Series: crítica de «La directora – Temporada 1», de Amanda Peet y Annie Wyman (Netflix)

Series: crítica de «La directora – Temporada 1», de Amanda Peet y Annie Wyman (Netflix)

Esta ácida e inteligente serie protagonizada por Sandra Oh y Jay Duplass transcurre en una universidad norteamericana que lidia con problemas originados por la llamada «cultura de la cancelación».

Netflix no se caracteriza por tener muchas series como LA DIRECTORA. Para una plataforma aplicada más que nada a títulos de más «alto impacto» que buscan un público global, se trata de un producto pequeño, casi local, más parecido a una película indie de Sundance que a un título masivo de los que se esperan temporadas y temporadas. Hay, sí, unos cuantos films en el catálogo de Netflix que tienen cierto parecido a esta serie (siempre figuran en categorías que la «N» tiene con nombres tipo «películas independientes premiadas en festivales»), pero es raro ver estos conceptos y este mundo tan insular aplicado a una serie.

La sorpresa no es solo su existencia –de hecho, Netflix no ha hecho mucho por promocionarla, seguramente sabiendo su limitado impacto– sino lo buena que es. Creada por la actriz Amanda Peet junto a Annie Julia Wyman, LA DIRECTORA podría considerarse como una comedia dramática centrada en temas como la «corrección política» y la «cultura de la cancelación» en uno de los ámbitos donde este tipo de movidas están revolucionándolo todo: la universidad. Y la serie logra navegar por lo general de manera muy inteligente este territorio pantanoso –hacer una serie crítica sobre la cultura de la cancelación tiene muchas posibilidades de terminar siendo, bueno, cancelada– al crear una serie de personajes y conflictos que ponen en juego las diversas y complicadas aristas de esta cambio cultural.

La protagonista es Sandra Oh (KILLING EVE), quien encarna a Ji-Yoon Kim, una profesora de literatura de la ficticia Pembroke University que ha sido designada como directora del departamento de Inglés. Es una madre soltera con una pequeña y muy pícara hija que pasa la mayor parte del tiempo con su abuelo coreano que apenas habla inglés. Su nombramiento es una movida importante ya que es la primera vez que una mujer «de color» tiene ese cargo. Se trata de una universidad bastante tradicional que está tratando de actualizarse pero no siempre con inteligencia. Y Ji-Yoon trata de hacer que esos cambios se noten, sean efectivos y no solamente «de imagen pública». Pero pronto se topa con problemas. SPOILERS si no vieron nada y no quieren saber nada.

Por un lado, el rector Paul Larson (David Morse) quiere reducir personal lo que la obligaría a encontrar la forma de jubilar a los tres más antiguos profesores del departamento (dos hombres y una mujer, blancos, encarnados por Bob Balaban, Ron Crawford y Holland Taylor), algo que no es fácil de hacer ya que tienen lo que en inglés llaman «tenure«: puestos fijos de por vida. Y, por más que quiera renovar el departamento, a la nueva directora le molesta la idea de sacar a esos veteranos legendarios de sus puestos, por más que algunos de ellos claramente ya están para retirarse. A la vez, Ji-Yoon quiere subir a esa categoría a la Dra. Yaz McKay (Nana Mensah), una joven docente afroamericana que tiene mucho más éxito con sus alumnos con sus más modernos métodos para encarar sus materias, tanto en lo temático como en el más lúdico trabajo en clase con ellos.

Siempre en un tono humorístico que de a poco va dando paso al drama, LA DIRECTORA pone su conflicto principal en otro personaje: Bill Dobson (Jay Duplass, el director que también es actor de series como TRANSPARENT), un profesor y escritor que ronda los cuarenta y tantos, que ha quedado viudo hace poco, su hija se ha ido a otra universidad y está atravesando una fuerte crisis personal. Bill es un profesor querido que tiene una clase muy popular, pero su cabeza está claramente en otro lado, por lo que comete una serie de desatinos que lo van metiendo en problemas. ¿El principal? Explicando en el pizarrón la relación entre «absurdismo» y «fascismo», lo representa gráficamente con un saludo nazi. Es un gesto casual e inocente, pero un alumno lo graba, lo sube a las redes sociales y ya pueden imaginarse el resto…

LA DIRECTORA pondrá el eje principalmente en cómo Ji-Yoon y Bill lidian con este problema que crece y crece en el campus, ya que todos se convencen que el profesor es nazi y quieren hacerlo echar como sea de ahí. Ella intenta calmar las aguas con una disculpa, esperando que todo pase y poder dedicarse a los asuntos realmente importantes. Pero Bill, un poco por soberbia, otro poco por sus propios conflictos personales y otro tanto por no entender la lógica envolvente de este tipo de movidas «cancelatorias», no hace más que agitar el conflicto. En paralelo, lo que empieza a suceder es que los dos se van acercando entre sí sentimentalmente, lo cual –en términos estrictamente profesionales– es otro problema a tener en cuenta ante la mirada atenta tanto del rectorado como de los enojados alumnos que sospechan que el hombre es un «protegido» de la casa.

