Series: crítica de «El tiempo que te doy», de Nadia de Santiago (Netflix)
Esta serie española consiste en diez episodios de once minutos cada uno que van mezclando pasado y presente en la vida de una pareja que se separa. Con Nadia de Santiago y Alvaro Cervantes. Estreno de Netflix.
Si uno se pusiera un tanto cínico podría decir que una serie de diez episodios de once minutos cada uno no es otra cosa que una manera disimulada de disfrazar lo que a todas luces debería ser una película, dividiendo en pequeñas grageas una historia para no alienar a un público contemporáneo que parece querer que sus ficciones puedan ser divididas en bloques de tiempo acordes con una limitada capacidad de atención. Quizás algo de eso haya aquí, pero lo cierto es que EL TIEMPO QUE TE DOY justifica en su propia estructura lógica y temporal esa decisión. Por el carácter episódico y de idas y vueltas de la historia, el formato resulta bastante natural. Aunque también, convengamos, con algunas mínimas alteraciones bien podría haber sido una película.
¿Cuál es el «truco» de EL TIEMPO QUE TE DOY? Se trata de una historia contada en dos tiempos: presente y pasado. El presente se corresponde a lo que pasa después de la separación de la pareja y el pasado son breves flashbacks a momentos específicos de su relación. La particularidad creativa de cada episodio se puede ver en sus títulos: el primero se llama «1 minuto de presente y 10 minutos de recuerdo» y el último, «10 minutos de presente y 1 minuto de recuerdo«, y en el medio el cambio es progresivo (2/9, 3/8 y así). En general, los bloques de tiempos por episodio son enteros, no van y vienen de presente a pasado permanentemente, y cada bloque suele responder a una situación específica. Es un procedimiento ingenioso desde el juego formal pero también interesante desde lo emocional. Como la protagonista dice en un momento, hablando en realidad de otra situación, parte de su proceso de superar un duelo consiste en pensar en esa persona un minuto menos cada día.
Co-creada y protagonizada por Nadia de Santiago (LAS CHICAS DEL CABLE), la serie comienza con la ruptura de la pareja que Lina tiene con Nico (Alvaro Cervantes), su novio desde hace casi una década. Ese «minuto de presente» –breve, agresivo, desolador– troca en los diez minutos de pasado en el que viajamos hacia el momento romántico en el que se conocen, trabajando en un hotel turístico, ella como empleada y él como instructor de buceo. Los siguientes episodios van explorando durante un buen tiempo ese pasado que va oscureciéndose a partir de problemas personales y familiares. Si bien da la sensación que la estructura de esos flashbacks no es lineal (es decir, que van y vienen a distintos momentos de su relación de pareja y no necesariamente van mostrando el recorrido del enamoramiento a la disolución), en el presente sí se entiende más que el proceso de «duelo» es cronológico, atravesando algunos de los pasos habituales de este tipo de desgarro sentimental, con sus idas y vueltas emocionales.
La película (perdón, la serie) funciona por lo general bastante bien y si bien el sistema narrativo colabora con su funcionamiento, no es lo principal. Al utilizar el punto de vista de Lina en todo momento (nunca vemos escenas de Alvaro por su cuenta), es claramente ella el personaje más y mejor desarrollado. Y De Santiago le ofrece a la chica –desde la actuación, pero también desde el guión que escribió junto a Inés Pintor Sierra y Pablo Santidrián, ellos dos responsables también de la dirección– unos matices interesantes para trabajar: frágil por momentos, segura y decidida en otros, su Lina va atravesando un sinfín de vaivenes que la convierten en un personaje complejo, ambivalente, que por momentos parece resguardado desde lo emocional pero que, cuando el malestar ataca, puede soltar lágrimas de a mares.
El personaje de Nico es un poco más gris. Salvo en la primera etapa de enamoramiento, la decepción (o la serie de decepciones) parece llegar demasiado rápido para Lina, especialmente a partir de una específica situación que involucra una mentira. Y si bien también en la construcción de ese personaje hay zonas inesperadas que aparecen aquí o allá, su personalidad se va desdibujando con el correr de los episodios. Pero ese, quizás, sea el objetivo de esta historia de crecimiento y superación de Lina: que esa persona que en algún momento fue clave e importante en su vida, tiempo después se vaya volviendo alguien un tanto más espectral.
El tiempo presente tiene una estructura más clara y allí aparecen las amigas de Lina (una de ellas, intepretada por la actriz argentina Cala Zavaleta) como «grupo de apoyo» en sus momentos más críticos, pero el centro pasa por la dificultad de Lina de «soltar» y atreverse a iniciar otra etapa de su vida. Quizás en los últimos dos episodios (que no vamos a spoilear) hay algunas decisiones que son un tanto más discutibles, que no están a la altura de la elegancia y la sutileza con la que EL TIEMPO QUE TE DOY venía manejándose hasta ese momento y que dejan la sensación de que los creadores no han logrado encontrarle un ¿cierre? del todo adecuado a la historia.
De todos modos, como cuento contado a modo de cortometrajes, EL TIEMPO QUE TE DOY logra salir con bastante elegancia del desafío formal y narra una historia de amor que seguramente hará a muchos recordar a películas como la trilogía ANTES DEL (AMANECER, ATARDECER, ANOCHECER), de Richard Linklater. ¿Quién sabe? Quizás es un modelo que permita a esta u otras historias de amores y desamores continuar a lo largo de la vida de Lina y de quiénes la rodean. La idea es creativa y generosa. Lo que hace falta, como sucede aquí, es llenarla de buenos personajes e historias emotivas.