Festivales: crítica de «The Girl and the Spider», de Ramon Zürcher (Encounters)

Festivales: crítica de «The Girl and the Spider», de Ramon Zürcher (Encounters)

La nueva película del realizador alemán de «The Strange Little Cat» se centra en las tensiones que se generan en el marco de la mudanza de una chica que deja a sus «roommates» para irse a vivir sola.

Las películas de Ramon Zürcher son virtuosas de una manera que no necesariamente llaman la atención sobre sí mismas. Lo suyo es un intrincado juego de espacios, sujetos y objetos que son capturados por la cámara de una manera que solo puede definirse como cinematográfica. THE GIRL AND THE SPIDER transcurre más que nada en dos departamentos y en interiores pero a nadie jamás se le ocurriría pensarla como algo teatral. A través del encuadre, el montaje y, sobre todo, las miradas, Zürcher crea algo muy cerrado desde lo espacial pero muy abierto en cuánto a conexiones, relaciones, historias que se abren, se adivinan y se multiplican.

La película del director de THE STRANGE LITTLE CAT cuenta la historia de una mudanza a lo largo de dos días y a partir de las experiencias de una docena o más de personajes. Los principales son Mara (Henriette Confurius) y Lisa (Liliane Amuat), dos roommates que se separan ya que la que se muda es Lisa solamente. Nunca se dice pero da la impresión que fueron pareja y se ve que a la intensa Mara no le gusta nada el cambio. En la casa nueva, Lisa, Mara, la madre de Lisa, los mudadores y una vecina que vive abajo se irán cruzando físicamente en los pequeños espacios (siempre hay gente esquivándose entre sí) y, a la vez, mirándose con mucha carga.

De a poco vemos que Mara empieza a mostrar su frustración y fastidio con la mudanza y la independencia de Lisa. Agrede gratuitamente al perro, mira con mucho fastidio a la nueva y simpática vecina que se viene a presentar y es claro que entre ella y Lisa hay una relación un tanto rota que Mara no parece haber podido superar del todo. En paralelo, la madre de Lisa coquetea con uno de los hombres de la mudanza y Mara con el otro, más joven.

La película «se muda» al departamento que están vaciando y allí aparece un nuevo grupo de personas que viven con ellas: un amigo que está colaborando con la mudanza, otra pareja de chicas –igual o más intensas que Lisa y Mara y hasta con similar tipo de manipulación emocional– y unos niños vecinos. A la noche, además, habrá allí una fiesta de despedida. Y en esa nueva instancia se agregarán otras tensiones romántico/sexuales entre las chicas, y entre las chicas y los hombres de la mudanza, acrecentando un clima que se va volviendo cada vez más espeso y perverso.

Con algunos apuntes poéticos que aparecen aquí y allá –cada tanto paran y cuentan algunas anécdotas, siendo una de ellas especialmente relevante–, lo que la película va generando son situaciones físicas y verbales muy personales que siempre están siendo observadas por alguien más. Usando muy bien la profundidad de campo, Zürcher presenta siempre dos o tres capas en cada escena. Los personajes que parecen ser centrales, los que se cruzan, los que ven o escuchan esa situación y hasta un piano que suena todo el tiempo haciendo «Voyage… voyage» sin que se sepa muy bien quién lo está tocando. Y hay también perros, gatos y la araña que da título al film en una de las pocas metáforas un tanto subrayadas que hay aquí.

En un momento, esa coreografía de miradas y cuerpos empieza a cobrar una intensidad quizás un tanto excesiva y los personajes se vuelven innecesariamente crueles, demasiado fríos y bruscos el uno con el otro. Ahí la película entra en un tono un poco más barroco –otros elementos aportan también a dar esa sensación– que le quita la conexión que uno puede haber generado con los personajes y la asemeja más a algo salido de un cuento de terror. Lo que al principio parecía ser un elegante relato sobre las tensiones, los miedos y las incomodidades de una mudanza/separación se va transformando en una especie de «guarida de brujas» donde lo que parece primar es ver quién puede dañar más al otro. Igualmente fascinante, sí –cada plano de la película es magnético–, pero quizás un tanto más gélido y brutal.