En solo seis episodios de media hora o menos cada uno, la serie logra poner en discusión un tema que domina la agenda –y no solo la académica– en los últimos años: la llamada «cultura de la cancelación». Algún comentario o gesto desubicado, fuera de contexto o no del todo feliz transformado en un tweet viral o un video muy visto en instagram puede acabar con la vida profesional (y hasta personal) de muchos. Y no se trata, al menos en este caso, del tipo de gente de hábitos, discursos o prácticas altamente cuestionables (ese ya sería otro asunto). La serie deja en claro que Bill es un muy buen profesor y un tipo bastante convencional, en un modo un tanto «noventoso», que está pasando un mal momento.

La serie tiene unos primeros tres episodios muy graciosos y ajustados, que describen a la perfección la vida universitaria en los Estados Unidos con sus enredos y miserias. En ese sentido me hizo acordar bastante a WONDER BOYS (FIN DE SEMANA DE LOCOS), la película de Curtis Hanson con Michael Douglas que transcurría en un ambiente similar y lidiaba con algunos problemas parecidos. Promediando la temporada, LA DIRECTORA (THE CHAIR es su título original, no por «la silla» en sí sino porque así se le dice a su puesto) pone su atención quizás en exceso en el caso de la «cancelación» dejando en segundo plano algunas otras aristas o subtramas que parecían igual de interesantes, lo cual también le hace perder parte del humor que tenía en un principio, algo que se nota en un episodio que tiene un invitado especial (un famoso actor «interpretándose» a sí mismo) y que es menos gracioso que lo esperable.

Peet y Wyman se manejan por lo general muy bien en este complicadísimo terreno en el que pareciera que hay que pisar en puntas de pie ya que se corre siempre el riesgo de ofender a algún colectivo o persona. De hecho, no me extrañaría que algunos alumnos universitarios se fastidien con la serie ya que –si bien los autores comparten la necesidad del alumnado de cambiar las cosas en estas instituciones conservadoras– en cierta medida también se los presenta como una turba irracional que pide la cabeza de un profesor que claramente no hizo nada para merecer ser despedido.

Pero la serie también se las toma con el rector (que es lo más parecido a un villano que hay aquí, con un permanente doble discurso), tiene una ambigua relación con los veteranos docentes (que son simpáticos y hasta queribles pero se resisten a cualquier cambio), con el propio Bill (de esos personajes que están en el límite entre lo simpático y lo patético) y se encariña con las docentes más jóvenes y los «de color» sin dejar de remarcar algunas zonas grises de sus comportamientos. Es una mirada muy ácida al mundo de las universidades estadounidenses de hoy, atrapadas en el medio de un cambio cultural muy profundo que está dejando víctimas por todos lados, aún entre las personas que quieren hacer las cosas bien y ser parte de esos cambios.

Otro punto interesante de LA DIRECTORA –uno que le da una suerte de «permiso» para tener esa mirada crítica sobre la cultura de la cancelación y sobre los excesos de la corrección política– es que la protagonista es de ascendencia coreana, hija de un padre inmigrante y madre adoptiva de una niña de origen mexicano. Es ella, de algún modo, la que debe poner algún tipo de orden en esa carrera de Literatura que se va volviendo más y más conflictiva (tanto entre los profesores, como entre ellos y los alumnos) y es, claramente, un personaje que representa de algún modo esa renovación generacional, racial y de género. El problema es que no es lo mismo decir ciertas cosas que luego ponerlas en práctica.

Y lo que pasa en esta universidad es algo que se extiende al mundo entero. Vivimos en una era en la que se cuestiona permanentemente quién puede decir qué, cómo, a quién, qué reacciones eso puede generar, qué consecuencias puede tener y qué se debe hacer si alguien se siente herido, ofendido o si levanta un dedo acusatorio, tenga o no razón. La serie se atreve a meter la mano en esa olla hirviendo y lo ha hecho, hasta el momento, con inteligencia, humor y una muy precisa combinación de empatía, humanismo e ironía. Si la renuevan para una segunda temporada, será una excelente noticia. Si no, la tan de moda palabra «cancelación» recobrará su antiguo significado y la serie terminará usándola –o recibiéndola– por partida doble.