Series: crítica de «La mujer de la casa de enfrente de la chica en la ventana», de Rachel Ramras, Hugh Davidson y Larry Dorf (Netflix)

Series: crítica de «La mujer de la casa de enfrente de la chica en la ventana», de Rachel Ramras, Hugh Davidson y Larry Dorf (Netflix)

A mitad de camino entre una parodia hecha y derecha de los thrillers de suspenso y otra más sutil, esta comedia protagonizada por Kristen Bell como una mujer que cree ver un asesinato en lo de su vecino es una propuesta simpática pero fallida. Estreno de Netflix.

La idea por detrás de LA MUJER DE LA CASA DE ENFRENTE DE LA CHICA EN LA VENTANA no tiene demasiado que ver con su título. O sí, pero acaso no como uno imagina. Se trata de un título clara y directamente paródico, que anuncia desde su misma formulación su carácter cómico. Nos dice: lo que van a ver de acá en adelante es una sátira. Pero la serie en sí toma un recorrido bastante diferente para llegar a su objetivo. Sí, es una parodia. Sí, es una sátira. Pero su manera de burlarse del género es tan curiosa que seguramente más de uno se la puede tomar en serio. De hecho, algo así pasó con su trailer. Al verlo, nadie tenía muy en claro si debía o no reírse.

Pasa lo mismo durante la mayor parte de esta serie. Las pistas y los datos humorísticos están ahí, pero si uno no presta atención puede pasárselos por alto (algunos no, algunos son muy obvios), ya que la serie parece a la vez tomarse a veces en serio a sí misma. Sí, la mujer toma botellas de vino de a cinco por noche, tiene a un hombre trabajando hace años en la reparación del buzón de la puerta de su casa y rompe cacerolas de a varias por episodio, pero a la vez algunos de sus problemas no son muy graciosos que digamos.

Vayamos por caso a uno de ellos: Anna (Kristen Bell, la actriz de THE GOOD PLACE, excepcional en este tipo de registro) es una mujer que se separó tras la muerte de su pequeña hija. Es eso lo que la ha dejado atontada, alcoholizada, empastillada y separada. La serie lo muestra como un hecho dramático pero, a la vez, cada vez que Anna visita la tumba de la niña las inscripciones en la lápida son distintas y cada vez más absurdas. Y lo mismo sucede cuando se revela cómo murió.

La trama es la más simple del mundo. Anna pasa el tiempo en su casa mirando por la ventana hasta que una tarde, tras una combinación aparentemente alucinógena de alcohol y ansiolíticos, ve a la novia de su vecino de enfrente siendo asesinada en la casa de él (Tom Riley), que es británico, viudo y atractivo, como suelen serlo en este tipo de productos. Anna quiere hacer algo para evitarlo pero como tiene fobia a la lluvia (sí, existe, y se llama «ombrofobia«) no es capaz de salir de su casa. Denuncia el hecho a la policía pero no hay cadáver y aparentemente la chica a la que creyó muerta –que es azafata– está viajando en avión. ¿Qué sucedió? ¿Alguien la asesinó o su combo de vino y drogas le hizo ver cosas que no sucedían?

Todo esto irá derivando en potenciales sospechosos (todos, básicamente), errores de cálculo, policías incompetentes, la sensación de que hasta ella misma pudo haber sido la culpable o que, bueno, nada pasó realmente. Y a lo largo de ocho breves episodios de no más de 20 minutos cada uno se irá desarrollando la cada vez más improbable trama. De vuelta, llena de detalles absurdos y poco creíbles pero –salvo algunos muy evidentes– la mayoría de ellos podrían ser parte de una trama real de una mala serie de Netflix y no necesariamente de una que se burla de ellas.

Es una apuesta arriesgada ya que LA MUJER DE LA CASA… siempre está a mitad de camino entre generar risas por buscar directamente el efecto cómico o generarlas por lo absurdo de los sucesos que narra. Dicho de otro modo: es como si sus creadores hubieran decidido que la mejor forma de hacer una parodia de un thriller criminal de esos inspirados en best sellers es, simplemente, hacer uno malo, absurdo y ridículo. La parodia es la propia serie, parecen decir. No hacen falta los chistes.

De hecho, se podría decir que los apuntes graciosos más obvios terminan sobrando. Es como si los productores le hubieran pedido a los creadores de la serie que pongan chistes más evidentes y un título absurdo ya que de otra manera la gente no se daría del todo cuenta que es una parodia. Y algo de eso es cierto. El espectador promedio de Netflix está tan acostumbrado a ver películas y series bastante absurdas sobre crímenes que hasta pueden tomarse lo que pasa aquí en serio y no como un «gesto» ex profeso, una guiñada de ojo de parte de quienes están detrás y delante de cámaras.

El problema de esta serie –cuya trama combina de dos clásicos de Alfred Hitchcock como son VERTIGO y LA VENTANA INDISCRETA— es que nunca termina de funcionar del todo bien, que su una mezcla entre sátira hecha y derecha tipo ¿Y DONDE ESTA EL PILOTO? con un material más apto para el consumo irónico (algo así como «hagamos un thriller malo para que la gente se ría al reconocer lo malo que es») no cuaja del todo. Da la impresión que algo le falta. O le sobra.

Más allá del indiscutible talento de Bell, el resto de los personajes y buena parte de las situaciones son tan intercambiables y de fórmula como los de cualquier serie de similar trama. Y eso, que probablemente sea algo puesto a propósito en plan guiño al espectador, no es entretenido en las series malas y tampoco termina siéndolo en las que se burlan de ellas. Puede causar gracia en varios momentos y se aprecia la complejidad del experimento, pero lo divertido de las malas películas y series está en lo involuntario de sus errores, desastres y problemas. Cuando se los comete a sabiendas hay que manejar una sutileza que esta simpática pero fallida serie casi nunca alcanza.