Estrenos online: crítica de «Cowboys de Filadelfia», de Ricky Staub (Netflix)
Este drama protagonizado por Idris Elba y Caleb McLaughlin («Stranger Things») se centra en la problemática relación entre un padre y su hijo en el peculiar universo de los cowboys urbanos del norte de Filadelfia.
El cowboy urbano es, de por sí, una rareza. No es común ver gente montada a caballo con toda la parafernalia «vaquera» en medio de una ciudad contemporánea de los Estados Unidos. Menos aún, cowboys afroamericanos. Esa extrañeza funciona muy bien como punto de partida, universo y marco para lo que, finalmente, es un drama familiar tradicional centrado en la complicada relación de un padre con su hijo al que prácticamente no conoce.
Cole (Caleb McLaughlin, Lucas de STRANGER THINGS) es un adolescente de 15 años que ha sido echado de la escuela por sus constantes peleas y mal comportamiento. Su madre, al llevárselo en su coche de ahí, decide no regresar con él a su casa en Filadelfia sino que le dice que lo enviará con su padre, algo que suena para el chico como si lo mandaran a la cárcel. Pero la madre no le da opciones y, literalmente, lo suelta en la puerta de una casa que ni siquiera parece conocer. Es evidente que la relación que tiene con su padre es completamente nula.
Cuando la pareja de su padre lo hace entrar, el chico se topa con un caballo en el living, andando por ahí como si fuera lo más normal del mundo. Su padre, Harp (Idris Elba), con sombrero a cuestas, es exactamente lo que dice el título original del film, CONCRETE COWBOY: un «cowboy del asfalto», un hombre que circula de a caballo por las calles del Norte de Filadelfia. No solo eso, el hombre se pasa buena parte del tiempo con otros colegas de similares costumbres, en los Establos de la Calle Fletcher, donde uno encuentra toda la parafernalia ecuestre como si estuviera en medio de Texas. De alguna manera, la gente del lugar ha ido sacando a una parte de ese barrio afroamericano del imaginario más obvio de pandillas y autos veloces y lo han convertido en la versión siglo XXI del OK Corral.
No del todo, claro, porque el barrio sigue funcionando con muchas de las viejas costumbres. Y como Cole no se siente ni bienvenido por su padre ni demasiado cómodo en ese ambiente no tarda en encontrarse y empezar a circular con Smush (Jharrel Jerome), un amigo de la infancia que tampoco participa del tema campestre y que está en otros asuntillos. Es que Harp no es un tipo demasiado amable y el tipo de educación (o re-educación, acaso) que quiere para su hijo es un tanto regimentada para el chico. Además, al tipo se lo ve más amable y cercano con sus amigos cowboys que con Cole. Y las demostraciones de afecto o cariño, al menos en apariencia, van todas para los caballos.
Esto irá cambiando, de a poco, en función de los problemas que se generan a partir de la relación de Cole con Smush y, fundamentalmente, gracias al lento pero constante acercamiento del chico al universo de los caballos y, en consecuencia, a su padre. No será un camino directo sino que tendrá muchas trabas, idas y vueltas y conflictos, pero el recorrido está trazado en un film que, más allá de lo singular de su universo, sigue de manera bastante tradicional las convenciones de las películas sobre padres e hijos distantes.
La película funciona bastante bien en su primera hora, planteando los conflictos entre los personajes y permitiendo que el espectador descubra, a la par de Cole, el mundo en el que se mueven estos cowboys urbanos. Además de su padre, otros curiosos y peculiares personajes participan de este universo que, de algún modo, reemplaza lo que en ciertas películas sobre similares temas suele ser el gimnasio de boxeo. Es a este universo más sano al que los mayores esperan que, como les sucedió a ellos siendo adolescentes, los chicos puedan entrar y así escapar de un mundo en el que tienen pocas alternativas de supervivencia.
Para la segunda hora del relato, COWBOYS DE FILADELFIA hará crecer las dificultades y problemas de un modo que se siente demasiado guionado y conveniente para los giros narrativos. Habrá alguna situación callejera violenta, problemas con los caballos, la policía aparecerá amenazante en el barrio, Cole encontrará un interés amoroso y padre e hijo tendrán enfrentamientos cada vez más grandes e intensos. Todos estos elementos, casi memorizados por cualquier espectador que haya visto películas sobre adolescentes rebeldes que tienen problemas con sus padres, le quitarán cierta originalidad al filme de Staub pero no conseguirán arruinarlo del todo.
Es que pese a esos movimientos predecibles del guión hay algo que la película captura muy bien de ese mundo y que logra transmitir al espectador, algo que a veces se encuentra en películas contemporáneas en las que los caballos y la cultura del rodeo tienen un peso más importante, como es el caso de THE RIDER, de Chloé Zhao. La potencia lírica que tiene el acto de andar a caballo por los márgenes de la ciudad contemplando un universo mil veces visto pero desde una altura y distancia extrañas para la experiencia habitual no se va del todo de la película, pese a los recursos más mecánicos que aparecen luego en la trama.
Hay momentos de carreras, por ejemplo, que Staub filma con una pericia y tensión notables. Y lo mismo pasa en otras situaciones y relaciones puramente humanas, como la que existe entre Cole y Paris (Jamil Prattis, cowboy real del lugar), un miembro del grupo que ha quedado en silla de ruedas. Como si la película en sí fuera uno de los caballos que aparecen en ella, es en esos momentos más cinematográficos y puros que CONCRETE COWBOY parece liberarse de las riendas y las anteojeras que la atan y la fuerzan a ir directamente de un punto al otro para relajarse, pasear y pastar aún en medio del cemento y el hormigón de la ciudad. Y así se muestra como el bello animal que puede ser.