Cannes 2021: crítica de «Intregalde», de Radu Muntean (Quincena de Realizadores)
Esta película narra las desventuras de un trío de trabajadores sociales rumanos que viaja a un lejano paraje en Transilvania a entregar bolsones de comida y se topa allí con una sorpresa que altera sus planes originales.
El cine rumano no decepciona. O raramente decepciona. Y Radu Muntean, uno de sus mejores exponentes de la renovación cinematográfica de ese país del Este de Europa, tampoco. Si bien se podrá decir que su anterior film, ALICE T., tuvo una menor repercusión que sus anteriores, el hombre ya tiene un lugar ganado en la historia del cine (y no solo de su país) con las excelentes MARTES, DESPUES DE NAVIDAD, EL VECINO y BOOGIE. Su nueva película, filmada durante la pandemia, inaugura nuevos escenarios y realidades dentro de su cine al salir del ámbito de las grandes ciudades y sus problemas, pero mantiene una lógica narrativa, un cierto tipo de personajes y una manera de acercarse a ellos que es inconfundible.
INTREGALDE es una comuna en la zona de Transilvania, Rumania, a más de 400 kilómetros de la capital Bucarest. Una zona boscosa, un tanto inhóspita, en la que vive poca gente, lugareños que –especialmente en invierno– tienden a quedar aislados. Los protagonistas del film, sin embargo, no son de ahí. Son hombres y mujeres de clase media, parte de un grupo de amigos –una especie de ONG que trabaja con las autoridades del lugar–, que se dedica a repartir alimentos y objetos de primera necesidad a estos pobladores en épocas navideñas, atravesando zonas complicadas en términos de sus paisajes rústicos, caminos de tierra y nevados. Lo que de entrada parece ser un camino de carretera turístico se va volviendo más espeso. Y si uno sabe que es en Transilvania, al menos en el imaginario del extranjero, es peor aún.
Pero la película, si bien juega un poco lateralmente con esas tensiones y terrores, no pasa necesariamente por ahí. Se centra, en principio, en uno de los autos (el otro se queda en una cabaña) que emprende un recorrido específico para entregar esas bolsas llenas de alimentos que vimos ser completadas al principio del film. Entre conversaciones en apariencia banales, ligadas a sus vidas y sus relaciones personales, Maria, Dan e Ilinc avanzan en un aparentemente muy sólido Land Rover con el plan de «hacer el bien sin mirar a quién». Y si bien sus comentarios tienden a la ironía y a la acidez, hay una nobleza admirable en su tarea.
El problema se presenta cuando, en medio de una ruta barrosa y boscosa, se topan con un anciano que parece un tanto abandonado a su suerte, caminando medio perdido por el medio del camino. Ellos frenan, le preguntan a dónde va y qué necesita, y en un tono que deja entrever que el hombre no las tiene todas consigo, él les dice que va camino a una fábrica y si lo pueden alcanzar hacia allí. Llevarlo allí implica, según el GPS, desviarse de su ruta planeada y meterse en una que, rápidamente, demuestra ser un tanto complicada aún para el moderno auto de los trabajadores sociales. Y el hombre, que habla permanentemente y desprende un fuerte olor, entre otras cosas, tampoco es de gran ayuda. Parece estar en su propio planeta.
Hasta que pasa lo más temido. El auto se encalla en medio del barro y se vuelve imposible sacarlo de ahí. Y allí empezará otra historia, una que tiene algunos elementos de tensión y suspenso, pero que sigue haciendo su eje más que nada en las actitudes que los personajes toman o dejan de tomar respecto a su «pasajero» y las diferencias que van surgiendo entre ellos. El trío se va dividiendo en busca de posibles ayudas –uno quiere llevar a este hombre a pie, otra trata de encontrar señal de teléfono, también siguen intentando sacar al auto del pantano– y la cámara no sigue a cada uno sino que se queda allí, en esa situación que no parece tener solución. Hay, además, un problema aún mayor: se viene la noche, el frío, la nieve y quizás no sea fácil atravesarlas.
INTREGALDE va directo al corazón de un tema fuerte y contemporáneo: el alcance de la empatía, la posibilidad de la solidaridad, de la bondad; la capacidad de ponerse en la piel del otro, de ayudar, de no juzgar. Los tres protagonistas del film de Muntean creen que son capaces de todo eso –se ocupan voluntariamente de una tarea más que compleja, por más que algunos lo tomen casi como un paseo–, pero pronto van revelando sus quiebres, sus limitaciones, dejando entrever hasta qué punto están dispuestos, o no, a sacrificarse por el otro cuando los que pueden correr reales riesgos son ellos mismos.
A eso, Muntean le agrega una leve y aparente amenaza externa que hace suponer a los espectadores que sí estamos en un territorio dramático un tanto más «draculiano». Pero son juegos que confunden y trampean al espectador. Sin salir de su realismo rumano apto para todo género y paisaje –los protagonistas hablan, discuten y pelean sobre casi todos los temas; los tiempos narrativos siempre tienden a expandirse y la cámara los respeta–, el realizador tiene más el ojo puesto en la mirada de ellos respecto al medio ambiente y en sus diferencias a la hora de seguir o no adelante. En su tercer acto la película pega un giro que no vamos a adelantar pero que lleva a INTREGALDE a alcanzar un registro bello, triste y poético que se escapa un poco del tono más realista y de «solución de problemas» del resto de la trama.
Allí, Muntean avanza aún más con su tema central, uno que se ha vuelto aún más relevante durante la pandemia. Su película habla de la solidaridad y del egoísmo, de los sacrificios, de pensar en el otro y de ayudar, pero a la vez de temer por la seguridad, de borrarse cuando «las papas queman» y de la ineficiencia de las autoridades. Es una película sobre las contradicciones de la clase media cuando le toca lidiar con situaciones sociales y personales densas de gente que, claramente, la pasa peor que ellos y cuyas vidas no se solucionan solamente con un bolsón de comida. El realizador no ofrece soluciones ni mucho menos. Solo plantea una realidad local que es, hoy más que nunca, absolutamente universal. Una extraordinaria película acerca de estos tiempos.
Nota: encontré una entrevista que hice con Muntean allá por 2010. Está por acá si es que gustan leerla.