Estrenos online: crítica de «Sweet Girl», de  Brian Edward Mendoza (Netflix)

Estrenos online: crítica de «Sweet Girl», de Brian Edward Mendoza (Netflix)

Este thriller protagonizado por Jason Momoa e Isabela Merced se centra en un hombre que, junto a su hija adolescente, decide vengarse de la empresa farmacéutica que dejó morir a su esposa de cáncer.

Una película que raramente hace combinar su forma y su temática, SWEET GIRL es un violento relato de acción sobre los abusos de las corporaciones farmacéuticas. Han habido muchos documentales, investigaciones y hasta dramas o thrillers centrados en delitos cometidos por grandes laboratorios o empresas que han dañado o perjudicado la salud de la población, como THE INSIDER o DARK WATER. Pero la película protagonizada por Jason Momoa usa el asunto –que hoy en día es más visible e importante que nunca– casi como una excusa para un film en el que se suceden, de un momento a otro, un montón de combates y escenas de acción.

El problema parece claramente planteado desde un principio. El ex militar Ray Cooper (Momoa) y su hija Rachel (la peruano/estadounidense Isabela Merced, una de las muy buenas actrices jóvenes de hoy) están esperando una medicación que puede ayudar a tratar el cáncer de Amanda, la esposa de Ray, ya muy enferma. Pero pronto se darán cuenta que ese medicamento genérico ha sido sacado del mercado por un gran laboratorio que vende un producto similar a precios exorbitantes que Ray no puede ya pagar. Como en los Estados Unidos casi no existe la salud pública, el que no puede afrontar determinados tratamientos no tiene muchas opciones y menos aún chances de supervivencia.

Estando en el hospital en el que su mujer está internada, Ray ve por la TV una entrevista a Simon Keeley (Justin Bartha), el CEO de BioPrime, que justifica lo caros que son sus medicamentos en función de lo que se gastó en la investigación para crearlos ante una congresista (Amy Brenneman) que le pide/exige que los pongan a un precio que sea accesible a la gente. Furioso, Ray llama al canal, lo sacan al aire y le deja en claro a Keeley que si su mujer se muere porque su empresa sacó del mercado a esa medicina, «irá por su cabeza». Y eso, literalmente, es lo que sucede.

De golpe, un drama sobre los manejos perversos de los laboratorios y de los políticos de turno pasa a ser un compilado de escenas de acción en las que primero padre e hija empiezan a ser perseguidos por matones que parecen ser más marines que otra cosa y luego –después de un par de situaciones violentas que no conviene revelar pero que cambia el eje de la búsqueda–, la dupla empieza a ser perseguida por las autoridades que, siguiendo las pistas de los desastres que van encontrando a su paso, se convencen que Ray es un tipo peligroso que tiene que ser detenido o contenido de algún modo. Y quizás Rachel también.

Se puede decir que el salto entre drama médico y película de acción es un tanto brusco. El modo es similar al de muchos films recientes de «revancha» –el género que practica a menudo Liam Neeson o el que de Keanu Reeves en JOHN WICK–, pero en general allí la excusa es más básica o directa: secuestro de un familiar o, bueno, que a uno le maten a un perro. Pero aquí se trata de un tema complejo que casi no es analizado, aún con la relevancia que hoy tiene. Es cierto que, a la vez que Ray y su hija Rachel son perseguidos, ellos avanzan en una «investigación» paralela tratando de saber qué se esconde detrás de esta muy militarizada lucha. Pero no es lo central aquí.

Con efectivas aunque excesivas escenas de acción –casi cualquier encuentro termina a las piñas, con acuchillados y muertos por doquier, hay varias persecuciones callejeras, helicópteros sobrevuelan estadios y cosas así–, SWEET GIRL funciona un poco mejor cuando profundiza en las vidas de Ray y de Rachel, en la relación entre ambos y en el pasado familiar. Pero es poco, muy poco, especialmente en función de una inesperada –casi insólita– vuelta de tuerca narrativa que la película tiene a media hora de su final y que reformula buena parte de lo que hemos visto pero que también la corre de su eje.

Jason Momoa es un muy buen actor y no solo una pila de músculos –algo que ha probado a lo largo de su carrera–, pero aquí se ve limitado a la parte más brutal de su «encanto». Merced, en función de las vueltas del guión, tendrá un rol más importante que el mero hecho de acompañar a su padre en la fuga, algo que le da al relato un giro, si se quiere, feminista. Es una lástima, de todos modos, que SWEET GIRL no explore un poco más profundamente el tema que dice tratar, ya que por más investigación científica responsable que se haga en los laboratorios y en las farmacéuticas, hay un montón de manejos políticos y económicos que son un tanto turbios, complejos o que requieren investigación periodística seria. Pero esta no es la película que hará eso. Aquí solo sirve como excusa para poner play a la acción.