Clásicos online: crítica de «Terminator 2», de James Cameron (Netflix/Amazon Prime Video)

Clásicos online: crítica de «Terminator 2», de James Cameron (Netflix/Amazon Prime Video)

Nota publicada en La Agenda de Buenos Aires con motivo del 30 aniversario de la secuela del clásico film sobre un cyborg enviado del futuro. Con Arnold Schwarzenegger y Linda Hamilton.

La carrera de James Cameron siempre estuvo ligada a las posibilidades de la tecnología. Como pocos cineastas, sus películas dependen de sus condiciones de producción, se hacen según las capacidades existentes en el mundo de los efectos especiales. Y, si esas posibilidades no existen, se inventan. Es decir: él las inventa. Terminator 2 es la combinación perfecta de ideas cinematográficas y posibilidades tecnológicas. Quizás hoy, en una era digital plagada de efectos visuales, no llamen demasiado la atención los avances de “T2” en ese terreno. Pero para los jóvenes inocentes que éramos entonces, el T-1000 personificado por Robert Patrick fue el equivalente a los cambios producidos, tiempo después, por las hermanas Wachowski en Matrix o Peter Jackson en la trilogía El Señor de los Anillos. Eso que los norteamericanos llaman un “game changer”, un cambio de paradigma.

Para existir, esta secuela de Terminator necesitaba esos cambios tecnológicos con los que Cameron había empezado a experimentar en El secreto del abismo, su ambiciosa película submarina de 1989. Los efectos por computadora (CGI) utilizados en el cyborg T-1000 habían empezado a desarrollarse allí y, unos años después, ya tenían la calidad suficiente como para ser considerados revolucionarios. Y si bien uno puede pensar que las obsesiones tecnológicas de Cameron tienen mucho de capricho –ver, sino, el caso de Avatar y de sus hasta ahora inéditas secuelas–, buena parte de la potencia y la magia cinematográfica de T2 está en las posibilidades dramáticas que se generan a partir de esta criatura  construida con metal líquido.

La otra gran apuesta personal de Cameron ya estaba presente en sus trabajos anteriores: tener un film liderado por una mujer, una complicada heroína. Como Ripley en Aliens, Sarah Connor es aquí una mujer de armas tomar, activa, perturbada, feroz. Si bien la conversión del T-800 de Arnold Schwarzenegger de villano a héroe (a “guardaespaldas”, habría que decir) fue importante y sorprendente, la nerviosa energía y la fiera manera de entender la maternidad de Linda Hamilton fue poco menos que revolucionaria. Más allá de los efectos, de los juegos y las paradojas temporales y de la química casi humorística entre Arnold y el pequeño John Connor (Edward Furlong), la crispada potencia de la película pasa por ella. 

Si bien muchos han interpretado la trama de Terminator 2 como haciendo eje en la relación entre el joven John y el personaje de Arnold como curiosa “figura paterna”, solo hace falta prestar atención a la filmografía de Cameron para notar que su interés temático pasa más por los roles femeninos: las mujeres fuertes y decididas, una idea de maternidad moderna y alejada del cliché femenino prevalente en la época (ver Mentiras verdaderas o la propia Aliens) y una mirada brutal del concepto del patriarcado. En el cine de Cameron, los hombres son los responsables de la fractura y la deshumanización de las relaciones sociales. La verdadera arma de destrucción masiva. Ver, sino, Titanic.

La película más cara de la historia en el momento en el que se realizó (costó unos hoy irrisorios 100 millones de dólares), Terminator 2 fue un éxito también por sus espectaculares escenas de acción. La impresionante persecución por los canales de desagüe del área de Los Angeles, los nerviosos recorridos y súbitos ataques por los pasillos del hospital psiquiátrico Pescadero, la batalla campal en el edificio de Cyberdyne Systems y el dramático e intenso final (no spoilers) son las largas secuencias que marcaron a fuego una película que ocupa buena parte de su metraje en desarrollarlas en su merecida extensión. Si bien en relación a los parámetros actuales no es una película frenética, tiene la imparable e inquietante persistencia de los cyborgs: avanza, avanza y avanza cortando la respiración del espectador a cada paso.

La primera Terminator, de 1984, presentaba una versión distópica del futuro mucho más oscura que la línea “spielberguiana” prevalente en ese momento. Se unía, de hecho, al regreso de la ciencia ficción más dura, que incluía a films como Blade Runner o la propia saga Alien. En ese sentido, hay una diferencia en “T2” con respecto a la original que no es menor. Digamos que presenta algo así como un atisbo de esperanza, una luz al final del túnel. El cambio de Schwarzenegger a un personaje pacífico –alguien que no dispara a matar y que es capaz de finalmente de “entender” las lágrimas humanas– marca una diferencia, un límite que la propia Sarah comenta cuando reconoce en un cyborg emociones que parecen cada vez más alejadas de los humanos y las instituciones que los organizan.

Es que la saga Terminator, al menos cuando estuvo bajo el control de Cameron, fue más que ninguna otra cosa una crítica a la ambición desmedida de las corporaciones, poniendo a la inteligencia artificial (los algoritmos) como evidencia de esos excesos y a las máquinas como muy concretas metáforas de la destrucción de las redes sociales –las verdaderas, no las virtuales—y de todo tipo de solidaridad humana. De hecho, el planeta distópico y casi destruido que la película presentaba como negrísima versión del futuro era en 2029. No falta tanto. Y la lógica del presente tampoco es tan distinta a la que pintaba esta película estrenada treinta años atrás y que hoy sigue siendo tan actual como entonces.


Nota publicada en La Agenda de Buenos Aires. Ver acá.