Series: crítica de «Ozark – Temporada 4/Parte 1», de Bill Dubuque y Mark Williams (Netflix)
La primera mitad de la cuarta y final temporada de la serie sigue a los Byrde mientras tratan de salir del complicado negocio de lavado de dinero de los narcos en el que se metieron. Con Laura Linney, Jason Bateman y Julia Garner. Estreno: 21 de enero por Netflix.
Hasta ahora no había escrito sobre OZARK por un motivo muy simple: vi las temporadas demasiado tarde en relación a sus respectivos estrenos. Es una de esas series que uno termina viendo por recomendaciones de terceros, por leer constantemente sobre ella o bien por uno de los motivos más banales de todos: porque está ahí, casi pidiéndote que te pongas al día. Ahora bien, habiéndolo hecho, lo que me pasa con la serie protagonizada por Jason Bateman y Laura Linney –y lo que me sigue pasando tras haber visto la mitad de la cuarta temporada que arriba a Netflix el 21 de enero– es que me produce una curiosa mezcla de placer y fastidio. Dicho de otro modo: me irrita constantemente pero no puedo dejar de verla, me parece tan improbable como atrapante, un cuento totalmente absurdo pero que está muy efectivamente contado.
En la primera mitad de su nueva temporada las cosas no cambian demasiado. Sigue tratándose de una serie en la que todos sus personajes deben lidiar con diez platos girando todo el tiempo sobre sus cabezas –platos que están a punto de caer estrepitosamente, bañándolos en sangre–, que se siguen metiendo en un problema tras otro porque sí, que suman más amenazas a las que ya tienen porque los guionistas se lo piden y que viven antagonizando con todos los demás sin más necesidad que la de generar nuevos conflictos. Es curioso que siendo, supuestamente, tan inteligentes manipuladores de personas y elegantes criminales de guante blanco (al menos en lo que se refiere a silenciosos lavados de dinero envidiados hasta por el FBI) sean tan psicológicamente incapaces de saber por donde pasa el peligro, la amenaza y no hagan más que violentarse con todos los que se les enfrentan hasta que el caos se vuelve inevitable.
Lo curioso de OZARK, al menos para mí, es que uno puede notar todo el tiempo estos mecanismos e igual querer saber cómo los protagonistas harán para salir de esos embrollos. Uno puede poner pausa y sumar potenciales amenazas en danza (en un momento conté hasta ocho posibles «sentencias de muerte» paralelas para con los Byrde), puede hasta reírse con incredulidad cuando Wendy (Laura Linney) parece buscar más problemas para meterse y no trata de salir de los que se metió, cuando Ruth (Julia Garner) confronta a cualquiera que la mire mal porque, bueno, porque así es ella, o cuando la brutal Darnelle (Lisa Emery) le dispara a cualquiera que se le ponga enfrente sin pensarlo dos veces (la serie tiene una obsesión, además, con mujeres que se dejan dominar por las emociones y no piensan antes de actuar), pero igualmente los movimientos de piezas le seguirán resultando atrapantes. Es de esas series que, uno no se explica del todo cómo, te llevan a ver tres o cuatro episodios seguidos cuando te sentaste con la idea, o el tiempo, de ver uno solo.
Trataré de escribir sin SPOILERS pero alguno que otro habrá sobre el primer episodio de la nueva temporada, ya que el giro principal que se presenta aquí está ligado a la aparición de un nuevo personaje: Javi (Alfonso Herrera), un narco sobrino de Omar Navarro (el decididamente no mexicano Félix Solis) que, a diferencia de su siniestro y calculador tío, es pura violencia, una amenaza constante para los Byrde, a quienes tiene entre ceja y ceja, ya que él no quería «dejar de lado» a Helen en la disputa interna de la temporada previa y prefería «dar de baja» a la familia de lavadores de dinero. Javi no se salió con la suya pero es una presencia molesta en la relación entre los Byrde y Navarro, quienes intentan ir hacia algún tipo de acuerdo con el FBI. Especialmente porque el tipo está ahí, en los Ozarks, metiendo las narices todo el tiempo en los manejos de la pareja y complicándolos aún más con su imprevisible naturaleza (sí, otro volátil que se suma al team).
