Estrenos online: crítica de «El trabajo de mis sueños», de Philippe Falardeau (Netflix)
Adaptada de la novela «My Salinger Year» este film se centra en la vida de una joven poeta que llega a Nueva York en los ’90 y empieza a trabajar para la agencia literaria que representa al mítico y recluido escritor de «El guardián entre el centeno».
En 2014, unos años después de la muerte de J.D. Salinger, Joanna Rakoff publicó a modo de «memoria literaria» su libro MY SALINGER YEAR. Se trata de un libro que rescata la figura del escritor de un modo curioso, uno que la película mantiene. Si bien el escritor es uno de los personajes principales de EL TRABAJO DE MIS SUEÑOS, título un tanto tramposo que tiene en castellano el film, su rol es fundamentalmente metafórico, una especie de presencia fantasmal que invade la vida de la protagonista y la de muchos, muchos más.
Joanna (Margaret Qualley, de THE LEFTOVERS, ERASE UNA VEZ EN HOLLYWOOD y, sí, la hija de Andie MacDowell) es un joven poeta que aterriza en Nueva York, a mediados de los años ’90, con ganas de vivir experiencias en lo que es, para muchos, el paraíso de los escritores. Joanna deja a su novio músico en California y se ubica en la casa de una amiga, donde conoce a otro chico, Don (Douglas Booth), también aspirante a escritor, con el que inicia una relación. Pero lo más importante pasa por otro lado, ya que consigue trabajo en una agencia literaria que representa a muchos grandes escritores. Entre ellos, el ermitaño y misterioso J.D. Salinger, a quien todos allí llaman Jerry.
Joanna será la asistente de Margaret (Sigourney Weaver), una jefa bastante seca y hosca que parece una versión un tanto más apocada de la Meryl Streep en EL DIABLO VISTE A LA MODA. La mujer es la encargada directa de tratar con «Jerry» y le indica a Joanna los precisos detalles de su trabajo. El principal es ocuparse de «contestar» las cartas que los fans de Salinger le envían al escritor a través de ellos. J.D. no contesta ni recibe las cartas pero dejó «fórmulas» escritas acerca de cómo deben ser respondidas. Y exige que se contesten una a una, escritas a máquina. En la agencia, temerosos que alguna carta contenga alguna amenaza o algo sospechoso (ya verán los motivos), le piden a Joanna que las lea todas antes de tirarlas.
Mientras lidia con su egocéntrico novio –acaso la subtrama menos interesante del film, ya que adivinamos lo desconsiderado que es el tipo al minuto de verlo–, demora sus propios sueños de convertirse en escritora y entabla cálidas relaciones con sus compañeros de trabajo (es una agencia antigua en la que no se usan ni computadoras y que está llena de simpáticos personajes de la vieja guardia literaria), Joanna empieza a conectarse no tanto con Salinger en sí, con quien apenas cruza unas palabras por teléfono circunstancialmente y a quien ni siquiera leyó, sino con sus fans, con esos que les escriben apasionadas y sinceras cartas que ella debe tirar a la basura y contestar con formalidades.
El canadiense Falardeau establece una forma cálida de tratar estas cartas en el film, visualizando a los personajes leyéndolas a cámara. Y a Joanna le cuesta no engancharse con algunos de los que le escriben a Salinger. En una película que, quizás por intentar mantener el espíritu de «recuerdos» que tiene la novela, va y viene por distintos asuntos de una manera un tanto caprichosa, la relación de la chica con los fans de J.D. será clave y la llevará no solo a tomar algunas decisiones complicadas en su trabajo sino a replantearse qué es lo que quiere hacer con su vida.
MY SALINGER YEAR tendrá momentos más concretamente relacionados con el escritor. Es la época en la que Salinger pensaba editar en formato libro su breve novela Hapworth 16, 1924, que solo se había dado a conocer en la revista The New Yorker, en 1965, siendo su último trabajo publicado. Y Joanna será parte de esas negociaciones con una pequeña editorial. Pero el potencial contacto directo con el escritor será secundario –de hecho la película nunca cuenta cómo terminó ese asunto, lo pueden chequear aquí–, ya que lo principal pasa por el efecto que su obra causó en muchos. Inclusive, finalmente, en ella.
Se trata de una película cálida y modesta, que encuentra su tono recién promediando el relato. Al principio parece más virada a una comedia de errores y enredos entre Joanna y Margaret, pero esa línea narrativa va perdiendo peso –Margaret es un personaje más complejo de lo que parece– y el film dando más espacio a las vivencias de la joven. Hay algo de la película que se siente un tanto falso, poco creíble, si se la ve buscando una representación más o menos realista del mundo literario de la época, pero ese tono de «cuento de hadas», de historia de crecimiento, va adueñándose del relato a tal punto que en algún momento hasta habrá una breve, pero bella, escena musical. Y el encanto de EL TRABAJO DE MIS SUEÑOS terminará pasando por ahí, por ser una película mucho más tierna y nostálgica de lo que parece en un principio. Un homenaje, si se quiere, a los lazos literarios y vitales entre las distintas generaciones.