Series: sobre «Okupas», de Bruno Stagnaro (Netflix)
Esta crítica de la serie y entrevista que le hice a Bruno Stagnaro fue publicada en «Los Inrockuptibles» cuando, en un especial sobre series que se hizo en la revista, fue elegida como la mejor entre todas las argentinas de la historia. La vuelvo a publicar aquí con motivo de su estreno, el martes 20 de julio, en Netflix.
Cuando en los Estados Unidos todavía nadie hablaba de la Era Dorada de las series —Los Soprano iba por su segunda temporada y The Wire todavía no había salido del rebuscado proceso creativo de David Simon–, aquí Canal 7 emitía una serie que, a fines del año 2000, anticipaba lo que iba a suceder con el género en todo el mundo. Okupas, creada y dirigida por Bruno Stagnaro, poseía todos los elementos que luego serían celebrados como claves en esta nueva etapa de la TV: personajes creíbles y complejos, un realismo a prueba de todo, una densidad y oscuridad inusuales para la época y una narración integral que necesitaba verse en forma continua, como una sola y larga historia.
Para una televisión como la argentina, dominada por los formatos seriales diarios, Okupas no podía ser considerada otra cosa que una miniserie, un “unitario”, o una excepción a la regla. Pero esa excepción generó un éxito importante (en términos relativos, ya que se pasaba por Canal 7) y creó un culto que hoy se sostiene más que nada en YouTube, ya que la serie no está editada siquiera en DVD. Lo irónico, si se quiere, del fenómeno Okupas es que se anticipó a una revolución televisiva que iba a suceder en todos lados menos acá, donde el formato jamás se sostuvo en un medio que, salvo algunas pocas excepciones, jamás apostó por él.
Okupas es, en más de un sentido, una continuación estilística y temática de Pizza, birra, faso, la película de 1997 codirigida por Stagnaro e Israel Adrián Caetano, y acaso el primer intento de la TV de tomar la posta de los cambios que se estaban produciendo entonces en el cine nacional. Pero mientras que la película ayudó a dar a conocer un movimiento en continua expansión que alteró la historia de la cinematografía argentina, Okupas tuvo una descendencia breve y sus méritos se observan hoy como se observa un milagro, un accidente, un corte en ese “continuo espacio-temporal” de mínima vitalidad y poquísima originalidad que es la TV argentina. Más aún cuando se recuerda que fue una producción de Ideas del Sur y Marcelo Tinelli…
“Creo que es natural que la tele se maneje con su propia lógica, esa cosa entre la inmediatez y lo efímero –cuenta Stagnaro–. En un determinado momento este tipo de programas prendió porque se instaló el tema e irrumpió un código nuevo. Hubo bastantes ficciones después que retomaban el aspecto de la crudeza y se sostuvo un tiempo hasta que se agotó. Me parece natural que suceda de ese modo. Creo que, a diferencia del cine, en donde uno está atento a la forma y al contenido, la tele posiblemente esté más orientada al cliché, y lo que terminó quedando más es lo marginal como producto de consumo. Cada tanto la cuestión de la crudeza vuelve en la ficción producida por estas grandes factorías en donde están todos los elementos desde lo más externo, pero desde lo narrativo y estético están construidas en formato tele. Es decir, igual a todas las demás.”
La historia que cuenta Okupas es la de Ricardo (Rodrigo de la Serna), un chico de clase media, apático y perdido, que vive en la casa de su abuela, dejó la carrera de Medicina y entra a un mundo nuevo para él cuando su prima (Ana Celentano) le pide que cuide una vieja casona de Congreso, de propiedad suya y de la que acaban de desalojar a sus ocupantes ilegales. Ricardo convoca a El Pollo (Diego Alonso), un amigo de la primaria de origen más humilde y que acaba de pelearse con la banda con la que vivía en Dock Sud, para que se quede con él en el inhóspito lugar. A ellos se le suman otros dos: Walter (Ariel Staltari), un paseador de perros “rollinga” del barrio y El Chiqui (Franco Tirri), un grandote bonachón que pide monedas por la calle.
Esos cuatro personajes son los que atravesarán a lo largo de once episodios una serie de aventuras cada vez más densas, con el eje principal puesto en un largo e intenso enfrentamiento con una banda de Dock Sud que lidera el llamado “Negro Pablo” (un inolvidable personaje creado por Diego Mastropierro) y luego en las complicaciones que genera la llegada de un antiguo y pesado habitante de esa casa (Jorge Sesán, coprotagonista de Pizza…). “Me interesaba la crudeza de la historia –agrega el director–. Pero no fue una cosa deliberada, creo que se fue dando a partir del cruce de clase media al mundo marginal. Tenía que ver con la cuestión de transitar aventuras que afiancen el vínculo entre los protagonistas, exponerlos a situaciones más o menos límite para ver como se iba generando una suerte de fidelidad entre ellos.”