También habrá un investigador privado llamado Mel Sattem (Adam Rothenberg) que está tratando de saber qué pasó con Helen y que, en consecuencia, hará poner en duda también lo que sucedió con Ben, el hermano de Wendy, en la temporada pasada. Ese hecho sigue pesando fuerte en la familia, ya que el cada vez más oscuro Jonah (Skylar Gaertner, el hijo adolescente) ha quedado muy enojado con su madre y está dispuesto a romper con ellos, cueste lo que cueste, otro personaje con limitadísima inteligencia emocional que no parece darse cuenta que, si uno se dedica a lavar dinero de narcos, lo más probable que su vida y la de los suyos corran peligro. De todas, es la amenaza más dolorosa para sus padres y la que, claramente, peor manejan. No solo no se ponen de acuerdo entre ellos sobre qué hacer, sino que Wendy no hace más que alejar a su hijo de cualquier intento de reconciliación. Es allí donde los Byrde –y no solo ellos– muestran sus mayores debilidades, en su imposibilidad de explicarse, de «bajar decibeles». Parece que esa habilidad se limita a su relación con Navarro. Fuera de eso son, especialmente ella, voraces predadores incapaces de evitar cualquier conflicto: van de cabeza hacia él.
El otro eje importante de esta temporada, ligado con el anterior, es la necesidad de lavar importantes sumas de dinero creando una fundación sin fines de lucro –el intento de Wendy por «blanquear» también sus culpas, justificar sus actos violentos en función de una causa noble–, lo cual lleva a la pareja a lidiar con laboratorios farmacéuticos que trabajan con opioides y senadores corruptos metidos en densos asuntos políticos. Además, claro, el FBI les sigue rondando por la puerta de su casino, Darlene es un potencial problema permanente y Ruth termina siendo una volátil pieza de negociación entre ambos. Ella, claro, también lidia con varios asuntos a la vez, muchos de los cuales bien podrían entrar en la categoría de autoboicot.
OZARK es una serie que funciona como un tercer acto permanente, donde todo puede estallar en cualquier momento y en el lugar menos pensado. Es la versión cine de acción del drama psicológico: todo trama, pura trama, conflicto sobre conflicto, amenaza sobre amenaza, muerte sobre muerte. Sus creadores han dejado la ambigüedad y la complejidad de lado allá por la primera temporada –cuando hay apuntes políticos sobre la relación entre el FBI y el narco, sobre el dinero sucio que sostiene buena parte de la economía estadounidense, pasan tan rápido como llegaron– y se han dedicado a organizar un complicado juego de etapas para los Byrde, una especie de laberinto para hamsters del que tienen que ver cómo salen. Y si salen. La sutileza no existe aquí. Es una carrera de Fórmula 1 del suspenso, con su auto principal conducido por un piloto errático que no hace más que provocar (literales) choques con sus contrincantes todo el tiempo y luego trata de ver cómo hace para salir del problema y llegar a la bandera a cuadros del triunfo más o menos entero.
Si la serie se vuelve atrapante es porque, pese a su «vale todo» dramático, tiene una innegable propulsión narrativa y un grupo de actores que sostiene lo insostenible, pasando de la seca frialdad de Marty (Jason Bateman, cada vez más parecido a la voz de la razón y la lógica aquí) al trío de mujeres intensas y, a su manera, «empoderadas» que encarnan Linney, Garner y Emery. De las tres, es Ruth/Garner, la pequeña y nerviosa rubia de bucles y marcado acento sureño, la que funciona como la MVP de la temporada y de la serie, aún más que la cada vez más siniestra Wendy/Linney, una actriz que hace milagros con un personaje que, convengamos, es bastante imposible. Ruth representa el tenso y contradictorio corazón de la serie, un personaje inteligente que no puede controlar sus emociones, una chica local metida en un negocio complicado en el que todo el tiempo comete errores por su temperamento pero del que (casi) siempre logra encontrar una salida. Si alguien representa al espectador allí –el personaje que deseamos que arribe más o menos entero a la línea de llegada, el que nos hace seguir viendo– es ella.
Desilusionante. Cuando vi el primer capítulo. Lo primero que me vino a la cabeza fue ¿habrán puesto a los que se cargaron a juego de tronos (y después contrato Netflix) a terminar esta serie? Un disparate, el pedido del narcotraficante. En ese momento la serie perdió toda su seriedad, entró en lo de todo vale. Luego aún, el hijo quería más al tío que a los padres. El es muy inteligente, pero ahora se volvió bruto, no llega a entender era necesario, que si viven es gracias a esa muerte. Tampoco cuela. Los capítulos de pronto se me hicieron innecesarios. A pesar de si, hay actores ante los cuales hay que quitarse el sombrero. Pero si no hay guion. Entonces del primero salte al último. Y vi que no me había perdido nada. Entendía todo lo que sucedía, nada me sorprendió. Una prueba de cómo los capítulos anteriores eran simple relleno y pérdida de tiempo. Una lastima, era de las mejores series de Netflix, y después de la tercera temporada había altas expectativas. Pero optaron por el absurdo, y lo vanal.