Cannes 2022: crítica de «EO», de Jerzy Skolimowski (Competencia)

Cannes 2022: crítica de «EO», de Jerzy Skolimowski (Competencia)

por - cine, Críticas
20 May, 2022 03:22 | 1 comentario

El legendario director polaco hace su versión contemporánea de «Al azar, Baltasar» al contar las experiencias de un burro que pasa de dueño en dueño.

Películas como EO, de Jerzy Skolimowski, son las que dividen voluntades en festivales de cine. Están los que admiran el gesto o el riesgo del cineasta, apoyándose también en su reputación y fama; y los que no entienden demasiado bien qué hace una película así de burda y cruel en la competencia. Con todo el respeto y admiración a la carrera del octogenario director de obras maestras como EL ALARIDO o PROA AL INFIERNO, me cuento entre estos últimos. Me pareció una película imposible, irritante y molesta. Y estoy seguro que de tener otro nombre por detrás, muchos cambiarían de opinión también.

Una suerte de remake o actualización de AL AZAR, BALTASAR, el clásico de Robert Bresson, EO narra las desventuras de un burro que es librado a su suerte cuando un grupo de militantes ecologistas logra que se prohíba tener animales en circos. El burro en cuestión, que parece tener una amorosa relación con Kasandra, la chica con la que practica su acto circense, empieza a circular a través del país, de mano en mano, de dueño y casual encargado a otro, siempre atravesando situaciones crueles, incómodas, desagradables y violentas.

Muchas veces usando una suerte de perspectiva del burro en cuestión (imágenes borrosas o planos virados al rojo parecen representar su mirada, aunque esto no es muy estricto que digamos en la atiborrada lógica visual de la película), EO avanza de modo episódico y se empieza a complicar aún más cuando la chica le hace una visita cariñosa y el burro, entusiasmado, se escapa del campo en el que está y empieza a girar a la deriva ya no solo por Polonia sino por otros países de Europa también.

Cómo metáfora del horror con el que Skolimowski observa a la Europa contemporánea, EO es más que obvia y evidente, banal de un nodo que recuerda a las peores películas de Emir Kusturica. Es que un plano de la mirada que siempre parece triste o decepcionada del burro empalmada con una situación cruenta o desagradable funciona casi como fórmula, como «efecto Kuleshov«. No hacen falta casi diálogos. La aparente angustia del animal lo dice todo.

Pero eso que tiene para decir la película no es demasiado interesante. Más allá de la tonta idea de suponer que el circo es un mejor lugar para cualquier animal que tener algún tipo de libertad (en el fondo, todos lo usan y se abusan de él, dice la película, pero en el circo al menos lo miman un poco), lo que sigue se vuelve monótono y repetitivo, casi una fórmula destinada a terminar igual en todos los casos. Esto es: de la peor manera posible.

Más allá de las bellas y por momentos hasta psicodélicas imágenes que el realizador polaco captura (con ayuda del DF Mychal Dymek), y de la música y la banda sonora tan envolvente como omnipresente, lo que se ve es una cadena de infortunios, con un encuentro más brutal y desagradable que el anterior, incluyendo violentas barras bravas de fútbol, maltrato a inmigrantes, mercado negro de animales y hasta un bizarro y casi inexplicable episodio protagonizado por Isabelle Huppert.

El humor es grotesco, los «personajes» son impresentables y más allá de los debates que la película pueda proponer sobre el deplorable estado de la Europa contemporánea, la película en sí ejercita la misma crueldad sobre el burro que sobre los espectadores, a los que espera horrorizar con sus supuestas verdades. Pero no lo logra, más allá de que el que firma el asunto sea un realizador legendario y muchos estén dispuestos a defenderlo hasta las últimas consecuencias. Es uno de los problemas, me temo, de adherir demasiado fervientemente a la teoría de los autores. Hasta los cineastas que admiramos se pueden equivocar feo. Y este es uno de esos casos.