Festivales: crítica de «Sundown», de Michel Franco (Venecia)

Festivales: crítica de «Sundown», de Michel Franco (Venecia)

por - cine, Críticas, Festivales
07 Sep, 2021 05:30 | comentarios

Tim Roth encarna a un desafectado millonario británico que decide quedarse a vivir en un hotel en Acapulco y abandonar su vida previa en este misterioso y finalmente truculento film del realizador mexicano.

Los que han ingresado otras veces a este sitio sabrán que el cine de Michel Franco no me sienta demasiado bien. Quizás sea una cuestión, simplemente, de gustos o vaya a saber qué, pero raramente conecto con sus historias, con la forma cruel y despiadada que tiene de crear personajes y mostrar sus mundos. Aún cuando su manera de contar –seca y áspera– me intriga, lo que rodea a eso me resulta asfixiante, molesto. Reconozco, sí, que tiene buenas ideas narrativas, buenos puntos de partida que permiten que uno se enganche, de entrada, con lo que propone. Habiendo visto sus películas anteriores, uno puede imaginar que todo eso en algún momento se caerá en el pozo ciego de la abyección, pero cada vez que empieza una película nueva suya uno se hace ilusiones y piensa que quizás esta vez haya logrado escapar de sus tendencias más tortuosas. Pero no. Nunca pasa. Y SUNDOWN no es la excepción.

El inicio es estimulante, como suele serlo. Aquí hay dos adultos y dos chicos compartiendo unas vacaciones en un resort de lujo mexicano en la zona de Acapulco. El es Neil (Tim Roth) y ella es su hermana Alice (Charlotte Gainsbourg), que están con los hijos de ella pasando unos días allí, bebiendo, comiendo y relajándose. La paz se acaba cuando reciben un llamado telefónico que les avisa que la madre de ellos (la abuela de los chicos) ha fallecido en Inglaterra, donde viven. Emprenden rápidamente la marcha pero, al llegar al aeropuerto, Neil se da cuenta que en el apuro se olvidó su pasaporte. Les dice que viajen y que él se tomará el vuelo siguiente de regreso.

Pero no. No son esos sus planes. En una performance apática de Roth que al principio es intrigante pero luego termina fastidiando –habla poquísimo en todo el film–, Neil decide colgar todo y quedarse allí. Tampoco vuelve al hotel de lujo sino que se instala en un lugar barato y que luce potencialmente turbio. Es claro, además, que Neil está dispuesto a meterse en problemas, ya que por la forma en la que se conecta con la gente (un taxista, una prostituta) y por la manera en la que distribuye su dinero sin recaudos –se sienta en la playa a beber y sus fajos de dinero se vuelven un imán para todos– pronto todo el mundo ahí parece saber que este extraño gringo está, diríamos acá, «regalado». Y a él, claramente, no le importa dar esa impresión.

De ahí en más empezarán a acumularse una catarata de situaciones raras, peligrosas y violentas que atravesarán la vida de Neil. Pronto sabremos que su familia es multimillonaria, que él no quiere ser parte de la «empresa» ni de la herencia y que se contenta con quedarse ahí, recibir un cheque mensual y desentenderse del mundo. Pero no le será fácil porque, por lo que muestra Franco, se metió en un país y en una cultura violenta que no le va a permitir hacer eso así nomás. O quizás sí, ya que pueden acribillar a personas a su lado –o cosas peores que esa– y al empastillado y alcoholizado Neil no se le moverá ni una ceja. Existe, sí, una chica llamada Berenice con la que parece encontrar algo parecido a una compañera. Pero tampoco es del todo claro cuánto hay de «negocio» allí.

SUNDOWN va perdiendo de a poco esa intriga con elementos a la Michelangelo Antonioni que le dio una marcha al principio (la tentadora idea de «¿qué pasaría si uno larga todas sus obligaciones y compromisos y se queda en una playa a tomar cerveza frente al mar sin ningún otro plan más que ése?«) ya que no solo el misterio se va aclarando de a poco sino que lo que empieza a suceder alrededor del personaje dista mucho de ser anodino y calmo. Pero por más denso, violento y dramático se vuelva todo (y estamos hablando de todo tipo de tragedias en fila), Neil jamás abandonará la cara de zombie, al punto tal que ya no solo es difícil conectar con lo que le pasa sino que también él se va convirtiendo en un personaje detestable, rodeado de otros (tanto en México como en su país de origen) igualmente crueles, manipuladores y violentos.

Al fin y al cabo terminamos en otra de esas películas de Franco (como NUEVO ORDEN, LAS HIJAS DE ABRIL y otras) en las que soportamos a montones de personas crueles mostrando sus peores costados unas a otras, siempre escalando más en una espiral de violencia, degradación y mentira. Es un mundo en el que nadie es honesto, nadie se salva y no hay conexión humana que ayude a mirar las cosas de otra manera que no sea la de la desconfianza, el miedo o, finalmente, el horror. No hay «luz al final del túnel» en el cine del realizador mexicano. Ni siquiera una lamparita de 25 watts. Es un pozo ciego, largo, oscuro y sin final. Una «caída del sol» –como dice el título de la película– sin amanecer a la vista.