Berlinale 2021: crítica de «Una escuela en Cerro Hueso», de Betania Cappato (Generation)

Berlinale 2021: crítica de «Una escuela en Cerro Hueso», de Betania Cappato (Generation)

Esta emotiva película argentina premiada en la sección Generation del Festival de Berlín cuenta lo que sucede cuando una familia con una niña autista se muda a un pequeño pueblo y rearma su vida allí.

Hay un proverbio africano –replicado en el título de un libro que escribió Hillary Clinton en los ’90– que dice que «hace falta un pueblo para criar a un niño». La frase, aplicada quizás a otras circunstancias, tranquilamente se puede trasponer a lo que sucede en UNA ESCUELA EN CERRO HUESO, opera prima de Cappato, basada en una historia autobiográfica. Esta bella, delicada y emotiva película que acaba de ganar una Mención Especial del jurado de su sección en la Berlinale, pone esa frase en juego en un contexto específico. Y prueba que el ambiente, la solidaridad, la colaboración, la empatía y la comprensión son fundamentales a la hora de pensar el crecimiento y la evolución de un niño y también de una familia.

Julia y Antonio (Mara Bestelli y Pablo Seijo) son los padres de la pequeña Ema (Clementina Folmer), una niña de seis años que está dentro del espectro autista y que ha sido rechazada de 17 colegios diferentes de la ciudad de Santa Fe. El único que aceptó tenerla entre sus filas es uno que está ubicado en un pequeño pueblo de esa provincia, una humilde escuelita rural en la que los alumnos de varios años estudian juntos y a la que muchos van fundamentalmente a alimentarse.

A lo largo de los breves 70 minutos del film, Cappato nos va mostrando el proceso de adaptación, tanto de Ema como de sus padres, dos biólogos que pronto están poniendo sus conocimientos en función de las necesidades de la comunidad. A la par, la niña –que no habla y usualmente parece ausente– es recibida primero con extrañeza y curiosidad pero luego con enorme cariño por parte de los compañeros, especialmente una de las niñas que se vuelve su principal compañía.

A través de escenas breves armadas de un modo que podríamos llamar impresionista (Ivan Fund, coguionista, director de fotografía, editor y pareja de la cineasta, es un especialista en este tipo de relatos «caleidoscópicos»), la historia de esta pequeña familia se va narrando, con la intención de dejar en claro que este tipo de afecciones pueden atravesarse mejor si se cuenta con una comunidad contenedora. Pero no solo de la niña. Sus padres también encuentran en la gente a la que conocen ahí una forma de (re)integrarse a un mundo que parecía haberlos abandonado. Y a la vez se dan cuenta que sus conocimientos pueden resultar útiles en la vida cotidiana del lugar.

UNA ESCUELA EN CERRO HUESO logra transmitir muy bien la experiencia de cambiar de vida y llegar a un lugar desconocido y raro que, inesperadamente, se transforma en tu nuevo hogar. Aquí, los protagonistas no solo logran recuperar las esperanzas un tanto perdidas luego de tantos rechazos escolares, sino que vuelven a creer en el otro, en el vecino, en la idea de un colectivo que se ayuda entre sí para sacar lo mejor de cada uno. La metáfora respecto al país está servida, pero no por eso deja de ser valiosa y especialmente apropiada para estos momentos. Finalmente, como dice el proverbio, hace falta una comunidad.