparando con los problemas de Beirut en plena guerra.
Más allá de esa debilidad, la historia que Alex y los espectadores descubren al mismo tiempo es fascinante y si bien no es pródiga en detalles específicos de los conflictos políticos en el Líbano en los ’80 (jamás se menciona la palabra Israel, o la OLP o Hezbollah, entre otros participantes de esas guerras) logra transmitir muy bien las crecientes tensiones vividas por Maia en los ’80. En el fondo lo que MEMORY BOX cuenta son dos «coming of age» en paralelo: el de la madre en el pasado y el de su hija en el presente. Y esas similitudes les servirán para encontrar una nueva y mejor forma de relacionarse entre sí.