Berlinale 2022: crítica de «A Little Love Package», de Gastón Solnicki (Encounters)
Dos mujeres recorren Viena buscando un departamento para comprar mientras en la ciudad se producen algunos cambios que modificarán su cultura para siempre en esta comedia dramática del director argentino.
SI uno ve A LITTLE LOVE PACKAGE con pocos días de diferencia a una película de Ulrich Seidl, como me sucedió a mí, puede sentir que Austria son dos países completamente diferentes entre sí. No hace falta verlo en el cine, se ve en la propia ciudad. Si uno recorre –como parece hacerlo la película de Solnicki durante gran parte de su tiempo– el llamado Innere Stadt (el Distrito 1, céntrico) de Viena uno se topa con la ciudad más elegante y encantadora del mundo: coquetos cafés, extraordinarios museos, salas de conciertos, restaurantes, teatros, callecitas iluminadas con faroles y así. Más allá de cierto exceso de turistas en alguna época del año, Der 1. Bezirk es Viena como tarjeta postal. Y no es ese, para nada, el mundo de Seidl.
En uno de sus tantos viajes a la ciudad Solnicki se topó con que a Viena llegó, más tardiamente que a otros lugares, recién en 2019, la prohibición de fumar en los bares y, con eso, la posible desaparición de la cultura del kaffeehaus, parte inseparable de la bohemia de la ciudad. En sus primeras escenas se pueden recorrer los rostros de los habitués de esos bares, relojeando sus diarios, bebiendo sus cafés y fumando sus últimos cigarrillos como si estuvieran en un velorio. A LITTLE LOVE PACKAGE no es un film sobre ese hecho –hay un espíritu de resistencia pero es más poético que otra cosa– pero sí sobre ese mundo y los personajes que lo habitan.
En un film sin una estructura narrativa o dramática tradicional, A LITTLE LOVE PACKAGE va adentrándose en las vidas de las que serán sus dos nominales protagonistas. Ellas son Angeliki (Angeliki Papoulia, actriz de varios films de Yorgos Lanthimos) y Carmen (Carmen Chaplin, actriz y nieta de Charles Chaplin). La primera es una mujer que quiere comprar un departamento en la ciudad pero no logra encontrarlo o decidirse. Para eso solicita la ayuda de la segunda, una diseñadora que le ofrece distintas ideas sobre lugares y arreglos posibles mientras caminan por la ciudad, visitan museos (en el Kunsthistorisches Museum recorren una exhibición de Pieter Bruegel «el Viejo» en la que pasan a través de «Cristo cargando la cruz» o «La Torre de Babel» para luego detenerse en «El arte de la pintura«, de Vermeer) y paran en los cafés más conspicuos de la ciudad. Las discusiones entre ellas pasarán, fundamentalmente, porque Angeliki a todo lo que ve para comprar le encuentra un problema, no se decide y no quiere gastar demasiado dinero en nada.
La película –narrada con una poética y misteriosa voz en off por el escritor mexicano Mario Bellatín– irá haciendo ingresar escenas aisladas que apenas se conectan con las protagonistas. Una fábrica de quesos que casi se pueden oler a través de la pantalla, un hombre que hace zapatos, otro que vende tapados de piel, un chico que juega con un barquito en el lago, uno que se cuela en la casa, otro que sabe la exacta cantidad de tiempo que hay que hervir un huevo duro para que esté perfecto (Nota: cuatro minutos y medio si se lo pone con el agua ya hirviendo) y, quizás con más desarrollo, la historia de una niña que va a estudiar piano –la música clásica es un elemento fundamental en toda la filmografía del director de PAPIROSEN— a la casa de una profesora de ascendencia asiática. Escenas de la vida vienesa filmadas aparentemente en pandemia aunque jamás se la mencione por su nombre.
En un momento el film dejará Viena y se irá a Andalucía. A Carmen se la verá además en la casa campestre de su propia familia (su padre Michael, su madre Patricia, sus hermanas Kathleen y Dolores, hijos y sobrinos, todos descendientes tanto de la familia Chaplin como de la de Eugene O’Neill) donde tendrá discusiones con sus hermanas y cuidará la salud de su padre. Y la película volverá a Viena a «cerrar» con una suerte de funérea celebración –iluminada por el gran Rui Poças como si fuera literalmente la última cena– el que parece ser el último día en el que se puede fumar en los bares. Hay algo de ostentación y privilegio en evidencia en esos recorridos (en un momento alguien pone, literalmente, miles de euros sobre una mesa), pero la película lo deja como un dato más, intrínseco a las vidas de los personajes.
Si bien es difícil hallar temas constantes en un film que va de un lugar a otro como el humo de esos cigarrillos, uno lo puede analizar como una suerte de despedida, también, de un modo de vida que la pandemia se llevó prácticamente por delante: los encuentros, las tertulias, los viajes, los bares, instituciones sociales y culturales que fueron golpeadas estos años y que lentamente están tratando de resurgir. En los recorridos tenuemente iluminados por las calles vacías de Viena uno puede palpar esa sensación apagada, ensombrecida, casi agazapada a la espera de algo que renazca ahí. Que los artistas, los artesanos y los obsesivos del humo y de los huevos duros en su punto justo sigan intentando armar lazos para conectarse en la ciudad es una prueba de que quizás no todo este perdido y que este sea, como dice el título, «un pequeño regalo de amor» para el futuro.