Estrenos online: crítica de «The Tender Bar», de George Clooney (Amazon Prime Video)
Esta simpática, amable y episódica película se basa en la relación entre un aspirante a escritor con su tío que lo educa «en la escuela de la vida». Con Ben Affleck, Tye Sheridan, Lily Rabe y Christopher Lloyd. Estreno de Amazon Prime Video el 7 de enero.
Estrenada como EL BAR DE LAS GRANDES ESPERANZAS, una traducción un poco limitada en función de las diferentes resonancias que tiene el uso de la palabra «bar» en inglés, esta adaptación de las memoirs de J.R. Moehringer, dirigida por George Clooney, podría de hecho haber tenido un título aún más convencional pero que, de hecho, le sentaría perfecto. Algo así como «La escuela de la vida«. Es que de eso, más que ninguna otra cosa, va esta película amable, tierna, imperfecta y episódica, que termina siendo menos que la suma de sus partes pero que se ve con agrado, de esos relatos apacibles y menores que no le cambiarán la vida a nadie pero en el que de todos modos resuenan las experiencias de muchos de los espectadores.
Sí, estamos ante un «coming of age», otro de esos relatos en las que alguien nos cuenta, ya de grande, las experiencias que lo convirtieron, quizás, en la persona que es hoy. Y sí, también es la historia de «cómo me convertí en escritor» narrada con voz en off desde un tiempo presente en el que se recupera casi una década y media, la que va desde 1973, cuando comienza la historia con un JR de apenas nueve años, hasta 1987, cuando la película concluye. Pese a todos los lugares recurrentes (por no decir «comunes») que visita THE TENDER BAR, a la película se la siente habitada por seres reales, humanos, curiosos y excéntricos, de esos que todos creemos conocer.
Más que ninguna otra cosa es la historia de la relación de un niño con su tío. JR (interpretado de niño por Daniel Ranieri y de joven universitario por Tye Sheridan) ha crecido con su madre, una secretaria sin muchos recursos, en Long Island, no muy lejos de Manhattan en kilómetros pero a una enorme distancia en todo lo demás. Cuando empieza la película madre e hijo están volviendo a vivir a la casa del abuelo, un excéntrico personaje que no se hace cargo de nada, ni de sus flatulencias, y que interpreta Christopher Lloyd con su típica cara de cascarrabias. En la destartalada casona familiar viven también tías y primos (o eso parece, en la película casi ni hablan, algo que sucede también con la abuela), pero el único personaje importante para JR es su tío Charlie (Ben Affleck, en estado de gracia), que es el dueño de un bar local y que lo tiene al niño de protegido.
Charlie es el clásico tío soltero, canchero, simpático, entrador y amable que todos tuvimos o soñamos tener. Además, se acoda en la barra de un bar propio, algo que para el JR veinteañero será clave en un momento complicado de su vida. Pero Charlie es también un tipo culto, con toda la sabiduría de la calle encima, de esos que se la pasan dando consejos y diciendo verdades sobre la vida, las relaciones, las mujeres y todo lo que se le cruza por la cabeza. Quizás sorprendentemente (o no tanto, si uno presta atención a que el bar se llama Dickens), Charlie es un tipo culto, el que más hará por encaminar a JR por la ruta de la lectura primero y de la escritura después.
Para JR, que tiene una gran relación con su sufrida madre (Lily Rabe), una mujer que solo sueña con que el chico entre a la Universidad de Yale, Charlie es también un padre sustituto ya que el suyo, al que solo conocemos como «La voz» por su trabajo como locutor y presentador radial, no participa casi nada de la cuestión. Y cuando lo hace, o dice que lo hará, es peor aún. En un relato manejado en principio en dos tiempos y que termina dándole bastante más peso a los años universitarios del protagonista, también tendrán un peso importante las relaciones que establecerá allí, con amigos y potenciales novias. Pero la verdadera escuela estará en la casa y en el bar, ya que allí no solo aprende de Charlie sino de una serie de parroquianos de una proverbial amabilidad que funcionan también como un grupo soporte en la educación del chico.
Con algo de las películas nostálgicas de Woody Allen tipo RADIO DAYS o de buena parte de la obra de Neil Simon –acá reemplazando familia y amigos judíos por igualmente ruidosos y carismáticos irlandeses–, THE TENDER BAR es casi tan «tierna» como su título. Más allá de la oscuridad del padre y de algún que otro personaje o episodio suelto, Clooney mira todo y a todos con una lente optimista, cargada de nostalgia (musical, especialmente), picardía y un humor leve, casi familiar. Ese tinte le escapa al realismo estricto y presenta la historia como una colección de viñetas peculiares y aprendizajes varios en la vida tanto del niño como del veinteañero JR.
El problema principal que sufre la película de Clooney es que, por su carácter episódico, le cuesta construir una historia, generar emociones que vayan más allá de algún momento específico o esas risas de reconocimiento que surgen naturalmente aquí o allá. Es como una colección de momentos sueltos: algunos mágicos, otros inteligentes, la mayoría cargados de cariño y unos pocos con cuentas pendientes a cerrar. Y la estructura de memoir, asumidamente forzada (ya verán porqué), deja los hilos sueltos y no termina de crear eso que la película promete todo el tiempo y nunca concreta del todo: ser algo más que una suma de edulcorados recuerdos de la infancia y adolescencia.
Pero pese a ser una película un tanto desaliñada, desprolija, a la que se le notan las costuras (de montaje), hay algo de ese cariño que Clooney tiene para contar su simple y sencilla historia que trasciende las imperfecciones. Cuando el grupete de amigos del bar se juntan a «bancarlo» a JR en alguna situación difícil o a festejarle algunos de sus logros, cuando el tío borrachín pero medido le da consejos al confundido niño sobre lo que el llama «las ciencias masculinas» o cuando toda la familia vive pendiente si el chico logró o no entrar a la universidad de sus sueños, uno siente que, si bien THE TENDER BAR puede estar peligrosamente cerca del cliché, su accesible y populista encanto gana la partida. Es, casi, como la letra de «Cafetín de Buenos Aires», de Discépolo, hecha película. «Una escuela de todas las cosas», solo que ubicada en un barrio de las afueras de Manhattan, y con Paul Simon, Jackson Browne y Steely Dan haciendo lo suyo en la banda sonora.