Berlinale 2022: crítica de «Coma», de Bertrand Bonello (Encounters)
Esta mezcla de carta a su hija con descripción de las vidas de las adolescentes durante la cuarentena termina siendo un proyecto pandémico un tanto confuso de parte del director de «Nocturama».
Tendremos que atravesar por unos años más de «películas pandémicas», me temo, films inspirados por las cuarentenas, la soledad, el tiempo libre, la depresión, la observación detallada de seres queridos a los que nunca vimos tanto tiempo seguido y esa enorme cantidad de ideas que se nos subía a la cabeza y que, creíamos, eran reveladoras sobre el estado del mundo, sobre la salud, los cambios generacionales, el mundo que nos rodea, lo que sea. Hoy, que no estamos del todo liberados del asunto pero sí más cansados o acostumbrados como para no estar obsesivamente pensando en el tema, podemos mirarnos a nosotros mismos, digamos, a mediados de 2020 y darnos cuenta que muy pocas de las cosas que pensamos terminaron por volverse relevantes o que nada salió como lo suponíamos, más allá de esos controvertidos experimentos para hacer pan casero que no volvimos a intentar.
A la mayoría de nosotros esas ideas se nos olvidarán, las negaremos, no nos quedarán muchos recuerdos salvo algunos textos perdidos en un word, unos tuits enojados o angustiados, videos de instagram y conversaciones por zoom que nadie en su sano juicio querrá guardar. El problema aquí lo tienen los artistas, los que sintieron que debían dejar un testimonio de la época, decir «esto es lo que yo creo que está pasando y que va a pasar» y que invirtieron dinero o pidieron créditos y ahora no les queda otra que hacerse cargo del «muerto», darlo a conocer. Algunos, es cierto, han logrado hacer cosas muy interesantes en confinamiento, materiales artísticos que supieron ver su tiempo de una manera inteligente y creativa. Pero convengamos que la mayoría no. No pudo, no supo cómo. Y no me refiero acá a películas filmadas durante la pandemia (casi todas las que se ven hoy lo son, en un punto) sino aquellas que son expresamente sobre la pandemia o reflejan nuestros estados de ánimo durante ese tiempo.
COMA es uno de esos casos, una serie de reflexiones levemente ficcionalizadas por el director de NOCTURAMA a modo de una carta a su hija, quien debe haber pasado más tiempo que el habitual con él durante las etapas más duras del confinamiento francés. La película se abre como una carta a ella, en la que nos enteramos que cumplió 18 años y que nunca parece haberse interesado en el cine de su padre, ni siquiera en aquella película de 2016 que él había hecho pensando en los problemas de su generación. La carta, que reaparecerá más adelante, da paso a un combo que incluye reflexiones de Gilles Deleuze y, fundamentalmente, a tratar de capturar las vivencias de esa joven (la actriz es Julia Faure y no la hija de Bonello) que lidia con conversaciones a distancia con amigas, con miedos que se manifiestan en forma de sueños o pesadillas y, fundamentalmente aquí, con el consumo de personalidades virtuales como la tal Patricia Coma, una influencer cuyos videos de YouTube la chica parece mirar constantemente.
Bonello es inteligente al analizar cómo la virtualidad en la vida de los adolescentes precede a los confinamientos y cómo la construcción de la realidad personal, vía algoritmos, está alejada de cualquier concepto clásico y empírico. Y también es más que interesante tratar de seguir la manera en la que su mirada hacia esa generación incluye por un lado preocupación pero, por otro, una cierta admiración, especialmente en relación a la suya. Pero no siempre eso –salvo algunos momentos excepcionales– se logra transformar en un material cinematográfico relevante.
Las obsesiones de NOCTURAMA y hasta de ZOMBI CHILD –otra película que lidiaba con las encendidas emociones de un grupo de adolescentes– siguen estando aquí, en especial las ligadas a la relación de los jóvenes con el consumo, a cierta idea de lo sobrenatural como metáfora de la crueldad humana (ahí aparece la violencia de género como tema) y a ese espacio novedoso en el que parecen coexistir los sueños y la virtualidad. El problema es que la propia formulación del film, que tiene momentos experimentales, otros de «rodaje pandémico» (Zoom, FaceTime, etc.), escenas de animación en stop-motion (que incluye ciertos chistes obvios sobre Donald Trump) y repetitivos videos online del poco inspirado personaje de influencer, no termina nunca de cuajar.
Quizás los apuntes más efectivos del film sean los ligados al calentamiento global. La película parece tomar a los confinamientos de la pandemia –de la que no se habla directamente– como si fueran aislamientos ligados a las altísimas temperaturas que hay en la calle. Sin decirlo claramente, COMA imagina un futuro de encierros obligados porque afuera hace 65 o 70 grados y no se puede estar. «¿Qué otra cosa vas a hacer que estar conectado online?», dice la influencer que da título al film. Quizás, los adolescentes a los que les toque vivir ese otro desastre vean a esta película como premonitoria, adelantada a su tiempo. Por ahora solo parece un descargo personal. Entendible desde lo humano y lo temático, pero no tan logrado desde lo artístico.