La serie tenía como eje fuerte el ingreso de Ricardo al mundo de la delincuencia en paralelo a los intentos de El Pollo de salir de él, en una Buenos Aires atravesada por la violencia, la marginalidad creciente y la caída económica de la clase media, varios de los elementos que darían lugar al estallido de 2001. “Es cierto que desde el hoy se puede hacer esa lectura, pero mientras la hacíamos no lo teníamos presente –cuenta Stagnaro, que se declara fan de Breaking Bad–. En su momento nos interesó más la cuestión de la aventura de un tipo de clase media sumergiéndose en un mundo marginal, y el aprendizaje y endurecimiento que iba sufriendo mientras tanto. Y la cuestión de la amistad y los afectos que iban desarrollándose en medio de tanta hostilidad. Lo otro me parece que apareció de un modo más indirecto por los ámbitos en que la serie se movía y que se filtraban en el relato.”
Es por la especificidad de su factura, más allá de sus detallados apuntes sociales que darían para una tesis sobre la Argentina de esos años, que Okupas se sostiene hasta hoy. Por la virulencia y la intensidad de su puesta en escena (cámara en mano, actores no profesionales, locaciones reales), por su arrolladora potencia narrativa y por sus vueltas de tuerca propias del cine negro, llena de condimentos y figuras clásicas como el viaje iniciático, la traición y esa sensación tan propia del género de retratar el fin de una época del “hampa” en la que se han perdido los códigos éticos entre delincuentes.
Otros elementos que la volvieron una serie de culto instantáneo fueron, por un lado, la apropiación que los personajes y los guionistas hicieron del habla cotidiana y su afinadísima selección musical. Okupas fue una máquina generadora de frases y términos inolvidables (“¿quién es el mascapito?”, “soy el más poronga”, “sos un pedazo de pancho”, “traje sandía” y miles más), lo mismo que de diálogos impecablemente construidos, especialmente por el uso de un slang específico en cada detalle. “Uno de los aspectos que más me interesaba trabajar era la presencia de la ciudad, retratar espacios que fueran reconocibles, que uno pudiera ubicarlos fuera de la ficción”, agrega el director, que ha dirigido pocas cosas tanto en cine como en TV desde entonces, dice, “por el nivel desproporcionado de exigencia que desarrollé con mis cosas”. Y agrega: “Me acuerdo que me llamaba la atención que las series de acá transcurrían en ningún lugar, en calles anónimas que no generaban ninguna empatía con el espectador. Esa es una de las cosas que más me gusta de El Eternauta: podes identificar los lugares y transitar esa suerte de realidad paralela en donde lo cotidiano y los personajes conviven.”
En tanto, en lo musical, la serie incorporó de manera impecable clásicos y canciones poco conocidas del rock nacional de los ‘70 y ‘80 (Pescado Rabioso, Manal, Sumo, Almendra, Pappo’s Blues, Los Redondos, etc) con algunos temas de bandas célebres como Doors, Rolling Stones o los Beatles, entre otras. “Hace mucho tiempo que no la veo –agrega el director del excelente corto Guarisove, de la primer Historias breves–, pero cuando lo hago me sucede que me siento muy orgulloso del trabajo que hicimos. Al mismo tiempo lo vivo como algo que fue más que un trabajo, algo que me dejó una marca vivencial: todo el proceso de Okupas fue muy extremo, desde lo físico hasta lo emocional. Creo que hacerla fue un desgaste que sólo podría haber transitado en ese momento. Hoy no sé si aceptaría volver a poner ese nivel de compromiso en algo que en definitiva es un trabajo.”
Si bien la TV argentina dejó de apostar por estos formatos –o tomar estos riesgos–, Stagnaro cree que se podría volver a hacer algo así ahora. “Okupas se pudo hacer, entre otras cosas, porque aparecieron estas cámaras profesionales chicas que te permitían escabullirte en espacios reales y poner a los actores a interactuar con el entorno sin arrastrar detrás tuyo al circo gigante de las filmaciones. En ese sentido, creo que hoy hay una diversidad tal de posibilidades de producción y está tan extendido el uso de las cámaras y el entrenamiento en relatar con imágenes, que no me sorprendería que pudiera aparecer algo similar.”
Eso sí, no esperen es una secuela o una película basada en Okupas. “Todo estaba dado para hacer algo de eso, pero nunca me interesó –confiesa–. No sabría explicar muy bien porqué, creo que tiene que ver con que le tengo un gran respeto al proceso de Okupas por lo que pusimos los que laburamos ahí. Era un programa hecho con muy poca plata que se concretó en base a compromiso y afecto de los que lo hicieron. Y siempre sentí que la historia esa había terminado. Intentar tratar de sacarle un jugo adicional me parecía –y me parece– bastardear un poco el proceso y a los personajes.”