Estrenos online: crítica de «Beckett», de Ferdinando Cito Filomarino (Netflix)
John David Washington interpreta a un estadounidense de vacaciones en Grecia quien, tras un trágico accidente automovilístico, empieza a ser perseguido por las autoridades y él desconoce los motivos. Con Alicia Vikander, Vicky Krieps y Boyd Holbrook.
Un thriller de estilo y forma más europeo que estadounidense, BECKETT es una película que puede parecer convencional en su trama –o bien, se va volviendo convencional con el correr de los minutos– pero que formalmente está muy alejada de los ritmos y modales del thriller hollywoodense, más que nada en lo que respecta al manejo de los tiempos, de las escenas de acción y a ciertos recursos de la puesta en escena. En cierto punto, el film de Filomarino –producido por Luca Guadagnino, entre otros– se parece más a ciertas películas de suspenso de los años ’70, especialmente por algunas de las conexiones y repercusiones que tiene lo que ahí se cuenta.
Que el estilo es distinto al habitual es evidente en los primeros diez minutos de BECKETT. La película arranca con una escena de sexo entre el tal Beckett (John David Washington, de TENET) y su pareja April (Alicia Vikander, de LA CHICA DANESA) en un hotel en Grecia. A lo largo de un buen tiempo los vamos siguiendo mientras visitan ruinas, comen en un restaurante, conversan, bromean y viajan a un hotel en un pueblo alejado de la civilización. Todo parece muy relajado pero la música da a entender que algo grave irá a suceder, solo que uno no sabe qué. ¿La secuestrarán? ¿La matarán? ¿Sucederá algo inexplicable? ¿Aparecerán naves espaciales?
No, nada de eso. Sucede algo terrible pero poco relacionado, en principio, a un thriller: él cabecea y se dormita en el coche mientras viajan –ella duerme a su lado–, el auto se va de la ruta, vuelca varias veces y termina estrellándose contra una casa. Al recobrar la conciencia, Beckett alcanza a ver a un niño y a una mujer saliendo de la escena. Y a ella gravemente herida. Corte al hospital y todo parece quedar más claro: April ha muerto a causa del choque y él está internado y bastante golpeado.
Lo raro empieza a pasar a partir de allí ya que cuando el hombre va a visitar, días después, el lugar del accidente, se topa con una mujer que empieza a dispararle. Y luego ve a un policía –al que le dio su declaración minutos atrás– hacer lo mismo. Beckett ha empezado a ser un hombre perseguido y no tiene idea cuál es el motivo. Y de ahí en adelante la película narrará su constante fuga tratando de llegar a Atenas –especialmente a la Embajada de los Estados Unidos–, escapándose de quiénes lo quieren matar y tratando de entender porqué lo persiguen de esa manera brutal.
Durante la primera hora, BECKETT funciona casi como un thriller existencial. Un hombre es perseguido y no parece haber razones. Tendría su gracia, en cierto punto, si esas jamás se supieran (eso le daría al título del film características temáticas ligadas al autor Samuel Beckett o bien un linaje más cercano al de Alfred Hitchcock en EL HOMBRE EQUIVOCADO), pero en la segunda mitad los puntos empiezan a conectarse y solo diremos que hay algo por detrás de esa persecución ligado a la tensa situación política que se vive en Grecia y que se muestra, de entrada, cuando la película presenta una manifestación en apoyo a un candidato de izquierda en un clima de crisis económica.
En ese sentido, sus últimos cuarenta minutos son un tanto decepcionantes, ya que la habilidad de Filomarino para ese tipo de relato empieza a resquebrajarse (digamos que las escenas de acción no son su fuerte) y, a su vez, el guión pierde todo misterio y se vuelve un tanto más torpe y predecible, una especie de BOURNE de bajo voltaje, un Costa Gavras con poco peso político real y una trama de espías, agentes, diplomáticos, militantes y otros personajes de esas características (allí aparecen Vicky Krieps, recientemente vista en VIEJOS, y Boyd Holbrook, de NARCOS) que son un tanto más convencionales dentro de ese tipo de films.
De todos modos, BECKETT tiene algunos elementos que la tornan inquietante y, al menos durante su primera mitad, original. De hecho, por momentos se podría pensar que se trata todo de una alucinación o de los efectos de ciertas pastillas que él consume, ya que todo entra en la categoría de lo enrarecido. Para los que prefieren thrillers menos pirotécnicos que los hollywoodenses, acá podrán encontrar algo más acorde a sus gustos. La fotografía de Sayombhu Mukdeeprom (MEMORIA, CALL ME BY YOUR NAME) y la música de Ryuichi Sakamoto (con alguna canción por ahí de Blood Orange) suman a esa diferencia estilística, hacen de la película algo más personal. Pero el efecto dura poco. Ni siquiera la presencia del joven Washington –siempre intenso, magnético y preocupado– alcanza a tapar los problemas en los que se mete finalmente la historia. Es un proyecto raro, intrigante, pero finalmente un tanto fallido, que promete más de lo que termina cumpliendo.